La pasión indispensable

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Camarada Enrique

 A 48 años del asesinato de Enrique Maza Carvajal 

Rezagada, entre los últimos pasajeros, se asoma a la puerta del antiguo transporte, una chica de grandes ojos verdes, de cabello castaño dorado liso cayendo sobre su cara y hombros. Enrique cruzó su mirada con la de la hermosa muchacha y pendiente de ella, el joven le seguía dando instrucciones a sus compañeros. Estableció los distintivos, asignó tareas y coordinó logística. Cuando estuvo todo claro se subió en la escalerilla de uno de los buses dispuestos por el Estado para los trabajos voluntarios, de cara a la multitud explicó brevemente la situación del país y la importancia de desarrollar el trabajo voluntario con entrega y compromiso, terminó con una arenga, haciendo referencia a la tarea que le tocaba a ese grupo, recoger el trigo y llevarlo a los molinos: «En media hora salimos con rumbo a los molinos de viento. Como quijotes, este será nuestro aporte como juventud a la defensa del gobierno del compañero Allende», exclamó, entre aplausos y algarabía. Mientras se dispersaba el ruidoso grupo Enrique se acercó a Laura: «Debes ser el ser vivo más hermoso que he visto en toda mi vida… incluyendo las estrellas». La extraña expresión la hizo reír y sonrojar. «En serio –continuó Enrique, mirando enamorado su dulce rostro- eres la mujer más linda del mundo».  La personalidad de Enrique era de una potencia increíble, según Laura, de una alegría que no podía explicar. En medio de conversaciones serias tenía facilidad para el buen humor, cantaba, bailaba y hacía muecas que divertían a sus compañeros. 

Iniciada la segunda mitad del año 1972, se profundiza la agresión contra el Gobierno de Salvador Allende, una grave crisis económica, social y política que llevaría finalmente a ejecutar un Golpe de Estado. Uno de los protagonistas de aquella gesta de traiciones fue el gremio del transporte, que inició una secuencia de huelgas recordadas amargamente. Tiempo después se conocería que la inyección de decenas de millones de dólares a través de la CIA (Central de Agencia Americana) y otros organismos norteamericanos, la Asociación de Transportistas fue la gran motivación “patriótica” para desencadenar lo que se conoce como la historia más cruel del Chile republicano. Industriales y empresarios opositores iniciaron cierres de fábricas.

Los medios de comunicación, jugaron un triste pero determinante papel al servicio de los intereses foráneos. Tras la desclasificación de los archivos secretos de la CIA, se supo con claridad la descarada participación de los Estados Unidos en la debacle económica chilena. Había tenido éxito la aplicación del mandato hecho por el presidente Richard Nixon de hacer “aullar” la economía nacional y lograr el derrocamiento del gobierno popular.

Se inician las largas filas para conseguir alimentos, se prolonga la escasez y desabastecimiento, el boicot a la industria alimenticia, las corridas financieras, el sabotaje en todas sus expresiones. Las empresas estadounidenses boicoteaban la exportación del cobre, esencial para las finanzas del país. Ante la crítica situación desatada, el presidente Allende convoca a toda la juventud del país a organizarse para apoyar, entre otras cosas, la distribución de alimentos. El pueblo organizado y el movimiento popular crean medidas colectivas con el objetivo de paliar las graves consecuencias que genera el boicot interno y externo. 

El sabotaje al cobre, principal producto exportador, nacionalizado por Allende, comienza a surtir efectos negativos en la economía familiar chilena. Señala Allende: 

“…el cobre valía 59 centavos la libra en el año 1970, y nosotros no alcanzamos un promedio de 49 centavos la libra. Hemos dejado de percibir 175 millones de dólares menos en el año 1971 y este año (72) produciendo más cobre vamos a obtener menos entrada en el precio internacional del cobre. ¿Y quién fija el precio internacional del cobre? El mercado del cobre. ¿Y quién maneja el mercado del cobre? Estados Unidos. ¿Por qué? Porque si Estados Unidos tira 100 mil toneladas, 50 mil toneladas de sus reservas estratégicas, baja el precio del cobre. Entonces, estos son los problemas que no pueden dejar de entender los obreros

Vale mencionar que unas cuantas décadas más tarde se aplicaba el mismo libreto en Venezuela, lo que no es coincidencia, sino una política de Estado, atacar a gobiernos progresistas.  Se acusa al Presidente Allende de dictador y la SIP, (la misma Sociedad de Información y Prensa que acosó a Venezuela) reunida en Santiago lo señala de vulnerar la libertad de expresión. El país está técnicamente paralizado por casi un mes. Allende decreta estado de emergencia. Se crean los llamados cordones industriales, las Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP) y otras formas de participación popular. La derecha articulada y financiada por los Estados Unidos, pide la intervención estadounidense. 

