Tecnología y horror: el teatro cuántico de Occidente

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En esta nueva era de hiperconexión y tecnología cuántica, la ciencia ficción comienza a fusionarse con la realidad de una manera escalofriante. El teatro ya lo predijo, con su afilada capacidad de reflejar las tensiones invisibles de nuestra sociedad. Imagínate la escena: el personaje principal, café en mano, se sienta frente a su computadora, un MacBook Pro o una tablet de Motorola, como lo hacemos todos los días. Pero lo que parece una simple acción cotidiana —abrir un navegador o revisar correos— se convierte en una sentencia de muerte. El sonido seco de una explosión llena el teatro, el cuerpo del personaje cae, inerte, sobre el escenario. La pieza sigue, pero algo ha cambiado; los diálogos entre los personajes transcurren en una atmósfera espectral, posterior a la detonación. La tragedia no es solo la explosión, sino el control invisible que la precedió, el acto de estar siempre expuesto, siempre al borde.

Esta escena, vista en un experimento teatral e inicios de los 90 en Bruselas, puede parecer una exageración para algunos, pero encapsula una verdad profunda sobre nuestra relación con la tecnología occidental. En esta «guerra cuántica» —un conflicto hipotético, pero inquietantemente plausible—, los dispositivos que utilizamos a diario no son solo herramientas de vigilancia masiva, sino potenciales bombas de tiempo. Con la llegada de la computación cuántica, la posibilidad de que un ordenador distante, con un simple comando, transforme tu teléfono Motorola o tu computadora Mac en un arma letal ya no parece tan irreal.

En este teatro de lo cotidiano, el verdadero terror reside en la normalidad de las máquinas que usamos a diario. Los algoritmos observan cada acción, no solo para predecir nuestras preferencias, sino para dibujar con precisión nuestras coordenadas, radiografiar nuestra actividad y perfilar nuestros comportamientos. Los sistemas de ventilación y los protocolos de seguridad física de dispositivos como los MacBook Pro, con toda su sofisticación, podrían no ser suficientes frente a un ataque cuántico de precisión.

La metáfora del sobrecalentamiento se convierte entonces en algo más profundo. La sobrecarga de la CPU, que afecta a los dispositivos cuando realizan múltiples tareas, refleja la tensión bajo la que vivimos como usuarios de estas tecnologías. Mientras nuestros aparatos se calientan bajo el peso de procesos complejos, nosotros también sobrecargamos nuestra conciencia con la amenaza invisible que acecha detrás de cada aplicación, cada conexión Wifi, cada archivo descargado. ¿Estamos, como esos procesadores, al borde de un colapso, de un final programado a distancia?

Al final, la obra de teatro no es solo una pieza de entretenimiento, sino una advertencia: la vulnerabilidad de la tecnología no reside solo en el software o en el hardware, sino en la confianza ciega que depositamos en ella. Como en el escenario, la verdadera explosión puede no ser el estallido literal de un dispositivo, sino la fractura del control que pensamos tener sobre nuestras propias vidas.

Tecnología, poder y la paradoja de la resistencia

El reciente atentado en el Líbano, atribuido a Israel, no solo golpeó a Hezbolá, sino que también mostró cómo la tecnología cotidiana puede transformarse en un arma letal. Beepers, que parecían inofensivos, se utilizaron como detonadores, subrayando el control absoluto ejercido mediante la técnica. Este acto demostró que la guerra moderna no distingue entre combatientes y civiles y que la tecnología puede ser una herramienta de dominación.

Ortega y Gasset, ya advertía sobre la alienación que provoca la técnica. En este caso, lo cotidiano se convierte en un espectáculo macabro, donde los objetos comunes se vuelven instrumentos de muerte. Sin embargo, la historia enseña que la tecnología no garantiza la victoria. La resistencia afgana, usando técnicas tradicionales, logró superar al ejército estadounidense, mostrando que la verdadera victoria radica en la voluntad de subvertir el control con los medios disponibles.

Una nueva era de tecnología y terror

Edward Snowden, calificó el incidente como «indistinguible del terrorismo». El uso de dispositivos de comunicación como detonadores desdibuja las fronteras entre terrorismo, sabotaje y guerra tecnológica, indicando una nueva realidad donde la tecnología cotidiana puede convertirse en una amenaza letal.

El atentado fue premeditado también con un fin. El de generar espectáculo perverso, con simbolismo fuera de todo código.

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Alfonso Ossandón Antiquera Chileno, periodista

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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