VER PERO LEER │ ¿Libro o película? Adaptaciones de tres novelas italianas al cine

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Por Sebastián López y Jaume Domènech

¿Qué interés pudiera suscitar en las nuevas generaciones la literatura italiana y el pasado siglo de oro del cine? ¿Qué significado tiene para América Latina y el Caribe el postneorrealismo italiano? No cabe duda que hasta por simple curiosidad se hace necesario revisar el aporte italiano a la cultura, ni qué decir de sus grandes pintores y escultores, sin hablar de la música, pero en esta ocasión queremos referirnos al cine; al que se produjo en la Italia de finales de la Segunda Guerra Mundial, después de Mussolini. La Italia humilde y en ruinas, de la que hablaba Passolini en sus poemas.

Es en la decadencia que surge una nueva expresión en el cine de autor que irradiará dramáticamente a toda la humanidad, con sus luces y su estética de país en ruina, su propuesta gatopardiana y un atractivo número de obras que contaban historias trágicas de la vida real, con una exquisitez aleccionadora para el mundo de las luces. A veces indivisible la línea entre el neorrealismo y el postneorrealismo en la cinematografía, nos atrevemos a presentar estas seis obras; tres novelas y tres películas, cuyo papel protagónico, de los autores como de sus actores, ejercerá enorme influencia en la cultura en general occidental.

Tres buenos ejemplos de novelas cuyas películas son clásicos, a la par que la obra literaria, convirtiendo a su vez a la obra cinematográfica en joyas de la historia del cine, son El gatopardo, y en general el cine de Visconti, Vittorio De Sica y Sublini, quiene son por sí solos lumbreras en el camino cinematográfico.

Este esfuerzo por analizar el postneorrealismo italiano a partir de estas tres obras tiene como objetivo traer a ustedes una agenda casi olvidada por una parte del público que prefiere las opciones digitales al alcance de la mano y se olvida o simplemente desconoce que aquel esfuerzo fílmico cambió la forma de contar las historias. Que el llamado séptimo arte es a su vez, y lo decía Vladimir Ilich Lenin, en el fragor del triunfo de la revolución socialista soviética “…la más importante de todas las artes”; aquella expresión, casi un mandato, hizo que convergieran como una fuerza centrípeta los y las grandes historiadores, poetas, pintores, filósofos, dramaturgos, músicos, escritores y cineastas en un esfuerzo creativo monumental, que permitió dar a conocer en el mundo aquel sueño de una sociedad que reivindicaba al proletariado y que lo puso a la vanguardia en todas las formas del arte y que le imprimió un lenguaje propio al cine y este a su vez habló en lengua rusa al mundo.

Pero volvamos al cine italiano de la postguerra. Para salir un poco de la estética hollywoodense, es necesario adentrarse en la historia y buscar en el cine italiano también el inicio, los hilos que condujeron a varios de los cineastas latinoamericanos y caribeños que plantearon la nueva estética, una filosofía propia y un lenguaje que hablaba desde la tierra afro-indoamericana al resto del mundo.

En varias entregas iremos repasando algunas propuestas distintas al cine meramente comercial, con la seguridad de llegar a aportar a la ampliación del imaginario cultural en tiempos de pandemia. En este trabajo dos consumidores de libros y de historias, de cine y música, provenientes de realidades y generaciones distintas, cruzamos nuestros análisis de tres novelas fundamentales en la literatura italiana hechas películas, y describimos amplias coincidencias a pesar de las brechas metodológicas e incluso generacionales, que pudieran significar algunas no conformidades respecto a las formas y temporalidades con las cuales se lee o se observa una obra de arte.

He aquí tres libros y tres filmes magistrales vistas por dos representantes de generaciones distintas, en contextos vivenciales también diferenciados por las respectivas cuarentenas que les tocó vivir en estos años 20. 

