Memoria visual y documental en homenaje a Enrique Maza Carvajal, a 47 años de su muerte

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Por Cris González

Memorial del Detenido Desaparecido y del Ejecutado Político, Cementerio General de Santiago, Chile.

Cada 12 de septiembre conmemoramos el aniversario del asesinato del estudiante venezolano, Enrique Antonio Maza Carvajal, “Pellizco”, de 22 años, víctima de la violencia desencadenada por el dictador Augusto Pinochet en contra del gobierno constitucional del presidente Salvador Allende.

Hace más de 14 años presentamos el libro Camarada Enrique, que iniciaba una investigación sobre la vida del joven revolucionario.

La defensa del internacionalismo fue una bandera que levantó Enrique, al igual que muchos otros compatriotas, mismo que lo llevó a exhalar su último suspiro al lado de los trabajadores chilenos, en cuyas filas se plantó como uno más.     

A 47 años de su muerte rendimos un sencillo homenaje a la figura de este joven que murió defendiendo los ideales de justicia y los sueños de una patria grande.

Infancia y juventud

Enrique nació en el Oriente de Venezuela, en Aragua de Maturín, el 14 de diciembre de 1950 (según la familia, el niño habría nacido ese año, pero por errores del registro civil en su cédula aparece como nacido en el 1949). Siendo Enrique el cuarto hijo de la pareja formada por la maestra de escuela Jesusita Carvajal y José del Carmen Maza Mérida, comerciante en un abasto cercano a la casa familiar, estos ya tenían otros tres niños mayores: José, Lesbia e Isabel “María Isabel”, sucediéndole a Enrique Jesús “Mingo” y María Auxiliadora “Chilín”.       

En ese mismo pueblo y bajo el ojo estricto de ambos padres, aprendió a leer, escribir, sumar restar, soñar y vivir en colectivo. Su niñez transcurrió feliz entre los paseos campestres, los juegos callejeros, las escapadas y los pequeños romances de juventud.

Cursó la educación primaria en la Escuela Cacique Taguay, donde hacía clases Jesusita, y ahí terminó como el mejor alumno del plantel. Luego ingresó a estudiar la educación secundaria en el Liceo Miguel José Sanz de Maturín, donde destacó como el mejor alumno de la promoción. Debía viajar una hora y media diariamente para llegar al liceo, lo que reforzó su constancia y perseverancia.

Su graduación como bachiller se produjo a fines del año 1967. Fue testigo generacional de la masacre del liceo Sanz, ocurrida en Maturín al año siguiente, en que fueron vilmente asesinados, durante la IV República, los estudiantes Guerra y Millán.

En 1968 se matriculó en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y se incorporó a las bases del entonces Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

La familia Maza se trasladó en 1970 a vivir a la ciudad de Cumaná, buscando mayor cercanía con los hijos mayores que se encontraban estudiando en Caracas: José, Medicina; María Isabel, Sociología; y Enrique, Ingeniería.

Enrique junto a su madre en Aragua de Maturín.

La necesidad de organizarse

Enrique comenzó a formarse políticamente desde la adolescencia en su natal Aragua de Maturín, lugar desde donde salieron su tío Américo Silva, Simón Sáez Mérida, y otros familiares de destacada trayectoria política, a militar en las filas de la izquierda revolucionaria.

Desde su llegada a la UCV, Enrique se sintió atraído profundamente por el ambiente de rebeldía que se vivía en el recinto universitario, que irradiaba a toda la sociedad. Es así como inició su mayor actividad política y social en Venezuela, en contacto con sus compañeros de carrera, a los 18 años de edad.

El Mayo Francés y el golpeteo incesante de la juventud del 70

La Venezuela de fines del 60 e inicio del 70 era un torbellino de ideas políticas y revueltas sociales. Hacía poco más de una década que una rebelión popular había derrocado al último tirano con uniforme que tuvimos. Luego vinieron los de cuello y corbata. 

La generación del 70 estuvo marcada por un compromiso con las luchas sociales. Un gran número de integrantes de esta se enfrentó a las autoridades nacionales, en protesta por la violencia de la represión contra los movimientos sociales y guerrilleros. Y es que el impacto de la Revolución cubana; la rebelión que derrocó a Pérez Jiménez; la rabia contra la injusticia constituida en Gobierno; y otras tantas razones, les llevaron a erigirse como unas de las generaciones más comprometidas con los destinos del país.

