Cómo entender el Proceso de Cambio en Bolivia

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La historia –objetivamente considerada– es una sucesión continua de acontecimientos en las diferentes áreas sociogeográficas del mundo entero. Considerada subjetivamente, es la reconstrucción de dicha sucesión –o de dichas sucesiones– en base a la memoria colectiva y, particularmente, de los documentos que son el sustento material de dicha memoria. La misma palabra –historia– designa al objeto del trabajo intelectual y la ciencia que lo estudia. Esta historia tiene siempre un carácter muy selectivo. La llamada “historia universal”podría definirse como la “suma” de las historias locales, pero no es así. En realidad, los acontecimientos históricos de alcance universal son solo aquellos que trascienden a las historias locales e influyen sobre el mundo entero. Ahora bien, como esta historia a menudo está ligada al dominio material y cultural de determinado país o potencia, la historia universal suele ser “escrita” por la potencia dominante y en cierto modo identificarse con su propia historia. De aquí deriva, entre otras cosas, la dificultad de construir una historia universal que satisfaga a todos.

La historia local, en cambio, es más fácil de asirla y de escribirla. Los acontecimientos a elegir se circunscriben al área sociogeográfica pertinente. Las más importantes historias locales son las que se refieren a determinados países o naciones o conjuntos de naciones aglutinadas sociopolíticamente. Uno de los muchos problemas que surgen de estas concepciones es determinar en qué magnitud ciertos hechos “locales” se proyectan internacional o mundialmente.

Un segundo aspecto a considerar es la división temporal de la historia (sea universal o local). Las divisiones resultantes de estos procesos son construcciones teóricas que tratan de reflejar con la mayor fidelidad posible los hechos objetivos. Desde el punto de vista europeo-occidental, la división usual comprende las diferentes edades históricas: la Prehistoria, la Antigüedad (con los predominios sucesivos de Egipto, Grecia y Roma), el Medioevo (con dos hegemonías diferenciadas: Bizancio, en el llamado Oriente; y Europa, en Occidente). Y, finalmente, las dos “edades” próximas a nosotros: la llamada Edad Moderna (siglos XV al XVIII) y la Contemporánea (siglos XIX, XX y XXI). Desde hace más de un siglo esta división “usual” fue motivo de varias “críticas”, particularmente en relación con la contemporaneidad: son tan distintos los perfiles históricos de los siglos XIX, la primera mitad del siglo XX y la actualidad, que parece demasiada arbitraria la aglutinación de ellos en una sola edad histórica.

Algo parecido ocurre con la historia de Bolivia. La división usual y de mayor uso distingue las llamadas “épocas” Precolonial (hasta el siglo XV), Colonial (siglos XVI al XVIII) y Republicana (siglos XIX, XX y XXI). Cada una de estas tres denominaciones tiene su contenido o referente sociopolítico y dentro de esto se ha cuestionado la legitimidad de la República, con la pretensión de ubicar como obsoleto el siglo y tres cuartos de vida independiente de Bolivia.

Ahora bien, la fase de la historia republicana de Bolivia comprendida entre la Independencia y el presente (prácticamente dos siglos), puede también dividirse en varios períodos. Algunos, cómodamente, no hacen sino señalar los hitos extremos de estos períodos, mientras otros tratan de identificarlos con rasgos sociopolíticos más o menos metafóricos o “científicos”:

1. De la declaración de Independencia a la Guerra del Pacífico (1825-1879), largo período en el que Arguedas ubica cuatro procesos: el de la fundación de Bolivia; el de los caudillos letrados, el de la “plebe en acción” y el de los caudillos bárbaros; José Antonio Arze lo llama “período prefinanciero”, porque Bolivia se halla al margen de las finanzas internacionales; y Roberto Alvarado lo designa como el de la sociedad feudal-criolla, en ambos casos extendidos hasta fines del siglo XIX;

2. De la Guerra del Pacífico a la Revolución Liberal (1879-1899), la “guerra injusta” y la política republicana, en el lenguaje arguediano;

3. De la Revolución Liberal a la Guerra del Chaco (1899-1935), que Arze lo divide en dos fases: el de penetración predominante del imperialismo británico (1899-1920) y el de penetración predominante del imperialismo yanqui (1920-1952); y Alvarado como la “sociedad feudal burguesa”;

4. De la Guerra del Chaco a la Revolución de 1952 (1935-1952), que para los movimientistas en general es el período de gestación de la revolución “nacional”;

5. De la Revolución de 1952 hasta el gobierno de Siles (1952-1985), habitualmente señalado como el del predominio o modelo “nacionalista”; Arze lo definió como el período de la revolución democrático-burguesa y Alvarado como el de la “sociedad burguesa”;

6. De la subida de Paz Estenssoro en su tercer período hasta el ascenso del Movimiento Al Socialismo (MAS), llamado período neoliberal (1985-2005);

7. El Proceso de Cambio, protagonizado por el MAS con Evo Morales y Luis Arce Catacora como sus conductores (2006 al presente).

Por último, cada período tiene a su vez otras fases más cortas.