En busca de Laura / la pasión necesaria.

Una de esas historias que busqué hasta encontrar ha sido la de la segunda novia de Enrique, sobre esta historia de amor en tiempos de revolución trata este artículo. Al final de un día de búsqueda agotadora me encuentro por casualidad con Diego, una de las personas que más conoció a Enrique desde el ámbito personal hasta el político/militante. Me dice que Enrique tenía dos novias en paralelo. Que no me puede explicar a cuál amaba más pero que por Laura sentía una verdadera locura y pasión. Era, según mi interpretación de lo que me dijo Diego Uzcátegui, Laura era una pasión inevitable, indispensable, estaba atado a ella por el hilo de un sentimiento que crecía en el combate librado todos los días por defender a la revolución. –es como si no pudiera desligar una cosa de la otra-. Sin embargo, había cierto código de honor con Claudia “a quien también amaba”.

Esto se lo reprochaban sobretodo las compañeras del grupo de venezolanas que lo vieron siempre como un niño, “en realidad todos los vimos como un muchacho. Si era el menor de todos”. Pero donde se crecía era en los temas políticos, un elevado nivel de conciencia, gran capacidad de análisis, de lectura, era casi una regla para los miristas en esa época. “El era de lo más profundo en cuanto a compromiso con los trabajadores y su causa revolucionaria, que había en ese grupo”. Cuando sale a la luz su relación con Laura se produce un quiebre emocional en él, eso ocurrió los primeros días de septiembre del 73. Coincidía con las guardias en las fábricas donde colaboraba, ahí pasó días y noches enteras en los cordones industriales. “Andaba callado, también la situación en septiembre era tensa y amenazante, la sensación de golpe era fuerte. Los obreros hacían guardia, los estudiantes, todos en los cordones industriales. Y ahí estaba pellizco”, comenta Diego. 

Con esos detalles fui en busca de Laura, tarea difícil, pero di con su paradero alguien mencionó que ella había sido el verdadero amor de Enrique. Otra persona tanteo la posibilidad que las amara a las dos. Que cuando fue a plantearle la existencia de Claudia, no llevaba la intención de terminar con Laura. Todos le dieron consejos, pero estoy segura que alejarse de una o la otra no pasó por su cabeza. Creo que, en esas cosas de juventud, presionados por el momento histórico que vivía, solo quiso decirles la verdad. 

Es tiempo de reivindicar al joven Enrique, enamorado impetuoso y rebelde. Reivindicar el amor compartido con Laura, a ella dedico este relato recreado después de tanto escuchar a quienes tenían algo que decir de Enrique Maza Carvajal. Reivindico a Laura como parte indispensable no sólo en la vida de nuestro héroe, sino en la construcción de un proceso del cual fueron protagonistas la juventud chilena e internacionalistas de todas las latitudes. 

Sin un libreto establecido empezamos mi hijo Rudy y yo una conversación que duró casi un día, nosotros inmóviles ante cada palabra, cada expresión de los ojos verdes de la chica de aquel entonces, que con su alma y sus manos nos abrió puertas desconocidas. Ese invierno de 2013, muy frío y gris, cerca de la cordillera nevada de los Andes, se nos hizo inolvidable. Laura nos preparó un café en la cafeterita antigua que, llena de nostalgia, adquirió y que durante mucho tiempo le trajo recuerdos de tiempos felices. 

La adolescente Laura, estudiante, militante hasta el día de hoy, en las juventudes comunistas en la comuna de Peñalolén Alto, desde donde se divisan las luces de Santiago.  Conoció la lucha de Allende desde muy temprano, en un hogar obrero comunista. Asimiló las lidias obreras de la mano de su padre, quien le contaba cuánto había aprendido del sindicalismo chileno, su historia, su fuerza, su compromiso político, de cuántas veces se encontraba con Allende a través de la lectura, de las proclamas y discursos. 

El encuentro / Los Cordones Industriales: 

Entre las tareas que Allende asigna a los jóvenes está la de apoyar la red de distribución de alimentos, desde las comunidades productoras hasta la distribución en las Juntas de Abastecimiento y Precios, JAP. Los jóvenes se concentraban en el recién inaugurado edificio de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio en el Tercer Mundo), hoy Gabriela Mistral, desde ahí coordinaron y organizaron su masiva participación atendiendo el llamado del Presidente Allende para asumir tareas de vanguardia en la distribución de alimentos que escaseaban, producto del plan de desestabilización.

