Lecciones recientes, balcanización y Bolivia como ensayo futuro

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Por Alejo Brignole

No hace mucho leía un interesante artículo del sociólogo Atilio Boron (“El golpe en Bolivia: cinco lecciones”) sobre cinco lecciones de la historia y de la geopolítica que en América Latina nos negamos a incorporar como axiomas ya largamente demostrados. Ejercicio que ya no podemos postergar para nuestra supervivencia y superación regional. Boron afirma en su texto que esas cinco lecciones son, además, “de manual”. Es decir, básicas en grado sumo. El artículo explica que la etiología de nuestro derrumbes soberanos no reside en los fracasos económicos, ni en ausencias organizativas como Estados, sino en la voluntad manifiesta de un imperialismo que no descansa y que renueva sus tácticas, mejorándolas década tras década, potenciadas –entre muchos otros factores– por una incomprensible inacción de nuestra parte en momentos claves de la historia.

Pero… ¿por qué ante reiteradas derrotas y sus evidentes lecciones, nos empecinamos en no crear anticuerpos efectivos contra una hegemonía metódica y criminal? ¿Cuál es la razón para no tomar los recaudos necesarios –los más elementales diría Boron– para no replicar la historia, tal y como está ocurriendo ahora con Bolivia?

Por supuesto la respuesta es de una complejidad gordiana y para responder estos interrogantes no alcanzaría este artículo. Ni siquiera un denso ensayo. Lo que sí está que claro es que hay tareas mínimas, opciones asequibles y estructuraciones elementales que la América Latina descolonial podría abordar. Hugo Chávez y Fidel Castro demostraron que sí se pueden construir los andamiajes soberanos y que con voluntad política y espíritu de confrontación activa es posible engendrar instancias liberadoras: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), o el boicoteado Banco del Sur dieron prueba de ello.

Por parte de Bolivia, esta visión de lo posible fue gravemente desatendida en el campo estratégico continental, con repercusiones claras en el tablero regional al caer en saco roto la muy saludable premisa de la “fraternidad internacionalista”. El eje soberano nuestroamericano, refractario a la injerencia externa y a los esquemas de subordinación, se vio afectado por estas omisiones en que el Gobierno del MAS-IPSP incurrió, afectado por un cierto autismo estratégico que fue notable, sobre todo en los últimos años. La salvación de Bolivia era conjunta, nunca aislada, por más altos índices macro y microeconómicos que pudiera haber en su tabla estadística.

«Hugo Chávez y Fidel Castro demostraron que sí se pueden construir los andamiajes soberanos y que con voluntad política y espíritu de confrontación activa es posible engendrar instancias liberadoras»

Como dato ilustrativo, el Gobierno de Evo Morales supuso que implementando la Escuela Antiimperialista Juan José Torres para los sectores castrenses –grande y revolucionaria iniciativa– alcanzaba para inhibir las influencias coloniales del Pentágono y el Departamento de Estado, que desde hace décadas intoxican nuestras instituciones. Si bien es verdad que la expulsión de la Administración para el Control de Drogas (DEA) y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y el cierre de la embajada estadounidense en Bolivia fueron decisiones valientes y tácticamente mejoradoras, fueron a todas luces insuficientes.

Este descuido contribuyó a las políticas de acoso y derribo que EE.UU. desplegó desde la asunción de Mauricio Macri, Jair Bolsonaro y Lenín Moreno. La falta de aportes pecuniarios de una Bolivia neorica al sostenimiento soberano de las instituciones bolivarianas, también fue determinante y funcional a Washington, que trabajó inteligentemente hasta llevar a mínimos la Unasur. Objetivo que alcanzó su cenit en 2018, cuando el 20 de abril de ese año Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú suspenderían su participación en la organización debido a la situación de acefalía. Una acefalía, por supuesto, inducida desde el Pentágono, que ordenó a los gobiernos de la derecha más sumisa y genuflexa (con Moreno a la cabeza) desatender sus obligaciones con el organismo.