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Es importante señalar cuáles son los rasgos (o si se prefiere, las “realizaciones”) de cada una de estos períodos, pero aquí nos limitaremos a indicar los del último, o sea el Proceso de Cambio, que, en líneas generales, podría definirse como un proceso popular(o si se quiere “populista”, en el buen sentido de la palabra, autodenominado “socialismo del siglo XXI”), anticolonialista  y antiimperialista. A juicio de quien suscribe este artículo, estos rasgos esenciales son los siguientes:

–Primero, y en todo caso el más importante, la consolidación del Estado boliviano como un Estado Plurinacional. Es el resultado de una lucha secular, cuyo hito más próximo podría fijarse ideológicamente en 1960 con el libro de Jorge Ovando Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia. Una treintena de grupos étnicos o nacionales fueron reconocidos como naciones (incluida la boliviana o hispano-hablante).

–Segundo, una inusitada movilidad social (en gran parte económica y especialmente política) con el ascenso de indígenas (originarios) a funciones de conducción política nacional y local como correspondiente a la consolidación de la burguesía indígena como parte de la clase burguesa, pero con personalidad propia; y algo de estrechamiento de la brecha entre la pobreza extrema y la clase media; aunque lejos todavía de un socialismo considerado en sus rasgos clásicos.

–Tercero, la ruptura de la sumisión a potencias hegemónicas mundiales puesta de manifiesto con el rompimiento de relaciones diplomáticas de Bolivia con los Estados Unidos y la separación de la Iglesia y el Estado.

–Cuarto, como consecuencia del anterior rasgo, la incorporación de Bolivia en las corrientes y grupos internacionales adversarios al imperialismo, su presencia en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y su aproximación a los países socialistas y afines como Venezuela, Cuba, China, algunos del Oriente Medio, entre otros.

–Quinto, concordante con el carácter plurinacional del país, el ascenso (no sé si la expansión) de los idiomas indígenas a una jerarquía equiparable a la hasta ahora lengua española, con mayor peso en la enseñanza regular, la exigencia del conocimiento de alguna lengua nativa como requisito para el ejercicio de funciones públicas, etcétra.

–Sexto, un esfuerzo (todavía discutido en sus efectos) por restaurar al Estado como gestor de importantes empresas, especialmente en los ámbitos de los hidrocarburos, otras ramas extractivas (litio, etcétera), comunicaciones, caminos, seguridad social (y muy poco de los seguros comerciales tradicionales). No sé hasta dónde los rubros comerciales tradicionales y tecno-científicos. Esto sería lo más próximo al socialismo, cuya proclamación ha atenuado considerablemente la posición inicial de sus ideólogos que consideraban el comunismo como un instrumento de la colonización.

Como debilidades fácilmente perceptibles están la frondosa complejidad jurídica y administrativa o burocrática de procesos que deberían ser más democráticos, siendo la intromisión estatal en el régimen de los partidos y elecciones uno de los hechos más visibles. No tengo datos suficientes como para formular por lo menos conjeturas sobre el boom de la corrupción pública, el uso político de la Justicia y la delincuencia común en general, pero ciertamente los opositores al Gobierno hacen de ellas una de sus armas cotidianas de lucha política.

Suele decirse que cada modelo tiene su ciclo de gestación, nacimiento, crecimiento y caída. No faltan “politólogos”, “ideólogos” y “analistas” que han establecido en dos decenios la duración de estos ciclos. Pero es cierto que la duración misma y sus desenlaces no son previsibles sino en líneas muy generales. El análisis tropieza, además, con obstáculos provenientes de la pasión política (ya sea a favor o ya en contra) del proceso. La interrogante principal podría tal vez formularse en estos términos: ¿hasta dónde se pueden considerar consolidados e irreversibles los cambios de este proceso?

Algunos “analistas” (incluida gente de la oposición) reconocen que ciertos cambios son irreversibles (particularmente la plurinacionalidad y el ascenso social de algunos sectores); no pocos añoran el pasado cuasi-remoto de 20 o más años atrás. Internamente, los representantes del Proceso de Cambio se hallan enfrentados y grupos aliados se mantienen a la espera de su desenlace, pero es difícil saber si estos hechos son lo suficientemente fuertes como para hacer vulnerable el proceso. Todavía no se conocen los resultados del último Censo de Población y Vivienda y la proximidad de las elecciones de los órganos gubernamentales, legislativos y judiciales, generales y locales, mantiene al país en la expectativa. Pero lo que sí parece haber es el reconocimiento de que el cambio del Proceso de Cambio es inminente, ya sea en el sentido de su consolidación histórica o de un relativo retorno hacia el pasado.

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José Roberto Arze Boliviano, historiador

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1 COMENTARIO

  1. «Pero lo que sí parece haber es el reconocimiento de que el cambio del Proceso de Cambio es inminente, ya sea en el sentido de su consolidación histórica o de un relativo retorno hacia el pasado.»
    El desafío para la dirigencia e integrantes del actual modelo político, es consolidar lo ya avanzado y buscar formas creativas de repotenciamiento de las propuestas comunitaristas y que éstas permeen a mayores capas de la sociedad, para una verdadera hegemonía desde los sectores populares .

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