Aproximación a la música de Ennio Morricone

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Por Yoselina Guevara López

La desaparición física de Ennio Morricone no deja solo un gran vacío en la industria cinematográfica, sino en el panorama de la música y el arte en general. Fue un artista lleno de genialidad, con una extraordinaria capacidad de multiplicar sus niveles de expresión sonora lo cual es efectivamente la razón fundamental por la que su éxito perdura durante más 60 años, sin límites generacionales y con una vigencia cada vez mayor. Amado por su país, su fallecimiento el 6 de julio ha hecho que en toda Roma espontáneamente se escuche su música desde las casas y locales.

A pesar  de ser un compositor reconocido mundialmente, Morricone mantuvo siempre una vida moderada, sencilla y simple, sin excentricidades, alejado de escándalos y excesos. En sus años más longevos continuaba siendo un apasionado por el estudio, con su aplicación constante y razonada a los problemas de composición. No renunció al diálogo abierto con su público, a su pasión por la experimentación, siendo capaz con ello de darle al séptimo arte un nuevo sentido e importancia en el gusto musical. No hay ningún género que la obra de Morricone no haya cruzado, ni forma cinematográfica en la que no haya dejado una huella imborrable.

Una carrera musical

La música de Morricone es el resultado imprevisible de una personalidad polifacética, animada desde sus años de formación por intereses variados y experiencias compositivas libres de esquemas previos, capaz, por tanto, de injertar tradiciones en una mezcla estilística de rara eficacia, sobre la que se impone el estricto control de su formación académica. De hecho, durante su niñez y juventud realizó estudios formales de música bajo la dirección de su padre, Mario Morricone, quien también era instrumentista. Se graduó en el Conservatorio Santa Cecilia de Roma como Trompetista y compositor bajo la guía de Goffredo Petrassi e inició a trabajar realizando diversas colaboraciones con la música popular y la industria cinematográfica.  

Influencia del Grupo de Improvisación Nuova Costanza

En la década del 60 Morricone formó parte de uno de las agrupaciones musicales más vanguardistas del momento. Creada por el compositor italiano Franco Evangelisti en Roma, el grupo empleaba distintos géneros y formas de composición que abarcaban jazz, funk, serialismo,minimalismo, música concreta y otras técnicas de música sinfónica contemporánea. Utilizaron grabaciones, instrumentos no tradicionales, técnicas jazzisticas para emisión del sonido, música electrónica, entre otras.

A través del encuentro con este colectivo Morricone rompe las costumbres musicales e inicia a componer bandas sonoras de la calidad de El Bueno, el feo y el malo (1966) con Sergio Leone como director cinematográfico. Se atrevió a traducir al lenguaje musical el sonido natural de un “coyote”, conjugando melodías fáciles pero con soluciones tímbricas inusuales, con el resultado de pasar por alto los escollos del melodismo fácil. La gama de colores de su música la confió a instrumentos no convencionales, desde el silbato humano hasta las notas desgarradas del marranzano (Instrumento musical sicialiano), desde el arghilofono (pariente de la ocarina) hasta la armónica de boca, injertados en una alfombra de percusión de látigos y yunques golpeados. Empleó una guitarra eléctrica lo suficientemente agresiva para incorporar la modernidad extendiendo el diálogo a la tradición clásica, apoyándose en las voces de un coro masculino y una orquesta de cuerdas. Al trabajar de esta manera, Morricone permitió que su música lleguara a un público heterogéneo tanto desde el punto de vista cultural como generacional.

Érase una vez en América, colaboración con Sergio Leone

En 1984 Morricone continuó su colaboración con Leone, obteniendo uno de los resultados cinematográficos-musicales más extraordinarios de la historia del séptimo arte. La importancia de la partitura se basa en la magistral combinación de música e imágenes. Morricone se adaptó al ritmo melodramático del cuerpo fílmico y se sumergió en un romanticismo impregnado de nostalgia, en el que los temas y el avance de la partitura por superposición orquestal se reflejaron en una perfecta simbiosis con la película. Esta amalgama tan perfecta llegó al punto de que la música y el rodaje nacieron al mismo tiempo, de hecho algunos temas llegan a preceder al rodaje y se reprodujeron en las propias locaciones, con una plantilla reducida, para ayudar a la concentración de los actores y a la inmersión en esa atmósfera elegíaca que se cierne sobre toda la obra. El desarrollo de las frases melódicas se confió a un solo instrumento (indistintamente violín, piano o flauta de pan) y el resto de la orquesta dibujó variaciones contrapuntísticas sobre el tema principal, según un clímax que alcanzó su ápice en la parte central, para luego deslizarse discretamente hacia una conclusión confiada a las ligaduras de las cuerdas o del arpa.

