Francisco Fajardo, el mestizo

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Por Félix Roque Rivero

La ola derrumbadora de estutuas y de mitos que inició recién en los Estados Unidos con las protestas de los afrodescendientes en defensa de sus Derechos Humanos y que continuó con México con la partida de la estatua de Cristóbal Colón del Paseo La Reforma y la exigencia del presidente Andrés Manuel López Obrador a la corona española para que pida perdón a los pueblos latinoamericanos por los desmanes cometidos en la conquista invasora y durante el colonialismo salvaje, llegó a Venezuela que, en conmemoración del  «Día de la resistencia», el gobierno que preside Nicolás Maduro, ordenó cambiar el nombre de la principal avenida de la capital Caracas, Francisco Fajardo, por el del cacique Guaicaipuro, jefe indiscutible de la tribu de los indios Teques.

Francisco Fajardo nació en «la Margarita», como se le decía en la Colonia a esta bella isla y cuyo nombre originario fue Paraguachoa, en el año 1524. Era hijo –tal y como lo refiere José de Oviedo y Baños en su Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela– de un hombre noble que se llamaba también Francisco Fajardo y de Doña Isabel, una india cacica de la nación Guaiqueri, que a la vez era nieta de un famoso y poderoso cacique llamado Charayma, con mucha influencia en el valle de Maya, en la provincia de Caracas.

Fajardo era un tipo políglota, dominaba muchas lenguas y dialectos indígenas. La relación con su madre era muy estrecha y todo se lo consultaba. Fue así como le expuso su plan de viajar a tierra firme para conocer y conquistar un valle que, según le habían dicho, tenía una vegetación hermosa, tierras muy fértiles bañadas por un río llamado Guaire, que tenía minas muy ricas en oro en la región de los indios Teques. Tal vez lo que no le contaron a Fajardo era que esas tierras no estaban solas. Allí habitaban los indios Arbacos, comandados por el cacique Terepaima, y también los indios Teques, liderados por el cacique Guaicaipuro, Taramainas y Chagaragatos, comandados estos últimos por el cacique Guaimacuare.

Fajardo era muy habilidoso, cuenta Oviedo y Baños. Como dominaba varias lenguas, quiso con maña asegurarse el afecto de los indios. Fue afectuoso y cariñoso con ellos y, ayudado por el cacique Guaimacuare y sobre todo por Naiguata, el más poderoso señor que habitaba en la costa y que era tío de Doña Isabel, madre de Fajardo, porque era hijo de un hermano de su abuelo Charayma, creyó Fajardo que aquella empresa de conquista y poblamiento sería pan comido. No fue así y Fajardo debió regresar a la isla de Margarita con más pena que gloria.

En 1557 Fajardo regresa a tierra firme con nuevos bríos en su afán de conquistador. Esta vez se hizo acompañar de su madre Doña Isabel  y con ella todas las puertas se le abrieron, era muy querida y respetada aquella cacica Guaiqueri. Llevaba en sus bolsillos Fajardo unos títulos otorgados por el Gobernador para que fuera el jefe político de toda la costa, desde Borburata hasta Macarapana. No todo era color de rosas, entre los soldados que le acompañaban habían unos sinvergüenza que empezaron a cometer abusos y vejaciones contra los indígenas. Esto no gustó a los caciques y le encomendaron a uno de ellos, llamado Guaimacuare, que convenciera a Fajardo de que se regresara a su isla con todos sus peroles y pertrechos. Uno de aquellos altivos cacique llamado Paisana, recelaba en extremo de Fajardo y facultado por una resolución tomada por la Junta de Caciques decidió enfrentarlo y le plantó sitio en el Collado, lugar llamado luego la Guaira. Motivado al hambre y al envenenamiento de los pozos de agua donde Fajardo y sus acompañantes se abastecían, muchos murieron, entre ellos su madre, la cacica Isabel.

El cacique Paisana quiso negociar una salida honrosa, diríase sin vencedores ni vencidos. Envió emisarios a parlamentar con Fajardo. Este aceptó la tregua e invitó al cacique al fuerte donde se encontraba. Paisana llegó al lugar acompañado de algunos de sus valientes compañeros. De inmediato, sin mediar palabra, Fajardo ordenó apresarlos y, faltando a la pública fe de su palabra, sin juicio alguno, lo ahorcó de la cumbrera de la casa y lo mismo ordenó hacer con otros 10 indios. Se trató, como bien refiere Oviedo y Baños, «de una acción indigna de un corazón magnánimo y que mancilla la fama de Fajardo, pues para tan cruel violencia nunca pudo hallar razón que pasase por disculpa».

Ante sus reiterados fracasos por conquistar el valle de los Caracas, Fajardo vuelve a intentarlo, solo que esta vez es detenido por el Justicia Mayor de Cumaná, Alonso Cobos,el año 1564, quien le hace un juicio sumario y lo condena a muerte, dándole garrote y haciendo arrastrar su cuerpo por las calles de Cumaná atado a la cola de un caballo.

Si bien no existen pruebas documentales para acusar a Fajardo, el mestizo margariteño, de genocida y, procurando entender el contexto de su realidad histórica, sin duda que en la conducta de este hombre hubo expresión bárbara y cruel, muy propia de los invasores conquistadores españoles que, considerando que los indígenas carecían de alma, cometieron tales crímenes que ahora la justicia universal les reclama y demanda. Así como del Capitolio estadounidense ordenaron retirar las estatuas de los esclavistas algodoneros como Henry Clay, ahora el nombre del mestizo Fajardo es borrado de la autopista que serpenteante atraviesa el Valle de Caracas.

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Félix Roque Rivero Abogado

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