Por otra parte, el golpe de Estado en Bolivia –consumado progresivamente desde las elecciones del 20 de octubre– si bien se encuadra como un golpe híbrido, propio de la Guerra de Cuarta Generación ya planteada en la década de 1990 por investigadores estratégicos norteamericanos como Joseph Nye, o descrita por  los coroneles chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui,  en su libro Guerra Irrestricta: Nuevo Concepto en un Mundo Globalizado, vimos que la resolución final del golpe se acercó mucho a los cánones tradicionales implementados durante el siglo XX: insubordinación de las FF.AA, autoacuartelamiento y toma de edificios emblemáticos como símbolo del nuevo orden impuesto por la fuerza.

Si bien hubo componentes propios de la guerra irrestricta planteada para el nuevo siglo (uso de redes para la desinformación masiva, deconstrucción de la figura presidencial mediante ataques neuronales a la emotividad pública –Evo y el MAS son contrarios a Cristo– o inoculación de descontentos prefabricados en una población beneficiada por las políticas que se intentan destruir); lo cierto es que EE.UU. finalmente debió utilizar la compra de la cúpula militar –a cargo del general Williams Kalimán Romero, Comandante en Jefe del Ejército– y de los jefes policiales en todo el país. Tácticas análogas a las utilizadas en Ecuador en 2010 para intentar derrocar a Rafael Correa. Es decir, el golpe en Bolivia tuvo mucho de Golpe Duro (Hard Power), tradicional.  Metodologías imperiales que la propia historia latinoamericana nos recuerda a gritos con solo hacer un repaso superficial de sus peores tragedias golpistas (Guatemala en 1954; República Dominicana en 1963 o Chile en 1973, por mencionar unos pocos episodios rupturistas de nuestra institucionalidad a cuenta de la superpotencia del norte).

«La salvación de Bolivia era conjunta, nunca aislada, por más altos índices macro y microeconómicos que pudiera haber en su tabla estadística»

Bajo esta mirada, la revolución indígena de Evo Morales desoyó los susurros de la historia y para cuando el golpe arreció no estaban organizados los anticuerpos mínimos necesarios para defender el proceso democrático iniciado en 2005. Ninguna agrupación indígena, ni sindicato obrero o cocalero, ni movimientos de base, se hallaban armados u organizados para la resistencia y defender el Estado Plurinacional que estaba en la mira imperialista desde sus inicios. Incluso y a pesar de que Washington ya comenzaba a dar señales claras de sus intenciones desde el 2016, tras la mediatizada derrota del referendo para la repostulación de Evo.

Sin dudas, esta inobservancia de la historia, de las constantes estratégicas en la dinámica hegemónica estadounidense en nuestra región, le costó a Evo Morales su presidencia y a América Latina un alfil fundamental en la lucha continental. Por estas mismas razones, el artículo de Atilio Boron citado más arriba, indica muy sabiamente que debemos estudiar los «manuales publicados por diversas agencias de EE.UU.», pues en ellos están escritas las hojas de ruta de nuestra dominación y expolio.

Ante este análisis primario que la propia senda política latinoamericana nos dicta con abrumadora elocuencia, cabe formularse algunas preguntas: ¿No sopesaba el aparato del MAS-IPSP la magnitud de su ofensa emancipatoria contra un hegemón previsible en sus dispositivos contrarrevolucionarios? ¿Qué lugar le adjudicaba Evo Morales a la reacción oligárquica financiada y apoyada comunicacionalmente por EE.UU.? ¿Resulta lógico para un gobierno confrontado con todos los poderes imperiales, quitar de su ecuación la defensa armada de su propio proceso interno?

Estas preguntas se responden solas ante este otro interrogante que ofrece pistas claras: ¿Por qué Venezuela todavía no cayó y Cuba lleva 60 años resistiendo exitosamente? Entre muchos de los factores que lo explican, en ambos casos flota uno de manera insoslayable: la arquitectura defensiva popular de estos gobiernos.

