Por Marcos Roitman Rosenmann
El Gobierno de Evo Morales ha sido derrocado. Se cumple la máxima. Sin la participación de las fuerzas armadas y las plutocracias desplazadas del poder, la ruptura del orden constitucional se antoja inviable. Los golpes de Estado no son blandos, duros, de guante blanco, simplemente son. La alianza cívico-militar es condición sine qua non para su triunfo. Otra cosa es el papel de los actores comprometidos en la sedición golpista. La estrategia depende de la coyuntura, la correlación de fuerzas y el contexto internacional. Los tiempos cambian. Hoy, en Bolivia vemos emerger nuevos factores en la estrategia golpista. Destaca la aparición de un personaje atípico: Luis Fernando Camacho, empresario, presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, ligado a los golpistas que en 2010, encabezados por Branko Marinkovic y Eduardo Rózsa Flores, croata-bolivianos, buscaban proclamar la independencia en los departamentos de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija. Camacho toma fuerza tras las elecciones del 20 de octubre, lanzó acusaciones de fraude electoral reforzadas por organismos internacionales de carácter regional (OEA), la prensa internacional y la derecha latinoamericana. De manera interna cuenta con el apoyo de las iglesias evangélicas y aglutina el desprecio de los criollos hacia los pueblos originarios. En su ascenso desplaza del tablero al excandidato presidencial Carlos Mesa y su coalición Comunidad Ciudadana. Asimismo, la oposición en la Asamblea Legislativa tampoco controla la situación. En este contexto, Camacho declara: el señor Carlos Mesa tuvo tiempo para acompañar esta lucha, pero la búsqueda de querer ser presidente le ha hecho perder la objetividad de una lucha mayor, que es la paz del país. Un iluminado se convierte en figura determinante. Ya no se trata de convocar a nuevas elecciones, se busca la inhabilitación política del Presidente. Se llama a tomar las calles, las instituciones, los locales del MAS, secuestrar a sus dirigentes y familiares, quemar sus casas, generar miedo. El odio acumulado por la plutocracia en un país donde la dominación oligárquica se funda en un discurso de superioridad étnico racial es el aglutinante. Alcaldes atados a los árboles, obligados a caminar de rodillas, insultados, sacados de sus hogares, apaleados, amenazados de muerte. La violencia en manos de hordas suple la acción de las FFAA y la policía amotinada. Una situación novedosa en la técnica del golpe de Estado, sin olvidar el anticomunismo. La embajada de Cuba y Venezuela son asaltadas por encapuchados. México ofrece asilo al Presidente y sus sedes se abren a un exilio forzado.
Las FFAA educadas en la doctrina de la seguridad nacional, no han sufrido grandes transformaciones en estos años de gobiernos del MAS. Ni siquiera el ascenso a teniente, capitán o mandos de tropa provenientes de los sectores populares altera la dependencia ideológica de las FFAA a las directrices de la seguridad hemisférica diseñada por Estados Unidos y el Comando Sur. Su comandante en jefe, Williams Kaliman, pide la renuncia de Morales. El golpe de Estado se consuma. Con su actitud, lanzan un mensaje: no haremos nada por mantener el gobierno legítimo. Mientras, la policía sigue el mismo comportamiento dejando hacer. El discurso anticomunista de guerra fría aflora como argumento.
En un acto estudiado, Camacho se traslada a La Paz, rodilla en tierra y Biblia en mano, da gracias a Dios, deposita su ultimátum en la Casa del Pueblo. Cita a Pablo Escobar, llama a seguir su ejemplo y anotar el nombre de todos los traidores de la patria. Mesa ha perdido el control. En un intento por tomar la iniciativa declara sentirse emocionado por la renuncia de Evo y en su Twitter sentencia: «A Bolivia, a su pueblo, a los jóvenes, a las mujeres, al heroísmo de la resistencia pacífica. Nunca olvidaré este día único. El fin de la tiranía. Agradecido como boliviano por esta lección histórica. ¡Viva Bolivia!» Haga lo que haga el presidente Morales, no tiene interlocutores. Carlos Mesa se convierte en comparsa. La OEA declara el proceso electoral del 20 de octubre un fraude. Los aliados de Camacho no condenan el golpe. Macri y Bolsonaro, tanto como los gobiernos de Chile y Colombia, se niegan a calificar los acontecimientos de golpe de Estado. Estados Unidos se alegra de la renuncia y apoya el golpe.
