Por Atilio Boron
Este próximo domingo el pueblo de Bolivia deberá tomar una decisión trascendental, que excede el significado de una elección presidencial. Sin restarle valor a esta, lo que está en juego es una opción histórica, un desafío para las naciones que componen el Estado Plurinacional: consolidar los formidables avances realizados durante la presidencia de Evo Morales, que convirtió a la otrora atrasada y estancada economía boliviana en la más dinámica de Latinoamérica, o elegir un melancólico retorno al pasado.
Arnold Toynbee tenía razón cuando decía que la evolución de las sociedades (y las civilizaciones, en su caso) dependía de la respuesta que fuesen capaces de dar ante los grandes desafíos que las confrontan. Y el que hoy se le plantea a las naciones de Bolivia, reunidas en el Estado Plurinacional, es saber si tienen la sabiduría y la valentía para proseguir por la senda que convirtió a ese país en el más luminoso ejemplo de progreso integral de la sociedad, no solo en el ámbito de la vida económica, sino también en el político y cultural; o si respondiendo a prejuicios ancestrales o temores atávicos se acobardan ante la dimensión de las profundas transformaciones que tuvieron lugar en el país y retroceden, buscando refugio en un pasado borrosamente recordado y que la oligarquía mediática se encarga de idealizar. No solo eso: también de ocultar el verdadero holocausto social y económico que produciría en Bolivia el retorno de sus antiguos gobernantes y sus gastadas políticas. Basta con echar una mirada a la tragedia argentina o ecuatoriana para persuadir a la población de que la vuelta a la hegemonía neoliberal que Bolivia padeció por décadas sería una catástrofe de inconmensurables proporciones, más allá de un imperdonable error.
«Basta con echar una mirada a la tragedia argentina o ecuatoriana para persuadir a la población de que la vuelta a la hegemonía neoliberal que Bolivia padeció por décadas sería una catástrofe de inconmensurables proporciones»
Los medios, punta de lanza del imperio, escamotean la realidad porque en esa “prehistoria” de Bolivia están la crónica pobreza de la enorme mayoría de la población, el desprecio y maltrato a los pueblos originarios y los pobres en general, la absoluta debilidad de un Estado incapaz siquiera de pagar a sus funcionarios, la indefensión popular ante la rapacidad de las oligarquías locales y el imperialismo, el saqueo de sus bienes comunes, la migración forzada de millones en busca de una vida mejor y la ferocidad con que los gobiernos de turno reprimían a quienes luchaban por una vida digna. Este maligno ejercicio de fomentar la desmemoria, de dulcificar y minimizar los sufrimientos del pasado, es una táctica que tiene por objeto adormecer las conciencias y fomentar la desconfianza o el temor que produce la positiva evolución experimentada por Bolivia desde el 2006 en adelante. Transformación que modificó arcaicas relaciones sociales, que puso fin al sometimiento y la humillación de las naciones originarias, que eliminó el analfabetismo, que sacó de la pobreza a millones de personas, que redistribuyó significativamente la riqueza, expandió la educación y la salud públicas y que recuperó las riquezas naturales para su pueblo. Y que puso fin a la aparentemente incurable maldición de la inestabilidad política con sus secuelas de violencia represiva y estancamiento económico. Estas positivas mutaciones fueron reconocidas inclusive por personas e instituciones poco predispuestas al socialismo comunitario, como el Financial Times, por ejemplo. Este periódico inglés publicó en su edición del 27 de octubre del 2015 un voluminoso suplemento dedicado a “La nueva Bolivia”, donde se dice, entre otras cosas, que dada la excepcional importancia del litio en las nuevas tecnologías de la información y comunicación este país bien podría ser la Arabia Saudita del siglo XXI. Va de suyo que cambios de esta magnitud modifican esclerotizadas relaciones de fuerza y por eso la oposición a Evo, en un esfuerzo desesperado, apela a cualquier recurso con tal de retornar al pasado. Disponen de enormes recursos para ello: dinero, bancos, empresas, el apoyo de “la embajada”, medios de comunicación con los que pueden difamar y mentir con total impunidad. Pero, ¿se habrá olvidado el pueblo boliviano de las matanzas ocurridas bajo el Gobierno de Sánchez de Lozada, o los que cayeron durante las heroicas “guerras del gas” y “del agua”? No creo. Es difícil tapar el sol con un dedo. Pude comprobar hace pocos días el carácter vivaz y vibrante de la sociedad civil en Bolivia. Estoy seguro que ante del desafío de Toynbee optará por seguir avanzando por el camino trazado por Evo y los movimientos sociales en lugar de caer en la ilusión de creer que la fórmula que tantas veces fracasó en el pasado (las que utilizaron Sánchez de Lozada, Banzer, Quiroga, Mesa) sería exitosa si se volviera a aplicar.
__________________________________________________________________
Atilio Boron Cientista político