Del pecado original

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Para quien escribe estas líneas, la semana transcurrió entre sentimientos encontrados por el hecho histórico acaecido en Colombia. El último de los países, de esta parte del  Abya Yala, que rompe con las formas tradicionales bipartidistas de dominación poscolonial, lo que los historiadores se solazan en llamar: giro a la izquierda. Para mí, la diferencia de votos a favor de Petro-Márquez, es tan abismal, tan grande  como dos o tres millones de votos, tanto que no se podía esconder el triunfo sin encender al país. Mejor intentar debilitarlo con un escaso margen. El pecado original, del empate técnico, que le diga al mundo que “llegó de chiripa” porque la gente castigó al mal gobierno de Duque.  

Personalmente, prefiero decir que se rompió la inercia del valor del último de los pueblos, de este gigante indetenible que es la humanidad, que perdió el miedo a mitad del siglo pasado y echó a andar, según nos avisó Ernesto Guevara. El pueblo colombiano venció la parálisis del miedo y la fatiga de la violencia y decidió que valía la pena luchar en un proceso que comenzó dos décadas atrás. Salieron por millones y se quedaron a cuidar su decisión. Desbarataron el fraude, la primera trampa, aquella que le daba el certificado de origen a la derecha, pero parece que no alcanzó,  para neutralizar la segunda, el pequeño margen de la victoria. Lo mismo que ocurrió en Caracas en el año ‘98 del siglo pasado.  

Lo que ocurrió en Colombia fue lo que los analistas conservadores, y muchos progresistas, llaman un giro a la izquierda. Los primeros lo temen mucho. Es la suma de todos sus miedos. No el atentado terrorista atómico al estilo de Hollywood, sino algo peor, los pobres de la tierra decidieron no heredarla en el más allá sino disfrutar lo que les corresponde en vida. Los colombianos encontraron una avatar, una mesías, una de ellas/nosotros, en la que se ven representados y que sumó millones de millones de votos a la campaña de Petro. Si, Francia Márquez ganó las primeras elecciones para las fuerzas progresistas colombianas. 

Nací en Colombia hace cinco décadas y media y me trajeron a Venezuela cuando tenía trece años. Siendo niño tuve la oportunidad de ser testigo presencial de pequeños, pero trascendentes, hechos históricos cuya importancia no entendí en su momento. Lamentablemente la violencia estructural de la sociedad, la violencia machista, la de la penetración de la droga, la de lo que parecía la inacabable historia del despojo, la del hermano contra su hermano, la del pobre que se come al pobre y lo disfruta, etc., de una interminable guerra.

Sí, afirmo que lo que vimos el histórico domingo 19 de junio de 2022,  es una etapa del proceso que comenzó dos décadas atrás con la intervención del comandante Chávez,  en un transitar que llevó a las FARC a negociar el retorno de sus combatientes a la sociedad e iniciar el camino de la paz. Los argumentos del comandante eran (y son) de sabiduría sencilla: Dos fuerzas antagónicas, parejas, una contra otra, solo destruyen lo que está a su alrededor. Cuando dos elefantes pelean quien pierde es el pasto, dice la conseja africana.

Paradójicamente será aquella que respete la vida, confié en el pueblo y ceda, la que a mediano plazo prevalecerá. Les recomendó ir al desierto del éxodo del camino espinoso y mortal, para propuestas progresistas de la política colombiana. Que se forjen nuevas generaciones, esas que se den cuenta que la paz de la oligarquía es falsa, que mantendrá la guerra, que encontrará nuevas formas de opresión y desprecio por sus hermanos empobrecidos. Esas generaciones se pondrán a su lado en las calles.  

En una entrevista al jefe de las FARC en Caracas, un poco antes de la firma del proceso de paz, el doctor Rodrigo Londoño, alias Timochenko, reveló el contenido de su última entrevista con el comandante. Chávez les insistió en que no le dieran argumentos al conservadurismo para mantener fuerzas extranjeras en el país. Quítenle la excusa de la guerra, hagan la paz y no tardará una década en que el pueblo se dé cuenta de la mentira de la oligarquía y los ponga en el poder por el voto. El hombre no se equivocó. Una juventud cansada de la exclusión se mantuvo cincuenta y dos semanas en resistencia, no reconoció falsos líderes que se sentaron con el gobierno tradicional y  así abofetearon la grosera cara de la mentira institucional.