Primer Libro

El Gatopardo

(Giuseppe Tomasi de Lampedusa)

Se ha dicho que Giuseppe Tomasi de Lampedusa solo pretendía escribir una novela histórica ambientada en el risorgimento, con recuerdos familiares y, en concreto de la figura de su bisabuelo Giulio Fabrizio, príncipe de Salina, durante el proceso de unificación de Italia, cuando prohombres del Piamonte recurren a Giussepe Garibaldi, capitán de la marina y encendido defensor de la libertad, para comandar su famosa tropa de las mil camisas rojas (de hecho 1088 hombres y una mujer) para liberar el reino de las Dos Sicilias, donde Francisco II de Nápoles, de la corrupta dinastía borbónica, era Rey. Los mil desembarcaron en Marsala en 1860 y Garibaldi asume el poder en nombre del rey Víctor Manuel, entrando triunfante en Palermo.

Ese es el contexto histórico y en base a él se ha querido ver en El Gatopardo una especie de recordatorio familiar y novela histórica, aunque se ha señalado también que «para gozar de una novela como El Gatopardo hay que admitir que una ficción no es esta realidad en la que estamos inmersos sino una ilusión que a fuerza de fantasía y de palabras se ha emancipado de ella para constituir una realidad paralela..». Así resulta que el extraordinario interés de la novela no reside tanto en la trama histórica, sino en el juego sutil de la complicada realidad interior del personaje y el tema de la progresiva decadencia de una aristocracia arruinada y caduca se transforma en el libro en una contemplación lírica y sensible del fluir, devenir, morir o cambiar de las cosas.

Y que Tomasi de Lampedusa veía su libro como algo más que una crónica histórico-familiar lo encontramos en una carta que el 30 de mayo de 1957, dos meses antes de fallecer, escribió al barón Enrico Merlo di Tagliavia y que no fue encontrada entre las páginas de un libro, en el año 2000: «…Querido Enrico: En la carpeta de piel encontrarás el texto mecanografiado de El Gatopardo.. Te ruego que lo leas con cuidado porque cada palabra ha sido pensada y muchas cosas no están dichas claramente, sino solo sugeridas… Me parece que tiene cierto interés porque muestra a un noble siciliano en un momento de crisis (que no está dicho que sea sólo la de 1860), cuál es su reacción y cómo se va acentuando la decadencia de la familia hasta su desintegración casi total: pero todo esto visto desde dentro, con una cierta identificación del autor y sin ningún rencor… Sicilia es la que es: la de 1860, la de antes y la de siempre. Creo que el conjunto no está exento de cierta poesía melancólica… Atención: el perro Bendico es un personaje importantísimo y es casi la clave de la novela».

En cuanto a la técnica de la novela no hay duda que las lecturas de Giussepe Tomasi de Lampedusa mientras la escribía eran de Marcel Proust y Virginia Woolf. Alguien ha comparado El Gatopardo con Paradiso, de Lezama Lima, y con Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier. Amo esas dos novelas pero el Caribe es el Caribe y el sur Mediterráneo otra cosa, son, creo yo, sensualidades distintas, más vegetal aquella, más piedra y nostalgia esta, la herencia grecorromana pesa demasiado.

Tomasi fallece en Roma el 23 de julio de 1957, adonde ha viajado desde Sicilia a fin de intentar curarse de un cáncer de pulmón que se le ha diagnosticado en abril. Tiene 61 años, pues había nacido en Palermo en 1896. Y muere sin haber podido revisar las galeradas de su novela, El Gatopardo, cuyo manuscrito, después de haber sido rechazado por las editoriales Mondadori y Einauidi, publicará Feltrinelli gracias a los esfuerzos de Giorgio Bassani, fallecido ya el escritor.

Visconti llevó magistralmente la novela a la pantalla, e hizo, contra todo pronóstico, de Burt Lancaster no solo un Príncipe Salina creíble, sino genuino, de Alain Delon un convincente Tancredi, el que parece querer hacer comprender la situación a su tío, diciendo aquello siempre utilizado para las más diversas situaciones: «Tutto cambi perche nulla cambi», y de Claudia Cardinale, la Angélica más hermosa de la historia del cine.