A finales del 68 y principios del 71 la propuesta de Renovación Universitaria y la autonomía estudiantil pusieron en crisis al sistema universitario. El entonces presidente Rafael Caldera cerró la máxima casa de estudios con la intención de crear el caos y chantajear a la sociedad con este tipo de prácticas reaccionarias que hicieran abortar el movimiento.

Enrique en su primera comunión.

Este proceso trascendió las calles y hogares venezolanos. Al grito de Renovación Académica se ubicaron sectores importantes de la sociedad, fundamentalmente el universitario. Este fue resultado de la convulsión mundial de esos años, la solidez de la Unión Soviética, las protestas norteamericanas contra la Guerra en Vietnam, el Mayo Francés, la Revolución cubana, entre otras, que hicieron que los jóvenes venezolanos consideraran posible cambiar el mundo tomando cada espacio que correspondía.

Las reivindicaciones principales fueron: 1) Paridad en los consejos de gobierno; 2) El rediseño de los pensum y programas de estudio; y 3) Meja en la calidad de los conocimientos impartidos, entre otras.

Los sectores oligárquicos, incluidos políticos, eclesiásticos, mediáticos, militares, coincidían en que este proceso significaba una amenaza al orden que proponía el Pacto de Punto Fijo.

La Universidad fue cerrada y expulsados muchos de los estudiantes, varios de los cuales terminaron perseguidos por organismos de seguridad, asediados y amenazados, hasta lograr ser sacados del escenario político nacional.

Después de las protestas que encabezaron los estudiantes de Ingeniería de la UCV, en el año 1970, las autoridades universitarias en concordancia con el Gobierno, emitieron un decreto de expulsión de un número considerable de jóvenes, entre ellos Diego Uzcátegui, Enrique Maza, Wanda y Raúl Colmenares, Pastor Martínez, Elena Amaro, Marcel Roo, Juancho Lacorte, Toño Ferrer, Alfredo Rodríguez.

Destino: el Chile de Salvador Allende

Enrique junto a compañeros venezolanos, visitan la Cordillera de los Andes en las afueras de Santiago de Chile, 1971.

Parte de los jóvenes expulsados decidieron ir a Chile a estudiar, acatando el llamado del compañero Allende, entre ellos figura la exministra y exembajadora Maria de Lourdes Urbaneja. En la nación austral tuvieron la posibilidad de continuar sus estudios, ya en socialismo. Enrique tomó a última hora la decisión de viajar a Santiago, pues su destino inicial era Cuba.

El proceso de Unidad Popular (UP), que encabezaba Allende, resultaba atractivo para los jóvenes latinoamericanos y para la fecha en Chile se registró una gran migración de jóvenes y adultos marxistas latinoamericanos.

Enrique salió de Caracas el 14 de julio de 1971 y luego de tres escalas llegó a Chile el 15 de julio, en horas de la noche. 

Su vida había cambiado para siempre. A todos les invadía una especie de abandono y expectativas, sentimientos que les acompañaron quizá toda la vida. Muchas penas fueron vertidas en las noches de la bohemia santiaguina, cuando en el Barrio Brasil o en la Alameda, a la orilla de los bares abarrotados de trabajadores, estudiantes e intelectuales compartían con el «vino navegado» sus impresiones acerca del curso del gobierno de la UP.

Enrique llegó a vivir a la calle Santo Domingo, en el barrio de Matucana, en casa de tres de sus compañeros, Alfredo, Juancho y Marcel Roo, quienes habían alquilado una habitación con cuatro camas. Después se trasladó a otra casona ubicada en la misma calle, pero más amplia y económica que la anterior. Finalmente, alquiló un departamento en la remodelación San Borja, en el centro de la capital, donde vivirían hasta el día del golpe de Estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973.

Primera casa habitada por Enrique en Santiago de Chile, calle Santo Domingo 3261.

El 19 de julio de 1971, Enrique envió una larga carta a su madre explicando: ”Espero que hayas recibido mi carta anterior y varias postales muy bonitas que te puse desde Bogotá, Quito y Lima… yo quisiera que me perdonaran lo que hice… por encima de todas las cosas, ¿pero qué podía yo hacer? … lo que hice fue en un arrebato de ira y de desesperación porque me daban 15 días y si en 15 días no desaparecía y ellos lo sabían… bueno es para llorar yo sé que el tiempo borra muchas cosas y así se olvidarán de mí…”.

