REPORTAJE │ Desde la piel de la comuna venezolana: lo que dicen los que hacen

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La primera vez que oí hablar de la propuesta o concepto Ciudad Comunal fue en marzo de 2020, en Barcelona, estado Anzoátegui, Venezuela. Lo oí de boca de algunos comuneros, y también en la voz del alcalde Luis José Marcano, que había decidido dejarse arrastrar por el huracán comunero mientras soplaba alguna brisa extra para que el vaporón cogiera más impulso.

Fue durante una reunión de una instancia llamada Propulsores de la Comuna, convocada para hacerme el gigantesco honor de escuchar y responder mis provocaciones y reflexiones generadoras. Entre las que solté a manera de charla introductoria se encontraba una que he querido convertir en clásico o emblema de la batalla filosófica, o del escollo cultural que tenemos enfrente: tenemos una tradición cinco veces centenaria de cultura y paradigma parroquial; todavía somos estructural y legalmente parroquianos (habitantes de parroquias). La división político-territorial vigente nos condena a denominar parroquia a la mínima unidad de organización, debajo del municipio, así que hará falta algo más que un ejercicio retórico para que esa unidad de residentes sea una comuna, y comuneros sus habitantes.

La respuesta a esta reflexión fue una colección de datos y contradiscursos entre los que se dejaron colar la idea de que, de la parroquia, en realidad solo queda el nombre legal, ya que en muchos lugares de Venezuela la gente prefiere llamar barrio, caserío, sector o comunidad al lugar en el que vive. También oí decir a un comunero que las nociones chavistas de comuna, ciudad comunal y confederación de comunas no son simples referencias territoriales, pues hay algo que las define y les da sentido, que es el carácter productivo.

He oído mencionar y también he visitado comunas que se llaman formalmente, por ejemplo, “Comuna Socioproductiva Simón Bolívar”, y en el núcleo fuerte de esta comuna, el sector Las Casitas, sus líderes y activadoras (casi todas mujeres) están conscientes de que esa denominación es un desafío: esa comuna, con el respaldo y la guía del liderazgo municipal, está forjando las condiciones para la concreción de una actividad económica que le otorgue autoridad para llamarse “socioproductiva”, dijo la profesora Luisa Ramírez. La denominación está allí para recordarle a la gente cuál es su misión y su objetivo.

Por cierto que allí mismo, en el “hilar fino” del análisis político, la comunera Arlene Portuguez observó que en las descripciones formales de esa comuna se dice que la misma tiene la actividad pesquera entre sus fortalezas: “En realidad lo que tenemos son costas con un potencial para la pesca, el turismo, la piscicultura, condiciones para un llenadero de gas. La pelea actual es para lograr desarrollar proyectos en esas áreas”.

Las Casitas, una comunidad bastante deprimida llamada La HuCha (por Hugo Chávez), es un conglomerado de viviendas de la Gran Misión Vivienda Venezuela. En poco más de 80 viviendas viven 120 familias; la sospecha o deducción de los problemas de hacinamiento que generan esos simples números se acrecientan al recorrer sus calles: las viviendas son muy pequeñas, algunas de 6 x 6 metros con techos de una evidente precariedad (algunos de asbesto, para cuya remoción habrá que realizar algún día una estrategia sanitaria de acordonamiento), calles de tierra, sistema de alumbrado artesanal construido por la propia comunidad.

La descripción física de este sector tiene por objeto retratar el contexto en el que ocurre el siguiente fenómeno: de las cerca de 500 personas adultas que residen allí, no más de 10 son antichavistas. “Muchos somos chavistas descontentos por la situación de abandono”, dice José Barreto. Pero el chavismo no ha perdido ninguna de las contiendas electorales municipales, regionales o nacionales que han tenido lugar.

Las pequeñas casas, que fueron entregadas hace siete años sin haber estado culminada su construcción, tienen amplios patios, que en algunos casos puede ser de cuatro o cinco veces el tamaño de la vivienda. En esos patios, dicen o predicen varios vecinos, se puede desarrollar la agricultura urbana. Pero Carmen Sánchez baja violentamente el cable a tierra: “Aquí lo que hay son ganas de sembrar. No hay agricultores, aunque hemos recibido algo de formación en esa área. Hemos hecho los trabajos de limpieza y acondicionamiento de las calles con pura fuerza manual. Sentimos que últimamente se ha enfriado el apoyo que se nos daba; hace tiempo no llega el Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP), no se otorgan créditos en el área socioproductiva. Quienes hacemos el trabajo político no cobramos por eso, y eso es tiempo y esfuerzo que uno le dedica a esto”.