Las organizaciones populares, sindicatos y fuerzas sociales que acompañaron el proceso sufren una ruptura. Las contradicciones se hacen explícitas y los reproches afloran. Lo que tanto costó construir en tres lustros del MAS puede desaparecer en horas o días. Los logros sociales, económicos, étnicos, culturales, de género que hicieron de Bolivia un ejemplo en programas de salud, educación y vivienda serán demonizados, considerados los causantes del golpe de Estado. Vuelven los tiempos de oscuridad. Por ahora las noticias no son alentadoras. Solo cabe resistir.
l gobierno de Evo Morales ha sido derrocado. Se cumple la máxima. Sin la participación de las fuerzas armadas y las plutocracias desplazadas del poder, la ruptura del orden constitucional se antoja inviable. Los golpes de Estado no son blandos, duros, de guante blanco, simplemente son. La alianza cívico-militar es condición sine qua non para su triunfo. Otra cosa es el papel de los actores comprometidos en la sedición golpista. La estrategia depende de la coyuntura, la correlación de fuerzas y el contexto internacional. Los tiempos cambian. Hoy, en Bolivia vemos emerger nuevos factores en la estrategia golpista. Destaca la aparición de un personaje atípico: Luis Fernando Camacho, empresario, presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, ligado a los golpistas que en 2010, encabezados por Branko Marinkovic y Eduardo Rózsa Flores, croata-bolivianos, buscaban proclamar la independencia en los departamentos de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija. Camacho toma fuerza tras las elecciones del 20 de octubre, lanzó acusaciones de fraude electoral reforzadas por organismos internacionales de carácter regional (OEA), la prensa internacional y la derecha latinoamericana. De manera interna cuenta con el apoyo de las iglesias evangélicas y aglutina el desprecio de los criollos hacia los pueblos originarios. En su ascenso desplaza del tablero al ex candidato presidencial Carlos Mesa y su coalición Comunidad Ciudadana. Asimismo, la oposición en la Asamblea Legislativa tampoco controla la situación. En este contexto, Camacho declara: El señor Carlos Mesa tuvo tiempo para acompañar esta lucha, pero la búsqueda de querer ser presidente le ha hecho perder la objetividad de una lucha mayor, que es la paz del país. Un iluminado se convierte en figura determinante. Ya no se trata de convocar a nuevas elecciones, se busca la inhabilitación política del presidente. Se llama a tomar las calles, las instituciones, los locales del MAS, secuestrar a sus dirigentes y familiares, quemar sus casas, generar miedo. El odio acumulado por la plutocracia en un país donde la dominación oligárquica se funda en un discurso de superioridad étnico racial es el aglutinante. Alcaldes atados a los árboles, obligados a caminar de rodillas, insultados, sacados de sus hogares, apaleados, amenazados de muerte. La violencia en manos de hordas suple la acción de las fuerzas armadas y la policía amotinada. Una situación novedosa en la técnica del golpe de Estado, sin olvidar el anticomunismo. La embajada de Cuba y Venezuela son asaltadas por encapuchados. México ofrece asilo al presidente y sus sedes se abren a un exilio forzado.
Las fuerzas armadas educadas en la doctrina de la seguridad nacional, no han sufrido grandes transformaciones en estos años de gobiernos del MAS. Ni siquiera el ascenso a teniente, capitán o mandos de tropa provenientes de los sectores populares altera la dependencia ideológica de las fuerzas armadas a las directrices de la seguridad hemisférica diseñada por Estados Unidos y el Comando Sur. Su comandante en jefe, Williams Kaliman, pide la renuncia de Morales. El golpe de Estado se consuma. Con su actitud, lanzan un mensaje: no haremos nada por mantener el gobierno legítimo. Mientras, la policía sigue el mismo comportamiento dejando hacer. El discurso anticomunista de guerra fría aflora como argumento.
En un acto estudiado, Camacho se traslada a La Paz, rodilla en tierra y Biblia en mano, da gracias a Dios, deposita su ultimátum en la Casa del Pueblo. Cita a Pablo Escobar, llama a seguir su ejemplo y anotar el nombre de todos los traidores de la patria. Mesa ha perdido el control. En un intento por tomar la iniciativa declara sentirse emocionado por la renuncia de Evo y en su Twitter sentencia: A Bolivia, a su pueblo, a los jóvenes, a las mujeres, al heroísmo de la resistencia pacífica. Nunca olvidaré este día único. El fin de la tiranía. Agradecido como boliviano por esta lección histórica. ¡Viva Bolivia! Haga lo que haga el presidente Morales, no tiene interlocutores. Carlos Mesa se convierte en comparsa. La OEA declara el proceso electoral del 20 de octubre un fraude. Los aliados de Camacho no condenan el golpe. Macri y Bolsonaro, tanto como los gobiernos de Chile y Colombia, se niegan a calificar los acontecimientos de golpe de Estado. Estados Unidos se alegra de la renuncia y apoya el golpe.
Las organizaciones populares, sindicatos y fuerzas sociales que acompañaron el proceso sufren una ruptura. Las contradicciones se hacen explícitas y los reproches afloran. Lo que tanto costó construir en tres lustros del MAS puede desaparecer en horas o días. Los logros sociales, económicos, étnicos, culturales, de género que hicieron de Bolivia un ejemplo en programas de salud, educación y vivienda serán demonizados, considerados los causantes del golpe de Estado. Vuelven los tiempos de oscuridad. Por ahora las noticias no son alentadoras. Sólo cabe resistir.
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Marcos Roitman Rosenmann Sociólogo y escritor
Fuente La Jornada