En la misma misiva señaló: ”Aquí he tenido mucha ayuda en todos los sentidos. Cuando llegué al Aeropuerto habían algunos venezolanos que me estaban esperando, ya me tenían un sitio para vivir… Estoy en una pensión como las de Caracas vivo en el 2º piso… En el Aeropuerto no me registraron el equipaje cuando dije que era estudiante, aquí son muy respetados y considerados gozan de muchos privilegios y se nota que son algo bastante especial del país… Comencé a partir de ese momento a vivir como en otro mundo”.           

Carnet estudiantil de Enrique en la carrera de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Chile, 1972.

Al leer algunas de las cartas que se han podido recuperar, que en sí son un resumen de las vivencias y de la madurez con la que afrontó cada situación que se le presentó en su estancia en Chile, se avizoran cuatro razones para dicho viaje:

1) La expulsión de la UCV.

2) La inminente detención. Según una carta escrita a su familia, y una confidencia realizada a su hermano Mingo, le habrían amenazado con detenerlo si no salía del país en 15 días. Además, en alguna oportunidad le expresó a un compañero sus angustias por el asesinato de Américo Silva, y la detención de varias personas vinculadas a él. Existía una persecución real contra las y los luchadores de esos años.

3) Su vocación por los estudios y su compromiso con la familia de terminar la carrera de Ingeniería por sobre todas las cosas.

4) El interesante proceso político que se vivía en Chile y que motivó la presencia en ese país de cientos de jóvenes latinoamericanos.

Aunque breve, su vida estuvo dedicada a cumplir los sueños libertarios que movieron cada uno de sus impulsos. 

Fue aceptado en el 7º semestre de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Chile, a la cual ingresó en el segundo periodo de 1971. A la vez que inició sus estudios con entusiasmo, también se incorporó al trabajo político.

Carta de Enrique a María Isabel, 16 de noviembre de 1972.

Dos organizaciones concitaron el interés de Enrique: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU). Se incorporó de manera activa a las bases de ambas organizaciones. Se encantó con la propuesta de los trabajadores y acudió a solidarizar en su lucha al frente de los Cordones Industriales. En este camino transitaron igualmente Pastor Martínez, Marcel Roo, Juancho, Diego Uzcategui, entre otros.

Cuando fue levantada la sanción a los expulsados de la Universidad y se dictó una amnistía para los perseguidos políticos, a Enrique le llegó la posibilidad de retornar a Venezuela. Sin embargo, tomó la decisión de quedarse en Chile y anunció su ida para el año 1974.

Enrique tenía una novia llamada Clarita, pero además tuvo un gran amor en su vida, Laura, con quien militó en la base de los trabajos voluntarios.

Enrique estaba haciendo su práctica profesional en LAN Chile y Laboratorios Geka, militaba en la Revolución chilena, por lo que no se planteaba la posibilidad de volver ese mismo año. El 16 de noviembre, tras el el paro patronal de octubre de 1972, escribió a su hermana Isabel: “…Otra cosa es lo respecto a los líos de acá, fueron 26 días de huelga donde participaron los profesionales, médicos, ingenieros, etc., el comercio, algo así como fedecámaras, los dueños de camiones, fue algo que conmovió toda la estructura del gobierno, pero no lo debilitó porque surtieron un efecto contrario al planeado  que yo creo que era provocar una crisis institucional, crear un vacío de poder que tenía que llenarlo el Ejército…”.

Los últimos momentos

El lunes 10 de septiembre de 1973, Clarita lo vio por última vez; durante toda la tarde se despidieron y quedaron de encontrarse el día siguiente en la Escuela de Ingeniería, donde los dos estudiaban. El martes 11 de septiembre de 1973 ya llevaba varios días apoyando las guardias de los trabajadores, combinando con los estudios y la práctica profesional. En la madrugada comenzó el golpe de Estado.

La mañana del 11 se levantó más temprano de lo habitual, alertado por el aviso de movimientos de tropas en Valparaíso. Fue a la Universidad y al no encontrar a ninguno de sus compañeros para ofrecer resistencia, tomó un bus en dirección a la calle Vicuña Mackenna, donde se encontró con un compañero venezolano, Enrique Ortiz, quien lo conminó a irse a la Embajada puesto que “ya no había nada que hacer”. Enrique le respondió a su tocayo: “No, yo voy a Vicuña Mackenna (Cordones Industriales), tengo compromisos con los trabajadores y ellos creen que esto se puede revertir”.

Presumiblemente era la idea de la resistencia y la dignidad la que le mantuvieron en pie a los Cordones Industriales, puesto que era un ejército de trabajadores, estudiantes y pobladores, desarmados, solo con la convicción de que podrían ofrecer resistencia a la maquinaria golpista que recién mostraba sus primeras acciones la mañana del martes, anhelando los congregados que llegaran las armas prometidas.