Laura estuvo en el grupo que coordinaba Enrique, cuya tarea era la de apoyar a los agricultores y recoger en la comuna agrícola de Lampa, al norte de Santiago, sacos de trigo para llevar al molino San Cristóbal ubicado en el cordón Vicuña Mackenna, donde Enrique colaboraba junto a un lote de jóvenes venezolanos, cubanos, brasileños y de otras nacionalidades. El vínculo entre los jóvenes revolucionarios se estrecha en la dura jornada de 16 horas que comparten, al calor de los trabajos voluntarios. Ambos participan de la vida política, militan en partidos de izquierda. Enrique en el MIR (Movimiento Revolucionario de Izquierda), con una visión crítica, pero de apoyo incondicional al Gobierno de la Unidad Popular. Laura en las Juventudes Comunistas, JJ.CC, conocida como la Jota.  El MIR enviaba notas, de alguna manera era parte de medios de comunicación que advertían al Gobierno del posible Golpe de Estado, en ese sentido Enrique era un lector asiduo de la Revista Punto Final que de alguna manera recoge esos análisis y reflexiones contingentes.  El partido de Enrique planteaba la entrega de armas al pueblo para la defensa de la UP, Unidad Popular, cuestión que era duramente rechazada por otros miembros del bloque de unidad.

La militancia del MIR asume de lleno la tarea de conformar y fortalecer los cordones industriales, intervenir y estatizar empresas que eran cerradas con la intención de asfixiar la economía. Enrique asumió tareas más relevantes en apoyo a los trabajadores que conformaban los Cordones Industriales, particularmente el Cordón Vicuña-Mackenna, ubicado en pleno centro de Santiago. Junto a otros universitarios y profesionales venezolanos e internacionalistas de otras nacionalidades, asumió de lleno la tarea de apoyar a los trabajadores en las fábricas Tizol, Zeus, IRT, entre otras.  El MIR a esas alturas pasó a una semiclandestinidad. Sus militantes se reunían para analizar los avances del enemigo. En medio de la tensión, había espacios para que el joven Enrique pudiera divertirse y encontrarse con sus pares en los bares famosos que dieron vida a la bohemia donde la reconocida intelectualidad desencadenó su prosa combativa. 

La juventud marcha por Allende / inicio del pololeo

Meses después de aquellas jornadas, en medio de una de tantas marchas que protagonizaron los jóvenes allendistas, cuenta Laura que va junto a sus compañeros de la Jota de Peñalolén y alguien empieza a saltar y hacer señas exageradas – “hola, hola” jajaja…Dios ¡¡¡por fin te encontré!!! –se ríe feliz Enrique en un gesto de hablar al cielo- ¿te acuerdas de mí, te acuerdas de mí?” –repite.   – Pero déjame ver que me estoy perdiendo de mis compañeros de la base…¡¡- reclama sin mucha convicción Laura.  –“no, no importa, no importa porque te quedas conmigo, te quedas conmigo” exclama Enrique, deteniéndose en medio de la avalancha de personas –besando y abrazando a la asombrada chica. –Ni siquiera sé bien quién eres –dice Laura al separarse del muchacho. 

Enrique hace una exagerada reverencia colocando una mano detrás de su espalda inclinándose y extendiendo la otra: 

  •     Me presento señorita Laura, soy su admirador enamorado, Enrique Maza Carvajal, venezolano de la misma tierra de Bolívar, estudiante de último año de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Chile, de 21 años de edad, vivo aquí cerquita –señalando hacia los departamentos de la llamada remodelación San Borja, el condominio más moderno de Santiago para la época. – ¿Suficiente? –pregunta impaciente mientras oleadas de manifestante habían arrastrado a sus respectivos grupos calles abajo – ¿puedo besar a la niña más bella que mis ojos han visto? –Es que no debo perder a mi grupo –señaló la joven con débil preocupación.  – “no importa, yo quiero que te pierdas de ellos.

La marcha había movilizado a una multitud en apoyo a la UP y en rechazo de la guerra económica, prevista hasta llegar a las cercanías del Palacio de La Moneda donde Allende haría un memorable discurso.  La concentración terminó muy tarde y la recién formada pareja buscó los recodos de la ciudad oscurecida entre invierno y primavera, con la excusa de caminar.  Anochecía y la joven debía volver a su casa. –te acompaño –dice Enrique.  –pero es que tú no tienes idea donde yo vivo, si te llevo a mi casa te vas a perder de regreso, te voy a secuestrar –dice Laura- mirando los ojos negros que la habían enamorado.  – no importa yo voy al fin del mundo contigo –tomados de la mano caminaron por la Alameda, cruzaron por avenida San Diego, atravesaron por la calle Tarapacá, hasta sentarse en el zaguán de una casa donde ambos contaron sus historias, su presente, sus anhelos 