La Misión, la injusticia de los Premios Oscar

Uno de sus trabajos más importantes de Morricone y en el cual se observa el máximo nivel de madurez de composición musical es la banda sonora de la película La Misión (1986) de Roland Joffé. En esta obra Morricone construyó una dialéctica interna entre las partes, donde cada voz de la partitura contiene un desarrollo autónomo del tema, pero capaz de interactuar con las demás en diversas combinaciones, que adquieren valores simbólicos precisos. La melodía más famosa de la partitura es «El oboe de Gabriel», interpretada en varias ocasiones durante el transcurso de la cinta por uno de los protagonistas, el personaje del sacerdote Gabriel. En el desarrollo de este tema se recogió el legado de una tradición posrenacentista, vinculada específicamente al período del siglo XVIII, en el que se desarrolla la película, pero imprimiendo al mismo un valor metafórico. «El oboe de Gabriel» se convirtió así en un reflejo del carácter, del mundo de las ideas que lo acaricia, su «encarnación ética» y difícilmente se podría imaginar un desarrollo más adecuado de la melodía.

En su procesión soñadora, el tema de Gabriel prefigura ese sentimiento ideal de comunión que empujará al padre jesuita a seguir creyendo en una evangelización libre de oportunismo, en solidaridad con los guaraníes, negándose a tomar las armas. A este tema meditativo se unen el obstinado coro de los nativos («Vita, vita nostra»), único en 3/8, y un contrapunto a cuatro voces que desarrolla el texto latino «Conspectus Tuus», en el que se hace una clara referencia al estilo de Palestrina. En esta recreación de la música del siglo XVI es imposible no ver la voz oficial de la Iglesia católica; además de la presencia de soluciones típicamente cinematográficas, como la amplia gama del uso de las cuerdas, que alejan al coro del rigor formal del estilo «a cappella». A partir de las notas del tema étnico, el compositor introdujo otra melodía, marcada por el ritmo percusivo de las flautas de madera y capaz de acompañar los momentos más reflexivos de la película.

La música se convirtió así en actor e intérprete, no solo en complemento o apoyo de la acción; no obstante, en el film la obstinación del director Joffé hizo que se pierda parte de la excelencia musical. El propio Morricone en una entrevista lo señaló: «Joffé es un gran director, pero es uno de los que tiene miedo de la música y quizás teme que la expresividad que da la música a la escena resalte la falta de ella”. La injusticia contra Morricone se hizo presente en los Premios Oscar 1987 siendo nominado y al cual el público y la crítica especializada lo daban como ganador, pero venció la estatuilla la partitura de Herbie Hancock para la película Round Midnight de Bertrand Tavernier. Este trago amargo acompañó hasta el final de sus días a Morricone, quien inclusive en una entrevista televisiva por sus 90 años hizo referencia al infeliz hecho.

La vida en una banda sonora  

La producción musical de Morricone abarca sus más de 500 bandas sonoras en colaboraciones con aclamados directores cinematográficos como Sergio Leone, Brian de Palma, Quentin Tarantino, Gillo Pontecorvo, Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini, Mauro Bolognini, Elio Petri, Samuel Fuller, Marco Bellocchio, Marco Ferreri, Juan Luis Buñuel, entre otros. Pero además es también la banda sonora de la vida de miles de italianos e italianas que han señado en su existencia con los arreglos  musicales  de Morricone en canciones memorables como «Sapore di sale» de Gino Paoli, «Il mondo» de Jimmy Fontana, «Se telefonando» de Mina, «C’era un ragazzo che come me amava i Beatles e i Rolling Stones» de Gianni Morandi,”Abbronzatissima” de Edoardo Vianello, entre otras. En definitiva, su obra musical permanecerá por siempre y continuará desafiando a la muerte, como todos los grandes artistas.

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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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