Acta de defunción de Enrique, donde se señala que fue muerto en la vía pública a causa de una «herida de bala cérvico raquimedular», a las 17:30 hrs. del miércoles 12 de septiembre de 1973.

Según una carta fechada en diciembre de 1973, donde su novia le explica a María Isabel Maza lo ocurrido “…empezaron a hacer llamados por la radio que todos se fueran a las industrias y centros de trabajo… No pude quedarme en casa y partí a buscar a Enrique, no sé por qué, pero había algo que me hacía buscarle. Antes había ocurrido lo mismo con el Tancazo, pero no tuve miedo y esperé pacientemente noticias de él. Pero ese día no podía. Primero fui a su departamento, pero no contestó, luego fui a la Escuela, ya se la habían tomado y él no estaba, se me hacía tarde y tuve que volver a casa desesperada. Esperé todo el día noticias, pero no se comunicaba conmigo, además de no saber lo que estaba pasando, porque a esas alturas ya no había información; solo se escuchan los sonidos y balas y bombardeos, y lo peor era que había toque de queda y no podía salir. Finalmente, al anochecer me llamó por teléfono y dijo que se encontraba ‘vivo todavía’, que no me preocupara porque estaba en un lugar seguro y que todos sus amigos estaban bien, le pedí que me dijera dónde estaba, pero se negó, tanto insistí que dio el teléfono y mencionó un sitio llamado Zeus. Me pidió que escuchara radio por si llegaban a hablar y dar alguna información en FM porque ellos no tenían. Luego de colgar busque esa industria, la encontré, pero me asustó mucho más al ver su ubicación; estaba en el cordón Vicuña Mackenna y seguramente era donde debía estar concentrado la mayoría de los militares, entonces comprendí por qué se había negado a decirme dónde quedaba… Pasó como una hora y escuché la muerte de Allende y lo llamé, dijo ya saberlo. Dijo que me llamaría a la mañana siguiente, que iría a mi casa”.

La desesperación, el desasosiego, la rabia y la impotencia se habían apoderado de cada uno de los hombres y mujeres que protegieron con sus vidas las fábricas, las calles y los hogares del Santiago de 1973.

Vieron avanzar los tanques, cerrar las radios, iniciar los bombardeos de La Moneda, asesinar gente y escucharon el último discurso del compañero Allende. Con las manos apretadas y los dientes apretados, con el llanto resbalando por el rostro resistieron entre unas y otras fábricas del Cordón Industrial, hasta que a medianoche una ráfaga de ametralladoras invadió las propias puertas de la empresa Luchetti, donde se habían reunido los combatientes que quedaban resistiendo.

Uno a uno fueron sacados con la más cruel violencia, desnudados, torturados, los acostaron en el húmedo y frío suelo de un estacionamiento. Trataron de quebrar la moral de los detenidos.

A Enrique lo increpó un carabinero que le gritó: “Tú, cubano, corre”. Él habría respondido que era venezolano y no cubano, y que no correría, entendiendo que le sería aplicada la “ley de fuga”. Sin embargo, le obligan a salir de la fila y se le colocó contra una pared, donde le descargaron 17 tiros de ametralladora. Su cuerpo fue arrojado frente a la fábrica de pastas Lucchetti, desde donde fue trasladado al Instituto Médico Legal, ubicado en la comuna de Independencia.

Periódicos de Venezuela dedicaron tapas a la noticia de la muerte de Enrique, 1973.

Continúa Clarita en la carta:

“Miércoles 12: Esperé toda la mañana que me llamara y no lo hizo, luego llamé yo, pero nadie contestó. Seguí llamando todo el día con el mismo resultado. Había toque de queda todo el día.»

«Jueves 13: Continuó el toque hasta las 12 y se reanudó a las 18 hrs. Se prohibió ir a la zona céntrica, pero Enrique vivía en esa zona, así que fui a pesar de la prohibición. No había nadie en el departamento.”

“Viernes 14: No me avisaron de nada y volví a ir donde Lenin, pero ellos no estaban. En ese momento yo no tenía ninguna persona para poder encontrarle y volví desesperada. En la noche me llamaron de la embajada y me dijeron estar asilados todos, menos Enrique, pero que no me preocupara porque se creía que estaba bien.»

“Sábado 15: Salí a la calle y me encontré con un venezolano que solo conocía de vista, lo paré y le pregunté por Enrique y él me dijo que estaba muerto. Salí a buscarlo. Primero fui al hospital, luego al estadio, pero no recibía ninguna clase de información segura, solo que no estaba y tenía que esperar horas para esa respuesta.”