“… y me empieza a contar de qué pasaba en su país, que había una supuesta democracia que lideraba un partido de derecha, que cerró la universidad que los proscribió como jóvenes, los expulsó y los obligó a salir en busca de mejores condiciones, que sobre ellos pesaba una represión feroz, que él militaba en el MIR y era sobrino de un guerrillero llamado Américo Silva. Que había llegado a Chile esperanzado que las cosas serían mejor, que le ilusionaba la revolución que habían logrado los chilenos. Su historia era larga a pesar de su juventud, en medio del relato hacía bromas, se burlaba de cómo hablaba su presidente, me besaba, iba más allá con sus manos, yo lo alejaba él reía con una risa espontánea y contagiosa que embellecía su cara.  Luego fruncía el ceño, volvía con melancolía a hablar de su madre y de sus hermanas, de Marisabel, con ella tenía una relación especial.

Tenía mucha energía, mucha alegría, era apasionado. Contó en ese momento que trabajaba voluntariamente en los cordones industriales, en Tizol, que algunos días iba a la universidad a pasar clases obligatorias y reunirse con su grupo de análisis político. En medio de la larga charla en la que Laura exigía detalles de cada relato, Enrique le dice ahora pregunto yo – ¿qué haces tú para ser tan bella?  – Laura se ríe tímidamente e imita un golpe en la mejilla –contigo no se puede hablar en serio – ¡es en serio! necesito saber con qué te lavas la cara para darle el secreto a mis hermanas? Tengo una ¡que lo necesita urgente! … Si me escucha Marisabel ¡me mata! -rió a carcajadas Enrique”.

Cuenta Laura que refiriéndose al momento político que vivía Chile, le dijo mucho más serio, que se venían días terribles, que la lucha de clases había comenzado a evidenciar la desesperación de la derecha, la intervención de los Estados Unidos, pero que peor aún dejaba en claro las debilidades del proceso de la UP, que era urgente organizarse para defenderlo, que había que prepararse incluso para momentos de mayor confrontación.  Sin darse cuenta Laura asiste, entre caminatas y zaguanes de la noche santiaguina, a su primera de muchas clases de educación política militar dictada por el venezolano. 

Tienes que estar preparada, las cosas se han ido deteriorando, las condiciones de vida, la capacidad de reacción del gobierno ante el boicot, por lo que urge que los jóvenes asumamos papel más protagónico, que se acelere la entrega del poder al pueblo, las fábricas a los trabajadores la tierra a los campesinos.  “…Y después de eso me acuerdo fue nuestra noche, yo recuerdo esa noche, esa tarde absolutamente vivida con él contándome sobre su historia y hablándome sobre la revolución latinoamericana… tantas cosas en ese periodo tan maravilloso… ese encuentro fue realmente lindo estuvimos hasta muy tarde ya dejaban de pasar gente, porque en un principio pasaban y pasaban personas y después dejaron de pasar y nosotros seguíamos sentados y él seguía explicándome y teníamos tema para mucho rato”. Relata Laura con los ojos húmedos de emoción.  

Remodelación San Borja, torre 7, piso 3. Y empezamos a pololear

“Desde esa tarde no nos separamos nunca más, nos veíamos a diario, yo bajaba de mi comuna como podía, me quedé en su casa casi todas las noches en San Borja… ese fue nuestro nido de amor. Y empezamos a pololear. En Chile novia es cuando tú estás comprometido para casarte. Yo nunca me consideré novia de Enrique, yo era su polola…. Enrique compartía el departamento con otros tres paisanos suyos Juancho, Luis y Toño. Pero a ese lugar llegaban todos los venezolanos. Cada vez que llegaba a ver a Enrique, él tenía un tocadiscos a todo volumen y escuchaba de un disco de los Charchaleros sólo la canción “Zamba de mi esperanza”, luego de Quilapayun nada más que el “Venceremos y el Pueblo Unido”, repetía una sola canción hasta que alguien reclamaba y él hacía una payasada, bailaba o hacía como que iba a boxear con quien le reclamara la repetida canción. Esos venezolanos eran todos allendistas, de izquierda, militaban, hacían trabajos voluntarios, eran jóvenes muy unidos. La mayoría estaba en ingeniería de la Chile, venían todos del cierre de la universidad venezolana.

