Correlación de fuerzas de un evento histórico de trascedental vigencia ayer, hoy y por siempre

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Por Edgar Alejandro Lugo Pereira

Mucuritas, 28 de enero de 1817. En el desesperó que ahogaba al General Pablo Morillo por aniquilar al Ulises del llano profundo venezolano, ordenó a su lugarteniente General La Torre, cumplir esta azarosa tarea táctica y desarrollar una maniobra que eliminaría la temida caballería de Páez, para lo cual dispondría de 2.300 hombres de infantería y 1.700 jinetes realistas, para llevarlo a una zona de matanza prevista para tal fin.

Sin duda alguna era, desde el punto de vista de su ejecución, una maniobra perfecta para asestar un duro golpe contra la fuerza patriota, y así recuperar el control del territorio llanero hasta las márgenes del Río Arauca.

Sin embargo, es preciso acotar que quién conoce el terreno y lo lee correctamente tiene el 50% del triunfo asegurado, ya que el otro restante reposa en el compromiso del combatiente y en la calidad absoluta de su comandante y, en este caso excepcional, no había una razonable duda que hiciera debilitar la resolución de la caballería del mayordomo en obtener la victoria.

Páez sabía, por su instinto de cazador, entender a cabalidad a sus rivales, les hostigaba cuando hacían rancho, les acosaba cuando dormían, les perturbaba con ruidos y gritos desgarradores, haciendo revivir los mitos y leyendas del oscuro llano infernal.

«Florentino y el Diablo» personificados día a día, noche tras noche sin parar, sin tregua,; en fin, un eterno galimatías despiadado y mortal como la danza de la Mangosta para acabar a la Cobra artera venenosa.

Al iniciarse el despliegue táctico operacional, las unidades de maniobra realistas consolidaron la integridad de sus componentes empeñados en el terreno, para atraer la caballería del Taita y evitar su velocidad. La visión del General La Torre , Sebastián de la Calzada y Remigio Ramos, era la de envolver la caballería patriota en una operación de tenaza para posteriormente liquidarla con la presión de los cuadros de infantería y así bloquearla y no dejarle escapar.

Poco duraría esta iniciativa ya que Páez –utilizando una columna de jinetes que al final de su carga frente al enemigo se separarían en dos columnas más pequeñas y apuñalarían los flancos de la formación española infringiendo en el proceso numerosas bajas dada esta situación y a la negativa de La Torre a no cambiar el centro de gravedad de su formación y delatar su próximo movimiento de inmediato al ordenar cargar la caballería en contra de las columnas patriotas– mandó la retirada de sus elementos arrastrando tras de sí a toda la caballería realista. Al ver esto, en su persecución el Comandante Remigio Ramos no evalúo que había caído en un trampa y observó con terror indescriptible cómo aparecía entre la polvareda levantada, tal cual un velo fantasmal, una tercera columna de caballería patriota que arremetió como un ariete contra las líneas de la caballería española, desarticulándola por completo.

Mientras tanto, La Torre trató de otear con su largavista el horizonte y confiado en la resolución de Ramos para terminar a los patriotas alzados, pudo observar con espanto y horror que la carga de caballería asesina que salía de la tormenta de polvo que enceguecía todo no era la del Comandante Ramos, sino la infernal caballería de Páez, para terminar la tarea emprendida desde temprano en la mañana: hacer desaparecer los batallones de infantería que manchaban con sus trémulas botas la faz de la sabana venezolana.

Inmediatamente Sebastián de la Calzada ordenó a viva voz la formación en cuadro cerrado, para contener la tropelía que hambrienta de sangre venía a mandarles al infierno de Dante a las tropas españolas, que ya no contaban para su protección a su preciada caballería.

¡Horror! Gritaban los soldados al ver y sentir en sus huesos la muerte inminente de sus fatuos deseos por contar un día más de sus vidas en esta Tierra de Gracia para pocos y de desgracia para la mayoría de los combatientes en la formación de batalla.

De improviso e inesperadamente llegó el fuego, consumiendo el monte seco maquiavélicamente, incendiado a propósito por las huestes patriotas, como una unidad más desplegada y complotada con el viento soplador que insuflaba demonios calcinantes, emergiendo del laberno de la mente brillante de su terrible contendor.

Bajo esa extrema condición soportaron catorce cargas incontenibles de caballería llanera que poco a poco fueron diezmando, paulatina y sanguinariamente, a la formación infante; hasta que se ordenó la retirada, escuchándose lo siguiente: «Salvad vuestras vidas, corred, huid hacia el pantano, la causa esta perdida para el Rey».

Pocos lograron internarse en los pantanos donde muchos más, sórdidos de tanta desesperación, terminaron en las fauces de los caimanes, completando la tarea que Aquiles hubiese deseado tener en la caída de Troya, dos mil años antes.

El General Pablo Morillo, Marquéz de La Puerta y Conde de Cartagena, enterado de todas las fases de la batalla y necesitando dar excusas al Rey Fernando VII, le escribió en el parte de guerra lo siguiente: «Catorce cargas de caballería consecutivas sobre mis cansados batallones, me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes poco numerosa, como me habían informado, sino tropas capaces de competir con las mejores de Su Majestad».

Colofón en la actualidad: «¡Vengan por nosotros yanquis de mierda!»

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Edgar Alejandro Lugo Pereira Teniente Coronel de las Fuerzas Armadas Bolivarianas de Venezuela (FANB) y MSc. en Historia Militar por el IAESEN.

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