“Domingo 16: Busqué en los regimientos, pero tampoco me dijeron nada.”

Funerales de Enrique en Cumaná, 1973.

“Lunes 17: Ya no tenía donde ir, porque no sabía dónde estaban los muertos, así que fui al diario, tenía un pariente y él me aconsejó que no siguiera buscando más porque ni siquiera ellos sabían. Me dio un solo dato, que fuera a buscar a los cementerios y les rogara que me mostraran las listas de los enterrados. Fui allí y no figuraba. En el cementerio me dijeron que viera en la morgue podría ser que todavía se encontrará en el depósito de cadáveres. Partí inmediatamente y lo encontré, pero no tuve valor para reconocerlo. Luego fui a buscar a los muchachos, pero ellos ya se habían ido, gracias a Dios estaba Toño. Más tarde hubo que hacer una serie de de trámites que duraron días para poder sacarlo de allí. Lo vi antes que lo sacaran de allí y lo depositaran en la urna, su estado era deplorable… Con las personas que he conversado, todas dicen lo que otras les dijeron. Hay confusiones en los sitios, algunos dicen que fue en IRT (otra industria del sector), yo sé que es imposible que haya llegado hasta ese lugar, son sectores distantes del lugar donde se encontraba y la zona demasiado vigilada. Otros dicen que fue en Tisol, que es lo más probable, son lugares vecinos a Zeus… Quedan muchas dudas. ¿Por qué estaba allí? Según él, cooperaba o ayudaba al Partido Socialista. Ese día seguramente obedeció las órdenes de Allende. Había días que él se quedaba en las industrias de noche y qué hacía allí, no sé. Según él se temía un golpe y por eso se quedaba.”

Clarita, acompañada de Toño Ferrer y Elena Amaro, inició los trámites para repatriar los restos de Enrique. Llevó la noticia a la Embajada de Venezuela y desde allí al hogar de la familia Maza.

Hortensia Bussi, viuda de Salvador Allende, visita la tumba de Enrique, 1973.

La noticia, sin embargo, fue ambigua en un principio ya que se dijo que “habría fallecido un joven de apellido Meza”, cuestión que confundió a la familia de Omar Meza, cuyos padres sintieron la desesperación y el dolor de los Maza en la primera hora del anuncio. Esta información fue aclarada en breve.

El cuerpo de Enrique fue transportado a Caracas el 29 de septiembre, desde donde sería trasladado hacia Cumaná, bajo medidas extremas de seguridad.

Fue su hermana María Isabel, quien junto a Simón Sáez Mérida y José Vicente Rangel, tuvo la dolorosa misión de tramitar ante el Ministerio de Relaciones Exteriores la entrega y traslado del cuerpo a la ciudad de Cumaná. En el avión viajaría además una veintena de miembros de la Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención (Disip).

La instrucción entregada a María Isabel en el Ministerio por supuestos “funcionarios” fue que el cuerpo de Enrique no podía ser velado sino que debía ser sepultado de inmediato. Al llegar a Cumaná el avión fue esperado por centenares de estudiantes y personas de la comunidad, conmovidas por la terrible noticia. Fue su hermano José, médico, quien revisó el cuerpo del joven, comprobando los impactos de bala, lo crecido de su barba… su asesinato.

El 30 de septiembre fue sepultado en el Cementerio General de Cumaná. La prensa local reseñó la muerte de Enrique, se le rindieron homenajes en las universidades y liceos. Su familia, y en especial sus hermanos, así como sus más cercanos amigos, mantienen vivo su recuerdo.

El 11 de abril de 2018, en las instalaciones de la Casa Central Andrés Bello de la Universidad de Chile, el Rector de la institución, Ennio Vivaldi, junto a otras autoridades, entregaron de manera póstuma los títulos de licenciatura a 100 estudiantes ejecutados por la dictadura, entre ellos a Enrique Maza Carvajal, graduado 45 años después como Ingeniero Eléctrico. Al acto acudieron amigos, compañeros y una sobrina de «Pellizco».

Recepción del título universitario de Enrique, abril de 2018.

El olvido no logró arrancarnos la vida de Enrique y hoy lo levantamos en un homenaje a todos los estudiantes de izquierda, al internacionalismo que mueve a las y los luchadores que han forjado este sueño de revolución que hoy construimos entre todas y todos.

 ¡Honor y gloria a Enrique Maza Carvajal!

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Cris González Directora

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Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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