Los gringos no se fueron del país cuando las FARC cedieron y sus marines siguieron violando niñas y mujeres sin consecuencia alguna. La violencia del Estado continuó tanto policial como institucionalmente. Aumentó la producción de droga y mafias correspondientes. El gobierno se retiró de las zonas de combate y se las cedió al narco. Las condiciones económicas se deterioraron a la par de las sociales y se desconocieron todas y cada una de las condiciones para el acuerdo de paz y el último sátrapa de la derecha, alias Duque, envió a la policía a matar jóvenes en las calles del país.

Lo que viene para Colombia es la etapa difícil de la transición. La misma que está viviendo Perú. El ataque desproporcionado, grosero y cochino de una clase que se ve desplazada de las prebendas (no del poder) de su privilegio histórico de ser obedecido por las “clases bajas” sin chistar, de su silla con arrodilladura particular reservada en la catedral, de asumir su palabra como ley sin que le replique un “pata en el suelo”. No desplazada del poder y ni tan siquiera del gobierno cuya estructura burocrática ralentizadora sigue vivita y coleando. 

El ataque de las fuerzas conservadoras de las oligarquías regionales es previsible. Ya usaron los mismos medios de siempre presentados de otra manera. La violencia y atentados contra los jefes de Estado, la judicialización de los líderes y las causas reivindicadoras de los pueblos, una fuerte muy bien orquestada y pagada campaña comunicacional de descredito, se aplicaron en Paraguay, Brasil, Argentina y Ecuador con un éxito innegable. Venezuela resistió todos los ataques y a Bolivia le costó un año sacarse de encima una tiranía que desconoció la fuerza del pueblo. 

Según los analistas de ambos sectores, los pueblos son como las mareas, van y viene con la luna. Es común escuchar que “está ocurriendo una segunda ola de gobiernos hacia la izquierda” como si la alternancia de los sistemas de gobiernos conservadores-progresistas, en la zona, fuera algo natural. Que la situación es permitida porque la institucionalidad democrática existe reflejada en la carta magna de cada país ¡Viva la institucionalidad!

El pecado original de nuestros gobiernos progresistas es ese. Poner una institucionalidad burocrática por encima de los pueblos que le diga cuál es la forma de gobernar.  A excepción de las constituciones de Venezuela y Bolivia, las vecinas próximas de nuestro continente no reconocen, en la cima de la pirámide del Estado, al pueblo.

Las pocas reformas que se lograron siguen manteniendo la institucionalidad democrática por encima de los mecanismos de los pueblos para expresar sus decisiones. Siguen legando en sus ejecutivos y congresos la toma de decisiones importante. Las constituciones actuales son el pecado original de los pueblos pobres, de las y los  nadie que nunca decidieron si las querían o no. Nos las impusieron para cumplirlas a rajatabla so pena del infierno; de la violencia del Estado, de la expulsión del paraíso de la riqueza reservada para las oligarquías que, extrañamente, no nacen con la marca que nos legó la primera pareja.

En la República Bolivariana de Venezuela, es el pueblo el que manda y la Constitución es un mecanismo progresivo hasta que se encuentren las formas de que lo haga todos los días. Desde su preámbulo el poeta cumplió con el cometido encomendado “El pueblo es el que manda así que iguálenos a todos” y lo supo hacer.

Nuestro artículo cinco es de una sencillez demoledora: “La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo…”  Eva está desnuda, lo sabe y no le da pena. Se soltó el moño y se pintó los parpados. Le escupió a la cara al ángel de la venganza dígale al don que, si quiere hablar conmigo, que me busque. Y abandonó el paraíso voluntariamente a parir sus hijos con amor.

Adán la siguió, se fue detrás de esas caderas a construir pueblos de sociedades justas y horizontes en las estrellas. Ambos estamos en las calles haciendo que la revolución sea indetenible, que no haya vuelta atrás, que se mande desde la calle del barrio, desde el barrio, desde la comuna. Que las Evas, que llevan el peso de la cotidianeidad, se pongan al frente y los conflictos se resuelvan con amor.

Francia Márquez, es la expresión del amor de un pueblo. De los conglomerados humanos excluidos, que les dicen a sus hermanos que necesitan nuevas reglas de relacionamiento. Que Chile no es una casualidad y nuestros hermanos progresistas de las demás naciones deben poner sus bardas en remojo. Que sopla una brisita bolivariana para vivir sabroso. Que dios está en los pueblos, en los ojos de cada niña y niño que nace.

Que Chávez regresó hecho millones, si es que algún día se fue.  

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Juan Daniel Calderón Camelo

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