Termino tomando prestada la opinión del escritor inglés E. M. Forster sobre la novela: «Uno de esos grandes libros que van por libre. No es una novela histórica, sino una novela que sucede en la historia».

La película

Il Gattopardo (1963)

Dirección: Luchino Visconti.

Productor: Goffredo Lombardo.

Guion: Suso Cecchi d’Amico, Pasquale Festa Campanile, Massimo Franciosa, Enrico Medioli, Luchino Visconti.

Música: Nino Rota.

Fotografía: Giuseppe Rotunno.

Montaje: Mario Serandrei.

Basada en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Situada en la época del risorgimento italiano.

Es difícil poder escribir sobre una de las películas más icónicas de uno de los grandes directores de la historia, sobre todo si se trata del épico filme El Gatopardo.

A mediados del siglo XIX, los tiempos están cambiando, y hasta el clima lo siente. Los vientos de una transformación llegan hasta el sur, a Sicilia. Ahí, los aristócratas se ven alterados cuando arriban los camisas rojas de Garibaldi, con el plan de unificar a un país formado por piezas dispares que no encajan entre sí.

Nos concentramos en la vida y la familia de Don Fabrizio (Burt Lancaster), príncipe de Salina.

Como consecuencia de la llegada de las tropas de Garibaldi, Don Fabrizio decide llevar a su familia a refugiarse en una propiedad que él posee en Donnafugatta.

Don Fabrizio comprende la historia; que hay una evolución constante y los cambios no pueden ser frenados. Sabe que se acaba el tiempo de la nobleza y los aristócratas.

Sabe que su clase social privilegiada ya se ha vuelto rancia y necesita encontrar un nuevo rumbo.

Haciendo una metáfora de lo que es la nueva Italia, Don Fabrizio decide casar a su enérgico y listo sobrino, Tancredi (Alain Delon) con la hija de un terrateniente, la bella Angelica (Claudia Cardinale), forjando así una unión o un pacto entre la nobleza y la burguesía.

Don Fabrizio es un hombre que no lucha contra la historia o el destino, que no trata de imponerse sobre lo que sabe que se avecina, sino que acepta, de forma dramática y con el aire de decadencia que le aporta Visconti, a ser disuelto en estos tiempos modernos, y no ser más que una estatua arrimada a un rincón de un palacio.

Esto es, estar presente mimetizándose con el entorno. Mantener su estatus en la nueva sociedad.

Son destacables los monólogos de Don Fabrizio Salina, y cómo ve que será el rumbo que tomará la joven nación, pero además, sobre su tierra, Sicilia.

Diría de los sicilianos, como un pueblo: “Acabado, deshecho, aburrido, que vive en un prolongado sueño y odiará a todo aquel que le despierte”.

De Luchino Visconti ya hemos hablado bastante anteriormente, y su vida no es un misterio como para no poder ver con claridad que no había mejor persona en el mundo del cine, que haya sido más capaz de representar a la nobleza italiana que él: un noble italiano. Pero además de noble, un comunista.

Esa mezcla, más la cultura y sensibilidad artística de Visconti, haría que fuese él quien creara el filme más bello y nostálgico de la nobleza, a la vez que muestra la decadencia de la aristocracia.

Visconti habría influido bastante en los tratamientos de guion que se hicieron antes de llegar a un libreto definitivo, y dijo: “El libro es visto a través de los ojos de un príncipe siciliano que no tiene conciencia social con el pueblo. El pueblo apoyó a Garibaldi y luego fueron destruidos por los piamonteses. La conciencia popular fue estrangulada por la forma en que la clase alta de Piamonte intentó mantener la estructura social del sur como sea”.

Y así es tal y como se dice, en la frase de Tancredi: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”.

