Páez, testigo de excepción

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Los abogados suelen decir que la prueba de testigo es la reina de todas las pruebas, sobre todo si se trata de un testigo presencial que puede dar fe de sus afirmaciones, las cuales, contrastadas con otras pruebas, le otorga veracidad a lo que el testigo narra. Tal fue el caso de José Antonio Páez, el «Centauro de los llanos», el mismo que trasmontando la «Pica de la Mona» desbarató las filas del Ejército realista en la llanura de Carabobo, para que luego Bolívar, desde su punto de observante en el cerro Buenavista, ordenara el ataque que permitió al Ejército patriota, arrancarle un mundo al Imperio español y darle la libertad.

Cuenta Laureano Vallenilla Lanz que finalizando el año 1861, muerto Zamora en extrañas circunstancias en San Carlos de Cojedes, las luchas intestinas pugnaban por doquier. El personalismo y autoritarismo de Judas Tadeo Monagas impedía cualquier arreglo que facilitara establecer un gobierno estable. Es así como algunos jefes proponen un encuentro entre Juan Crisóstomo Falcón y el octogenario José Antonio Páez, quién aún conservaba algo de su inmenso prestigio militar y su experiencia como Jefe de Estado. Páez era la encarnación viviente del pasado legendario de la Batalla de Carabobo y, es precisamente allí, en aquella explanada donde «El Primero» rindió su vida a borbotones rojos que salían como lava ardiente de su noble corazón de patriota, donde acuerdan reunirse. En ese campo inmortal fue donde Pedro Camejo, llamado «El Primero», le dijo adiós a su Jefe porque estaba muerto.

El día pactado para el encuentro, Páez y Falcón partieron a las cinco de la mañana. Marchaban juntos, envueltos por aquella brisa que alborotaba los escasos mechones blancos de el catire Páez. Cuenta el joven Eduardo Blanco, edecán de Páez, que cuando desembocaron en la llanura inmortal de Carabobo, el taita detuvo de repente su caballo, se quitó el sombrero, sus ojos cansados y aletargados miraron el campo como fijando los recuerdos y quebrando en dos el espeso silencio, lanzó un grito lleno de emoción: «Por aquí…» y poniendo su brioso caballo a pleno galope iba indicando con la derecha cada lugar, cada encuentro, cada lanzazo y cada bayonetazo y casi que llorando exclamaba…»Por aquí bajé yo. La Legión Británica estaba por aquí o más allá… Mis Bravos de Apure, El Barbastro, Hostalrich, Valencey, Granaderos, Rifles…. Cedeño, Plaza, El Primero…». Cuando llegó al centro de la planicie, parando en seco su caballo, dando muestras de respeto profundo y sintiendo a su lado la presencia de su Jefe Máximo, con una voz que resonó como saliendo de las catacumbas, gritó: «¡El Libertadoooor!». Entonces el general Falcón, rompiendo la solemnidad de aquel momento irrepetible, tomando al mozo Eduardo Blanco (el mismísimo autor de Venezuela heróica) por un brazo, le dijo: «¡Oye, niño, oye al mismo Aquiles contando sus proezas».

A 200 años de Carabobo, es posible, tal vez, escuchar en la pradera de Carabobo, las voces de mando de Bolívar, el grito terrible del general Cedeño, «El bravo de los bravos de Colombia», como lo apodó Bolívar. Carabobo es una llanura pequeña en extensión pero imponente en grandeza. Allí la patria lavó su rostro ensangrentado con el valor sagrado de sus héroes y mártires que, con sus pechos y sus lanzas, nos ofrendaron esta patria linda que merece la cuidemos, la honremos, para así poder decir, valió la pena el sacrificio de aquellos revoltosos que si algo pidieron a cambio, fue exigirnos que no nos olvidemos nunca jamás de Carabobo, el lugar donde nació la patria.

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Félix Roque Rivero Abogado

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