El deber de acusar

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En mi pueblo perijanero crecimos con la idea de que «quien la hace la paga», que nadie debe quedar impune después de haber cometido fechorías, realizar algo «mal hecho» o simplemente causar un daño cualquiera. Eso de «dejar pasar», «hacerse el loco» o esperar «el castigo de Dios» no calmaba nuestra  disposición de contribuir con la justicia, señalando al autor de una falta o delito, atribuyéndole su culpa.

¡Qué de veces, nuestro testimonio sirvió para esclarecer un conflicto o con el dedo índice señalamos al responsable de un hecho doloso, infame, criminal, perjudicial o dañoso! ¡Qué de veces fuimos imputados de haber emprendido acciones que nos hicieron merecer “mondas”, palizas, castigos o el rechazo de la “vindicta pública”! ¡Qué de veces admiramos el atrevido desempeño y el sentimiento justiciero del acusador!

Salvo, quienes lo hacían por temeridad o irresponsablemente, los acusadores no eran mal vistos por los demás ciudadanos ansiosos de justicia. Eran muy escasos los acusadores de profesión o testigos de oficio. A cada uno le tocaba la oportunidad de «achacarle» a otro la culpa por su acción u omisión y en correspondencia lo hacía, sin temor a ser reprochado por ello.

«Ve que te acuso», «los voy a poner en la prefectura», «te voy a acusar con tu padre». Al oír estas amenazas los muchachos sentíamos terror, paralizábamos o enmendábamos cualquier maldad «in constructo». Nadie negaba el derecho y deber moral que tenían las víctimas, de acusarnos.

¿Cuántos malhechores fueron juzgados a partir de una acusación fundada, cuántos devolvieron lo robado, cuántos agresores fueron llevados a «la chirola» por sus crímenes y cuántos ladrones de ganado fueron puestos al descubierto?

Y, por el contrario, ¿cuántos déspotas y usurpadores «se salieron con la suya», corruptos enriquecidos, jueces vendidos, policías asesinos y gobernantes «fallidos» disfrutan el amparo de la impunidad por no haber sido acusados? Muchos culpables salieron ilesos por la carencia de voluntad acusadora de quienes, pudiendo haberla tenido, prefirieron el camino del silencio y el temor.

Acusar al presidente de los Estados Unidos ante la Corte Penal Internacional por los crímenes de Lesa Humanidad que configuran sus «ataques generalizados contra una población civil y con conocimiento de dichos ataques…persecución fundada en motivos políticos…u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al Derecho Internacional”, constituye un deber moral de los venezolanos.

Denunciar ante el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas la existencia de «una red de delincuencia organizada transnacional» integrada por mercenarios colombianos y norteamericanos ejecutores del asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, el magnicidio frustrado cometido en contra del presidente Nicolás Maduro y la Operación Gedeón frustrada en costas venezolanas pone en evidencia la peligrosidad de esta alianza macabra entre Estados Unidos y Colombia. Demasiado lejos han llegado con sus andanzas estos delincuentes internacionales, quienes nos han hecho invocar el precepto inculcado por nuestros viejos que promueve «el deber de acusar», que hoy reivindico.

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Leonardo Núñez Abogado venezolano

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