En esas reuniones no todos coincidían con los análisis de Enrique, cuyo partido sostenía que se planificaba un golpe, que era una aventura que estaba tramando la derecha. Analizaban lo que sucedía en Brasil y Uruguay donde ya se habían concretado los golpes dictatoriales. Laura intervenía en los análisis, junto a otros venezolanos, no podía concebir que pasara lo mismo Chile. Iniciado el año 73 la situación fue más clara habría golpe, y sería cruel, sin embargo, ningún análisis planteó la barbarie que vino después.  

El boicot/ los apagones / la despedida

Relata Laura “Hubo un periodo de muchos apagones, que promovía la derecha, habían apagones generales en la ciudad de Santiago seguidos a diario, muy prolongados a partir de junio, y en esos apagones yo me quedaba en San Borja, con Enrique toda la noche y ahí me doy cuenta, nos damos cuenta, que estamos absolutamente enamorados “hasta las patas” como se dice en Chile … “yo no había tenido relaciones nunca, el fue mi primer hombre, el hombre ideal, mi primer amante… en un momento, ya avanzado el 73 pensé que me había embarazado… porque no me llegaba el  periodo, me asusto no quiero decirle a Enrique y le comento a una amiga de Pellizco que en vez de ayudarme, desata lo que siguió después. Discuten entre varios lo que había sido mi secreto a una amiga.  Un serio y preocupado Enrique llega a mi casa.  Se veía angustiado cuando abrí la puerta me perdí otra vez y como siempre en sus hermosos ojos negros, los besos apasionados los abrazos en el umbral de la casa de Peñalolén. Dice Laura que él “Era tremendamente profundo en muchos aspectos, particularmente en lo político, se ponía muy serio, reflexionaba, debatía, escribía. Yo admiraba eso, su compromiso total con mi país. De hecho, dejó su vida en Venezuela y su familia, a cambio de nada, solo la idea del internacionalismo proletario, su compromiso revolucionario cuando sólo tenía 20 años”.  “Pero en las relaciones amorosas quizá era inmaduro” creía posible el poliamor, el amor libre, cosas imposibles para la época. Finalmente, no había embarazo.  Laura le transmite la noticia con una mezcla de alivio y tristeza. Caminaron hasta el paradero de microbuses. Enrique empieza a hablar después de un largo silencio, ante la extrañeza de la muchacha:

  •     No sé cómo decirte esto –.  Hace una larga pausa y continúa. – Sabes Laura… es que yo… es que tengo otra novia, una novia que se llama Claudia. –

Recuerda Laura con mucha tristeza “Para mí fue… un dolor inmenso, un dolor inmenso porque de verdad yo… yo estaba enamorada, de verdad estaba tremendamente enamorada para mí el era mi Enrique, mi Pellizco, o sea era una cosa… maravillosa quiero pensar que el alcanzó a captar la dimensión de mi amor por él”.  

Claudia era una mujer un poco mayor que Enrique, independiente, venía de una familia de clase media alta, sin afiliación política y no vinculada al gobierno de la UP. Se conocen en la facultad de ingeniería, pero ella estaba en los cursos superiores. A su llegada le brindó apoyo y comprensión. Había una mezcla de amor y agradecimiento, de alguna manera simbolizaba la estabilidad del hogar, de la familia apartado de él, pero seguro que tendría donde volver siempre. Ante la respuesta de Laura de terminar inmediatamente con él, Enrique la quiere detener, que entienda que la ama, que la necesita, pero es una situación difícil. Laura no entendió ese mensaje, se indigna y lo abandona antes de llegar a la estación de autobuses.  

Tres días después, con la angustia de no saber nada de Enrique, queriendo aclarar sus dudas, Laura decide buscarlo el 7 de septiembre. Hace el recorrido desde Peñalolén hasta el centro de Santiago, camina a trancos grandes, a veces corre por la Alameda, la situación era tensa, había protestas de la oposición, grupos de la UP, “quería llegar rápido, estaba enojada y enamorada, quería decirle ¡qué putas! ¿qué se imaginaba?, que cómo era posible que me dejara. Quería decirle que lo había extrañado, que todas las horas eran eternas sin la esperanza de verlo”, decirle que se fuera a la mierda, gritarle en su cara el dolor y el odio, no sé ¡hacer algo como terrible y voy caminando hacia su casa y veo que él está en cuclillas al lado de una citroneta… y la persona en el carro con la puerta abierta era una mujer!