Las productoras Titanus y MGM querían tener a un artista de renombre para el papel protagónico y Visconti no tardó en sugerir al actor ruso soviético Nikolai Cherkasov para hacer el papel de Don Fabrizio. Cherkasov ya era bastante conocido mundialmente por sus papeles protagónicos en las cintas de Sergei Eisenstein Iván el Terrible 1 y 2 (1944, 1957) y Alexander Nevski (1938). Sin embargo, tras conocer que Cherkasov no estaba en condiciones, Titanus y MGM propusieron que la decisión en torno al rol de Don Fabrizio estuviese entre: Gregory Peck, Anthony Quinn, Spencer Tracy o Burt Lancaster.

Los productores escogieron al último, Burt Lancaster, sin informarle de nada de esto a Visconti, quien claramente se sintió insultado. La tensión no tardó en aparecer en el set e hizo que Visconti se mostrara seco e indiferente ante Lancaster. Sin embargo, al trabajar juntos y al entenderse el uno al otro forjaron una amistad que duró el resto de sus vidas.

Lancaster ya era un fanático de la obra de Lampedusa, por lo que se dice que dudaba de aceptar el papel ya que para él: “ya era muy perfecta siendo novela”. El actor norteamericano diría sobre Visconti que fue “el mejor director con el que he trabajado”.

En el rodaje, todos los actores hablaban en sus idiomas correspondientes. Lancaster rodó todos sus diálogos en inglés, por ejemplo. Luego fueron doblados por otros actores al italiano, cosa que era habitual en el cine italiano de esa época.

Pero podemos destacar no solo la belleza y la capacidad actoral de Claudia Cardinale, sino su destreza con los idiomas, ya que en set decía los diálogos en inglés cuando interactuaba con Burt Lancaster; en francés, que era su lengua materna, cuando actuaba con Alain Delon, y en italiano al estar con otros actores.

De los cuatro grandes cortes que tuvo el filme (205 min. –considerado excesivo por el director y los productores–; 195 min.; 185 min.; y 161 min.), Visconti decía que su versión favorita era la de 185 min.

El de 195 min. fue la versión usada para el Festival de Cannes.

Y el de 161 min. fue la versión presentada en Estados Unidos, editada por los distribuidores de 20th Century Fox, esto, nuevamente, sin el consentimiento ni la supervisión de Visconti, quien se mostró descontento tanto con la edición como con el doblaje.

“No siento que sea mi filme en absoluto”, diría el aristócrata milanés. El director amenazó con demandar a la Fox, quienes a su vez amenazaron con una contra demanda.

La cinta fue estrenada en el Festival de Cannes de 1963, ganando la Palma de Oro.

Entre las escenas más destacables se encuentra el asalto de los camisas rojas, en un épico plano secuencia en que cientos de extras participan en una batalla bellamente coreografiada y filmada.

Otra escena a destacar es la mítica secuencia del baile, donde se muestra todo el lujo y a aquella agonizante clase social dando uno de sus últimos suspiros, pero que sirve además para que nuestro protagonista, Don Fabrizio, vuelva a erguirse como el noble aristócrata de gran linaje que es, en un conmovedor baile que tiene con Angelica.

Pero una de las escenas más icónicas que encuentro es la secuencia que nos muestra luego del viaje, donde la familia de los Salina presencian una misa. Dicha familia, inmóviles, cubiertos de polvo mientras la cámara los enfoca. Son verdaderas estatuas. Uno podría considerar que son las estatuas de sal de las leyendas bíblicas. O uno puede verlos como que son iguales a aquellas estatuas que adornaban los descuidados jardines de la villa Salina en San Lorenzo, de estilo clásico, que alguna vez fueron esplendorosas y bellas estatuas, pero ahora han sido erosionadas, con extremidades que faltan y roídas por el tiempo.

Cartel filme.

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Sebastián López Cineasta

Jaume Domènech Ambientalista

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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