En el caso de Cuba, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) fueron el reaseguro ante los constantes intentos desestabilizadores externos. Los CDR permitieron inhibir cualquier metástasis solapada durante décadas, hasta hoy. No en vano el lema de los CDR es: “Con la guardia en alto”. Premisa que Evo Morales infaustamente ignoró. O por lo menos no le otorgó el estatus real que las circunstancias exigieron desde que puso un pie en el Palacio Quemado.

En Venezuela, en cambio, fueron la unión cívico-militar propiciada por Hugo Chávez y las Milicias Bolivarianas, que fungen como garantía de una segura vietnamización en un eventual conflicto armado con EE.UU. Un naipe que Washington no quiere jugar cuando lleva las de perder. Incluso en Venezuela estas milicias se hallan atomizadas para la defensa de las empresas nacionales estratégicas, con los llamados “cuerpos combatientes”, que garantizan el funcionamiento de cada ente productivo, a la vez que se involucrarían en un eventual escenario de agresión interna-externa.

«La resolución final del golpe se acercó mucho a los cánones tradicionales implementados durante el siglo XX: insubordinación de las FF.AA, autoacuartelamiento y toma de edificios emblemáticos»

Para diversos pensadores estratégicos de Washington, como el influyente Thomas Barnett, entre otros, este siglo XXI debería caracterizarse en términos geopolíticos, por una creciente balcanizacióndel mapa latinoamericano. Azuzar –es decir, crear, planificar, profundizar y financiar– los conflictos internos, propiciando separatismos territoriales como el de la Media Luna Oriental boliviana (sofocada por Evo Morales en 2008) y una inestabilidad creciente de la región para evitar toda sistematización en la defensa de sus recursos. La destrucción o severo deterioro de nuestros Estado-Nación, tal como sucede en África desde sus procesos descoloniales en la década de 1960, generaría un lubricado acceso a los recursos y a la aplicación de estrategias sumergentes, optimizándolas.

Visto en perspectiva, las guerras de la antigua Yugoslavia –luego Libia y actualmente la guerra en Siria– han propiciado un eficaz laboratorio de pruebas que se ha repetido desde entonces en diferentes escenarios globales y con matices. Para América Latina, allí está el espejo futuro. El reflejo claro de lo que la usinas militaristas estadounidenses –la Corporación Rand o el   Council on Foreign Relations, entre otras– planifican para la región sudamericana, hoy en disputa en el nuevo esquema multipolar.

Si bien hay líneas interpretativas más domésticas para el golpe en Bolivia (las presiones brasileñas por el dominio energético local, o el interesado boicot chileno del proyecto boliviano del Corredor Bioceánico) lo cierto es que Bolivia se encuentra en el centro de la Ruta de la Seda sudamericana planteada por China. Es decir, como punto neurálgico del corredor interoceánico y del Ferrocarril Transoceánico (FTO). Factores que elevan al país como territorio de primer orden de la disputa geoestratégica entre China y EE.UU. Y además en su el propio terreno, según lo planteado por la Doctrina Monroe. Sin olvidar la puja por el litio y la inminente asociación con empresas chinas para su industrialización en suelo boliviano que Evo estaba negociando. Instancias que sin dudas aceleraron los mecanismos del golpe.

Así las cosas, resultaba imperioso convertir a un país como Bolivia –que lideraba los índices mundiales de crecimiento económico, inclusión social y redistribución de la riqueza– en un Estado cuasi fallido en donde hoy se cometen delitos de lesa humanidad auspiciados y silenciados por los países sumergentes que han logrado, una vez más, sus tradicionales objetivos: sumergir a una nación periférica que intentó con éxito romper sus ataduras del asimétrico sistema capitalista global.

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Alejo Brignole Analista internacional y escritor



Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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