Laura se detiene, quiere devolverse, pero es tarde, decide seguir caminando y deslizarse hacia la nada, su corazón estallaba de emociones mezcladas y contenidas. Al pasar a su lado Enrique se levanta sorprendido y el saluda nervioso. La mujer sale del carro y la mira con actitud desafiante.  Laura enmudece. Enrique presenta a las dos mujeres con un murmullo indefinido, pálido, – Claudia –dice la mujer mientras extiende su mano a Laura que sigue sin poder articular una palabra y “con ganas de gritar, de pegarle a Enrique, de tirarme al suelo a llorar desconsoladamente.” “…me doy cuenta que la Claudia era una señora, señora mayor, más grande”.  Laura se derrumba, da por perdida la batalla, piensa que esta es una mujer organizada, con una vida hecha y que él no la va a preferir a ella que era una muchacha, “ella es una señora grande una mujer mucho mayor que yo y mayor que él. En ese momento yo pienso ¿qué voy a hacer aquí? ¡nada que hacer!”.  

Intenta salirse del infeliz encuentro y Claudia la increpa – ¿Qué viniste a hacer? ¿a dónde vas?    -No, no yo pasaba por aquí y ya me voy… Enrique no articuló palabra, no supo qué hacer, la única que manejó la situación segura de sí misma fue Claudia.  Laura sentía que Enrique quería abrazarla, y entrar ahí en el nido de amor de San Borja, donde tantas veces fueron felices, donde se imaginaron una vida juntos.  La expresión de sus ojos, la palidez, el silencio, les demostraba a ambas que Enrique tampoco lo había pasado bien esos días sin ella.  Ella quiso irse sin más ceremonia y el la detuvo, la abrazó, un beso en la frente, otro en la mejilla, ante la atónita mirada de Claudia.  Le susurró con un hilo de voz adolorida –cuídate, te amo-. Laura sintió el calor de su pecho y respondió al abrazo y al susurro, un llanto quedó apretándole el alma. Ambos estaban mal, había quedado tanto por decir. “Esa fue la última vez que lo vi”.

Golpe mortal / adiós para siempre 

Cuatro días después se produce el esperado golpe contra Allende. “Estoy en mi lejana comunidad y lo primero que pienso es en Enrique, él estaba muy metido con el trabajo en los cordones con el MIR.  Ruidos de aviones sobre el cielo tranquilo de Santiago, muy temprano.Ponemos la radio Magallanes… la Corporación primero”. Los obreros y militantes escuchaban siempre La Radio Corporación pues transmitía al país de izquierda. Y de repente la Corporación deja de escucharse. Rápida, Laura salta sobre la radio y localiza la señal de la radio Magallanes… El Presidente se dirigirá al País. Últimas palabras de Allende… terrible… terrible. Desde Peñalolén Alto se asoman las casas de la comunidad de la juventud de Laura, desde ahí junto a sus padres contempla el bombardeo a la Moneda. Allende estaba muerto, se habían desatado los demonios contra todo aquello que lo recordara. “En lo único que pienso es en Pellizco y en las torres de San Borja, porque decían que las torres estaban siendo bombardeadas, eso es lo que decían, después me enteré que habían sido allanadas. Los bandos contra extranjeros se sucedían, el bombardeo y cerco a los cordones era dramático. Entonces pienso en Pellizco y lo único que quiero es en bajar a ver cómo se encuentra, dónde está, cómo está.  No dormí nada. El miércoles 12 fue un caos, no pude salir. El jueves 13 bajo de mi casa a buscar a Enrique”. 

En la calle está la chica que pide un aventón y paradójicamente es una patrulla de carabineros que la traslada hasta la avenida Irarrázaval, camina por la avenida 10 de julio, por la av. Portugal, se dirige a la Alameda hasta llegar a San Borja. Intenta ingresar, está todo cerrado, no se puede pasar. Hay militares por todos partes. Alguien le comenta que allanaron las casas de los extranjeros, le muestra el bando militar.  Abandona la idea de ingresar a la Torre y decide ir a buscar en el departamento de Abelardo otro de los amigos de Enrique. 

Camina por la Alameda en dirección contraria, hasta llegar a la avenida del Ejército, pretende llegar a la calle Gay. “mi objetivo principal fue siempre encontrarme y reencontrarme…  y encontrar a Enrique, a Pellizco, para que se vaya, que por favor se vaya a la embajada que no se vaya a meter en nada, ese era mi objetivo principal, por eso bajo de Peñalolén,”

