Por Pedro Ballestero
Decir de ti, cuando todo lo dijiste, no es fácil. Hablaste de lo que quisiste y como
quisiste. Te dedicaste a cosas que mencionaste sencillas, pero, solo sencillas para
ti, que tenías la capacidad de mirar la luna y exprimirle un poema en pleno
mediodía. Escribías raspao sobre la panela de hielo y los puntos y comas se volvían
tamarindo, parchita, colita y leche condensada.
Aprendí a escucharte antes que leerte y después de leerte me digo, que bueno fue
escucharte, lleno de pausas hermosas, con ese acento tan bonito y caraqueño que
se perdió en los autobusetes que cruzan el Guaire de sur a norte y de oeste a este.
Cada vez son menos los amoladores, pero cuando escucho caer las estrellas fugaces
en las noches de mi pueblo, sé que apareces entonando los carrizos del viento.
Tu credo tiene la virtud de no tener templos ni monjes vestidos con batolas oscuras.
Tu credo es creíble. Está hecho con palabras santas y mundanas, donde la amistad
seguirá siendo un reto para quien la practique.
A tu loco Juan Carabina lo veo siempre, esperando a que cuando te bajes del
autobús en la plaza, le traigas de Caracas las monedas de chocolate que atesoraste
debajo de la almohada junto a tus dienticos de leche.
Hoy tu nombre juega y se columpia en el recreo de las escuelas.
Invita para tu fiesta a Alí, a César, a Luis Mariano, a Otilio, a Andrés Eloy y también
a María Rodríguez y José Julián; a Juan Esteban, Pío Alvarado, a Ricardo Aguirre,
Neguito Borjas, Pancho Prin y Fulgencio Aquino; a El Indio Figueredo, El Carrao, a
Zobeida, Rosa Vegas y María Baroni, Freddy Reyna y Alfredo Almeida, Bárbaro
Rivas, Reverón, Gualberto, Cruz Quinal y Morocho Fuentes.
Ese momento será una de esas cosas sencillas que a ti te gustaban, sin porteros ni
alfombras y a la sombra de una cotoperí.
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Pedro Ballestero Director de teatro