La misteriosa biblioteca de Stalin

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Por Javier Larraín

Fue en 1933, cuando trasladó su residencia a una campiña en Kuntsevo –en las afueras de Moscú–, que Iósif Stalin pudo por fin cumplir uno de sus más preciados sueños de juventud: tener una biblioteca privada.

La leyenda de voraz lector nos remonta a sus años de seminarista en Tiflis, donde descubrió a los franceses Víctor Hugo y Honoré de Balzac, a los poetas alemanes Friedrich Schiller y Heinrich Heine, a los rusos Nikolái Gógol, Fiódor Dostoyevski, León Tolstói y Antón Chéjov, además de la novela El parricida, de su coterráneo Alexander Qazbeghi, de cuyas páginas extrajo su primer seudónimo, “Koba”.

Pero el futuro “hombre de acero” consagró parte de su juventud a escribir y publicar algunas de sus poesías románticas –bonachonas e ingenuas–, labor que prontamente dejó a un lado para dedicarse a la actividad política; misma que le llevó, en los albores de la Revolución rusa de febrero de 1917, a editar el periódico bolchevique Pravda.  

Según testimonios de colaboradores cercanos, a meses del triunfo de las huestes de Lenin, en un departamento situado en el Kremlin Stalin se instaló con quien sería su segunda esposa, Nadezhda Alilúyeva, comenzando así su propia recolección de cuanto documento, folleto, periódico y libro se publicara en el país de los soviets, materiales que fueron clasificados a partir de 1925 por su secretario personal, Iván Tovstuja, y en parte trasladados a Kuntsevo.

La mítica biblioteca del dirigente comunista constaba de alrededor de 20 mil títulos, catalogados –por orden suya– en 32 secciones, donde ocuparon un sitial preferencial: política, economía, psicología, historia y arte. Igualmente, casi un cuarto de los ejemplares fueron estampados con el distintivo: “Biblioteca de Stalin”, mientras que cerca de medio millar fueron meticulosamente sometidos a decenas de anotaciones –con tinta negra y roja– por parte de su dueño; de estos últimos solo se conservan 391.

Libros con anotaciones personales.

Se cuenta que Stalin consultaba aproximadamente 500 libros al año –un orden de quinientas páginas al día–, todos traducidos al ruso y georgiano ya que leía con dificultad el alemán y el francés. También que ocupaban sus principales estantes las Obras Completas de Marx y Engels, editadas por el erudito marxista ucraniano David Riazánov –relegado, torturado y fusilado en 1938 por disposiciones del propio Stalin–, además de todo lo publicado por y sobre Lenin y una selección de estudiosos del marxismo como Karl Kaustky, Paul Lafargue, Karl Radek, Antonio Labriola y, fundamentalmente, sus opositores políticos en las filas del comunismo soviético como Nikolái Bujarin, Grigori Zinoviev, Lev Kámenev y León Trotsky, cuya Historia de la Revolución Rusa tiene  glosas que dictan: “mentiroso”, “esto no es verdad”, entre otras. El lugar de las mujeres lo monopolizaron las creaciones de las también izquierdistas Rosa Luxemburg, Clara Zetkin, Nadezhda Krúpskaya –viuda de Lenin con la que tenía públicas diferencias de todo tipo– y su leal amiga Aleksandra Kolontái.

Las lecturas de Aleksandr Pushkin –quizás su poeta preferido– las combinó con trabajos de Nicolás Maquiavelo y Adolf Hitler, las crónicas de John Reed y las novelas del estadounidense Upton Sinclair, las correspondencias de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti y las obras historiográficas referidas a los zares Iván “el Terrible” y Pedro “el Grande”, dando atención especial a los temas de guerra y la estrategia naval, junto con examinar, en plena Segunda Guerra Mundial, una selección de textos de Otto von Bismarck. Aunque en las postrimerías de su vida se dedicó con pasión al estudio de la lingüística y la arquitectura.

Poco se sabe del destino de los millares de libros que abarrotaron la biblioteca de Stalin, los que ciertamente nos permitirían adentrarnos en los recovecos de su mente. Hay quienes dicen que, obedeciendo a su voluntad, la policía política soviética, con Lavrenti Beria en persona, extrajo e hizo desaparecer la casi totalidad de sus cartas, manuscritos y libros. Por el momento, solo podemos acceder a los centenares de títulos resguardados en el Archivo Estatal Ruso de Historia Política y Social, cuya sección “Archivo de Stalin” puede ser consultado en la web.  

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Javier Larraín Jefe Editorial

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