El apartamento de Abelardo quedaba cerca de la Escuela de Ingeniería de la Chile, cerca de Beauchef. La hermosa y afligida joven había recorrido toda la ciudad caminando “después un micrero que iba fuera de servicio me lleva y me deja cerca por la Avenida Matta”.  Laura corre para llegar antes del toque de queda. Jadeante, transpirando, colorada por el frio y el ejercicio, toca el citófono, nadie responde, alguien deja la puerta de ingreso al edificio entreabierta. Entra al 2º piso, la puerta está cerrada, no hay nadie adentro ”Me acuerdo que hay un balcón en ese departamento que tiene una ventanita pequeñita que da acceso al balcón, y yo por esa ventana me subo, me encaramo a la ventana y me tiró hacia el balcón” “ Y caigo al suelo” suena la sirena del toque de queda, Laura respira pegada al piso, falta ingresar a la sala ahora  “la puerta del balcón que daba a otro balconcito más chico, tenía una ventana también hacia la calle, meto la mano, me cuelgo al balcón y abro esa puerta y me quedo ahí esa noche, no hay nadie no estaban ni Abelardo ni el viejo Pepe, me quedo esa noche ya no alcanzo a regresar a Peñalolén” 

“La mañana siguiente muy temprano, llega Diego abre la puerta no lo esperaba, el tampoco a mí, me asusto, se sorprende y me dice “que haces aquí chica” le digo que estoy buscando a Pellizco. Me dice “Laura… no sé dónde está, es el único desaparecido”. Ya es el 14 de septiembre. Los bandos se sucedían, detenían a montones de jóvenes en todas partes, buscaban a los comunistas, a los miristas, a los cubanos, a los extranjeros. Era un caos la ciudad. “Sentí como que me hubieran herido el corazón, me acuerdo que me tire sobre el sillón y me pongo a llorar porque siento, presiento que algo terrible, algo grave le pasó” “… Diego me dice que lo están buscando”, “es el único que no está en la embajada, y entonces yo le digo ¿y tú qué haces acá? y me dice yo también lo estoy buscando” “y digo bueno hay que salir a buscarlo, hay que buscar por distintos lados. Estábamos en eso cuando tocan la puerta del departamento con muchísima furia a culatazos y entra una patrulla grande de militares a allanar el departamento, nos apuntan con los fusiles y nos tiran contra la pared”. 

Pero Diego, en ese momento, era uno de los más serios y seguros de sí mismo en el grupo de los venezolanos. Muy fornido dueño de un gran atractivo, transmitía fuerza y serenidad. “Me hace un gesto y se acerca al oficial a cargo, le hace un comentario y este le pregunta ¿Qué hace usted acá, porque no está en su Embajada? y los otros milicos se meten a las piezas y empiezan a registrar y llevan libros de distinto tipo, qué sé yo, se los pescan, los llevan, los bajan y los tiran en la calle; los queman”. “Entonces le dice que él es venezolano y que la noviecita – ésta chilena – está embarazada y que pucha no puede abandonarla”

“Esa historia nos salva a los dos, el tipo le dice ya, usted tienes dos horas para desaparecer de acá, se tiene que ir a su embajada porque si yo lo encuentro acá me lo voy a llevar” “Diego era un tipo, como te digo de temple, le decían el huaso era un tipo fuerte, pero muy controlado. Y salimos a la calle y yo le digo; Diego vete tú, él insiste que me vaya a la embajada que había miles de asilados, rechazo esa propuesta, debo seguir buscando a Enrique. Pero nos tenemos que encontrar de nuevo, tengo que buscar a Pellizco hay que buscarlo, entonces le digo: mira yo voy al regimiento, voy a ir al Tacna, voy a ir a ver las listas y al Estadio Nacional. En el regimiento me entero de otros lugares y los recorro uno por uno. Busco las listas. Cada día o cada dos días nos encontrábamos en el departamento de Abelardo. La última vez, me dice con un dolor y un llanto amargo “lo encontraron Laura… lo encontraron… en la morgue…” “Mi mundo se desmoronó, me vine abajo, creí morir yo también, de dolor, de pena terrible, de impotencia ante la injusticia” “Diego me dice que lo van a pasar a buscar para ir a la morgue a reconocerlo. Serán Toño el primo, Elena y Claudia”

Solo les habían permitido ingresar junto con el embajador a cuatro de sus compañeros, desde ahí, sin ningún homenaje, iría directo al aeropuerto para ser trasladado a Venezuela.  “Diego el hombre fuerte estaba roto en ese instante, me miró con los ojos inundados, comprendiendo mi dolor” “Y me dice: yo no iré; ¡vas tú! – decide -. ¡tú lo vas a despedir!” “lloro agradecida, él sabía que yo lo amaba demasiado y que él a mí también me amó”.  “Claudia pasa al poco rato, toca la bocina y Diego desde arriba le dice “no, no, yo no voy con ustedes, va Laura, ella va por mi”. 