Arlene, quien es vocera de Planificación de la Comuna, completa su intervención con un cierre optimista y edificante: “Una de nuestras tareas es construir el sentido de pertenencia de quienes vivimos aquí. Tenemos una fortaleza que es el material humano. Pese a todas las críticas permanecemos en pie de lucha”.

En Las Casitas es muy visible la posibilidad de darle forma al proyecto comunero, porque es evidente la posibilidad de impulsarlo desde el origen. Las posibilidades de construir lo nuevo son mayores en la medida en que se comienza desde cero; pudiera sonar forzado atribuirle a las carencias y deficiencias materiales propiedades estimulantes de la voluntad, pero de otra forma no se comprendería el respaldo casi unánime de esta y otras comunidades como esta a un proyecto de relanzamiento de la sociedad hacia otros rumbos. En Las Casitas existen una organización y una voluntad cuya potencia solo se entiende porque la fundación de la comunidad se levantó desde la necesidad absoluta, y se ha ido consolidando desde la confianza en un proyecto municipal que ahora evoluciona como signo de transformación del país.

Filosofía desde (y a partir) del territorio

En líneas generales, y como en todas partes, la reflexión y accion comunera en Las Casitas está mediatizada por las condiciones materiales.

“En estos años hemos avanzado en los niveles de organización del pueblo. Hay desmotivación, pero también tenemos gente idónea para encargarse de las tareas de formación. Aunque tenemos leyes que nos permiten hacer cosas desde la participación protagónica tenemos viva la cultura de depender de las instituciones. Tenemos como tarea cambiar la práctica del consumo a la producción, y esto se logrará potenciando la formación, la conciencia, el sentido de pertenencia”, dice Nelson Mejía.

Francys Olivares complementa: “Todos los niños de aquí ya saben la importancia del reciclaje, y los adultos también. Por cada tonelada de plástico nos paga Recibar (la empresa recuperadora de plástico) 60 dólares, así que con lo que tenemos recogido en nuestras casas, más lo que recojamos en las jornadas de recolección que vienen, podremos apoyar al Oncológico Infantil, el Inass (casas hogar para adultos mayores), y para el alumbrado del sector”.

“La idea del Banco Comunal, como tiene tanta carga capitalista, pudiera cambiarse y hablar de sistema económico financiero, discutir las monedas comunales…”, agrega Luisa Ramírez.

“Estamos en un proceso de transición y hay que reconocer que hemos tenido grandes avances. Sabemos que tenemos que construir lo nuevo, pero ¿lo nuevo será una alcaldía en lo pequeño? Sea como sea esa estructura, hay que lograr que funcione en el territorio. No somos defensores del sistema capitalista pero desde algo debemos empezar, por ejemplo, captando a los profesionales que se ocupen de sus áreas. En la costa se puede desarrollar un llenadero de gas, el turismo, la piscicultura; son propuestas, pero el pensamiento de la gente no es ese, no tenemos tiempo para crear proyectos. Siento que muchas de nuestras debilidades se deben a la existencia de corrientes internas dentro del chavismo”, problematiza Mireya Martínez.

“Hay aquí un alto nivel de vulnerabilidad; las casas y el alumbrado los hemos desarrollado los mismos vecinos. Tenemos buenos cuadros que hacen el trabajo político, pero las raíces hay que nutrirlas. Entre las fortalezas que tenemos está el trabajo con los Semilleros de La HuCha, el trabajo con los niños para formarlos e incentivarlos con el reciclaje”, apunta Carmen Sánchez.

«Como planificadora he aprendido y puesto en práctica el principio de que no se planifica en oficinas sino en el territorio. Debemos aprender a ser autosustentables. Pero lo que sobra es material humano”, agrega Arlene Portuguez.

Y finaliza con esta reflexión: “Al principio de la gestión de Luis José Marcano hubo talleres de formación, pero como cada quien andaba por su lado nos parecía que no era el tiempo para eso, que no tenían sentido esos talleres. Pero ahora sí les damos su valor: ahora sí hacen falta talleres para que entre todos aclaremos qué debemos esperar y qué aportar a las Ciudades Comunales. Habrá que discutir sobre ese gran territorio que tenemos al norte: esa costa que va desde Guanta hasta Boca de Uchire. Hay un proyecto de Zona Económica; este parece un buen momento para retomar esa discusión”.

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José Roberto Duque 

Jesús Arteaga Fotógrafo

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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