“Y nos vamos a la morgue –Claudia me miro, no sé si con odio o compasión- fuimos en silencio, ella manejaba. En la morgue hay mucha gente afuera esperando para reconocer a su gente, familias llorando. Nos hacen pasar por un lado y nos dicen que esperemos”. Había otros depósitos que al entreabrirse las puertas se podía observar imágenes escalofriantes “personas con el pecho destrozado, al lado de la pieza donde estaba Pellizco sobre una mesa de mármol. Ahí estaba mi Enrique, ahí estaban mis sueños arrancados de la vida sin explicación”. “Se notaba que su nariz había sido golpeada y quebrada, estaba tendido de espalda con los ojitos cerrados, había sido salvajemente golpeado…” Laura hace una gran pausa, llora, observa el libro Camarada Enrique, lo acaricia. Era finales de septiembre, cuando a él lo ponen dentro de la urna y en un carro de la embajada lo trasladan al aeropuerto. Ahí había un avión Hércules esperando para trasladar a muchos jóvenes venezolanos, los mismos que días atrás se mimetizaban entre nosotros, que llenaban las calles con sus risas combativas, sus espíritus guerreros, que hablaban de Bolívar como de un amigo de la infancia. 

“Así terminó mi historia de amor con Enrique. Pude tocar su rostro desfigurado, que guardaba ternura, sus manos que tantas veces amaron mi cuerpo, que tanto habían aportado aun siendo tan joven. Pude acariciar su cabello los rizos negros que eran mi vida. Me despedí, fui la última que lo hizo. Primero Claudia, sus amigos y después yo. Claudia y Elena me apuraron, Toño me ayudo a separarme de Enrique. Nos subimos al auto y me llevan a un restaurante chino que le encantaba a Enrique en la calle Agustinas, en pleno centro, ahí se juntaban los venezolanos los viernes. Yo fui muchas veces con él y las chicas que atendían me conocían. Cuando llegamos esas compañeras también de izquierda fueron las únicas que ese día me abrazaron y lloramos juntas la muerte de mi Enrique. Lo único que yo quería era eso, un abrazo y llorar desconsoladamente”. 

“Después de ahí, la Claudia se ofreció a llevarme, pero yo insistía que podía irme sola, no quería que ella me llevara, ella sabía de mí tanto como yo de ella. El se encargó de enfrentar a las dos mujeres que había amado. Finalmente, no pude negarme y me vi, yendo a mi casa, sentada en el Fiat 600, al lado de Claudia. Ella también lloraba. Me interrogó, me increpó, me habla de su historia con Pellizco. No quiero explicar no quiero entender nada. Llegó a mi casa desecha, mi madre me ve, me dice hija ¿qué pasó? me tiendo en mi cama y lloró por muchos días. La antesala de una depresión muy fuerte” 

“Después de eso me vuelvo encontrar con Diego, él se fue de los últimos, entraba y salía de la Embajada de Venezuela, era impresionante ese hombre, se contactaba con la alta dirigencia del MIR en la clandestinidad. Él me pide que lleve cartas y cosas, y es así como fui enlace entre los que estaban asilados en la embajada y los que estaban clandestinos. Había unos brasileros en la Embajada de Venezuela, me piden unos films que tenían en el Oriente de Santiago, una casa de muchos recursos, voy saco las cosas y las llevo a la embajada. También hay otros compañeros que vienen de Portugal, me piden que recupere algunas cosas de su departamento, porque salieron con lo puesto, voy a su casa, voy al lugar donde arriendan saco algunas cosas y se las llevo”. Me sentía útil. Pensaba en Enrique y me llenaba de vida y de su alegría contagiosa.

“Un día, el que ahora era mi gran amigo, Diego, se despide me dice que se va que lo tienen fichado que su vida está amenazada. Ha iniciado el año 74.  Sale el último avión de venezolanos, chilenos, gente de la Embajada que se va al aeropuerto, fue terrible eso también, porque mientras estaba en la Embajada, sentía que hacia algo por Enrique, que él era el contacto todavía”. Cuando se instalan las comisiones por la verdad yo fui a dejar testimonio de su historia, pero no tenía nada más que su recuerdo y mis lágrimas. Por eso su historia está inscrita en la historia chilena.

Volví… Yo volví muchas veces, yo vi a mi Enrique caminando por ahí, entonces yo iba, pasaba cerca de San Borja, entrecerraba los ojos y podía verlo y él venía siempre feliz a encontrarme con su hermosa sonrisa, su mirada que era mi luz. Durante mucho tiempo yo iba, subía una y otra vez, muchas veces a San Borja, a la Torre, a su puerta, me sentaba en la escalera, lloraba.

Continuará…

*Recreación de una historia real. Basada en la vida de Enrique Maza Carvajal. Incorpora extracto del libro Camarada Enrique.

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Cris González Directora de la revista Correo del Alba

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