EXCLUSIVO | Marco Antonio, hijo de Miguel Enríquez: “desde joven mi padre ha sido una ausencia muy presente”

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Miguel Enríquez Espinosa, médico de profesión, fue uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile, partido político-militar fuertemente influenciado por el guevarismo y del que asumió su dirección a partir de diciembre de 1967, a la edad de 23 años.

Pensador marxista profundo y militante, polemista implacable y escritor, Enríquez contribuyó a enraizar meteoricamente al mirismo al interior de las capas más explotadas de la sociedad chilena a fines de la década del 60. Una vez triunfante la Unidad Popular (UP) con el ascenso de Salvador Allende a la presidencia Enríquez y el MIR se transformaron en indiscutibles protagonistas de ese proceso, desplegando una radical política de masas en el campo popular que fue frustrada a sangre y fuego con el golpe civil-militar de Pinochet y su pandilla en 1973.

El 5 de octubre de 1974, luego de poco más de un año de vida clandestina, la policía política de la dictadura dio con el paradero de Enríquez y sus colaboradores más cercanos, en una barriada en la entonces zona sur de Santiago de Chile, tendiéndole un cerco y activando una acción de aniquilamiento, acabando con su vida.

Como esos personajes/mitos que resurgen una y otra vez en la memoria popular, Enríquez es centro de atención de millares de jóvenes chilenos que le dedican murales, canciones, lee con atención sus escritos, organizan coloquios acerca de su pensamiento y un larguísimo etcétera.

Para hablar de Miguel Enríquez y la actualidad de su propuesta política entablamos un diálogo íntimo con su hijo Marco Antonio, cineasta, expresidenciable chileno y fundador del Grupo de Puebla.

¿Qué es lo que más admira de la historia de vida de su padre?

Lo que más admiro es ese rigor que le enseñó mi abuelo. Don Edgardo Enríquez –como le digo– era médico, rector de la Universidad de Concepción, pero sobre todo profesor, ejerciendo docencia en el exilio en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México, en Oxford, antes en la propia Universidad de Concepción. Además fue presidente del Colegio Médico, aunque la docencia le fascinó. Así educó a sus cuatro hijos, y con Miguel fue extremadamente exigente. Miguel se tituló de Medicina, porque le pareció que para ser revolucionario lo más importante era ser riguroso. Eso se lo enseñó su padre. O sea, lo primero que admiro es su rigurosidad.

En segundo lugar, admiro su arrojo, su audacia y su pasión. La audacia y el rigor diría que son sus dos grandes atributos que le reconozco, que me parecen enormes. Su aporte es el haber sido riguroso en el análisis, riguroso en el diagnóstico y audaz en la acción. (Después habrá un debate mucho más largo respecto de las soluciones).

¿Qué le hubiese gustado conversar con él?

A mí lo que más me impacta es la izquierda tonta, la izquierda panfletaria, que es la misma izquierda corajuda y valiente. Entonces, ¿cómo se hace? ¿Cómo conviven el coraje con el panfleto? ¿El coraje con la falta de rigor? ¿El coraje con la falta de disciplina? Esas cosas me parece que son una discusión muy importante y pendiente en la izquierda y me habría encantado conversarlas con él. Ver cómo se resuelven.

¿Cuál cree que fue su mayor aporte –en conjunto con sus compañeros y compañeras– a las luchas sociales y políticas de la izquierda chilena?

El gran e indiscutible aporte de Miguel Enríquez fue la fuerza, la irrupción, la lucidez. Leyeron muy bien los problemas y lo que iba a pasar en Chile.

Sobre el plan hay más controversia, pero la lucidez es indiscutible: vieron muy bien lo que tal vez Allende no vio.

¿Cómo evalúa sus lecturas del Chile de la década del 60 y su actuar durante y después del gobierno de la UP?

Una buena parte de sus lecturas fueron influenciadas por su hermano mayor, Marco Antonio –por quien yo me llamo Marco Antonio–, que era historiador. Yo heredé muchos de sus libros, y es muy impactante. Por ejemplo, la historia de la conciencia, que la escribió Hegel, titulada Fenomenología del espíritu, y que nosotros en una asignatura de Filosofía en la Universidad de Chile leímos tres párrafos, pues, bien, Miguel Enríquez la tiene entera rayada como si hubiera entendido todo. Esa lectura me parece que es propia de los médicos, que se leen todos los libros, porque probablemente leyeron cosas muy áridas, y disfrutan. Pero elegir la Fenomenología del espíritu para leerla, es una audacia. Tenerla subrayada y ponerle “imp” (le ponía “importante” a buena parte de las ideas que la Humanidad todavía no logra del todo descifrar; es quizás uno de los libros más complejos de la Filosofía)… más todavía.

Pienso que el concepto de la “conciencia” no solo está en sus discursos, sino que está en el centro de su reflexión: la conciencia social, la conciencia de clase, la conciencia del individuo. Y aunque Hegel escribió de eso de otra manera, creo que tiene mucho que ver con la reflexión de Miguel Enríquez, de quien –te aclaro– tengo una gran pasión y admiración y ha sido, desde muy joven, una ausencia muy presente.  

«Miguel tenía una reflexión que es muy actual: cómo la democracia puede convivir con la crueldad, cómo la democracia convive con la desigualdad. Cómo la democracia está cómoda con la pobreza y la desigualdad»

¿Cómo calificaría la relación Allende-Enríquez?

La relación de Salvador Allende con Miguel Enríquez, que por supuesto no presencié, era de mucho respeto mutuo, de escucharse y de tener un desacuerdo profundo en cuanto a  los métodos, y de un debate –que apasionó a ambos– sobre el diagnóstico, sobre cuánta vulgaridad había en la mente de la derecha de esa época, cuánto primitivismo y odio y violencia y resentimiento y crueldad. Sobre este punto tuvieron una diferencia que explica buena parte de lo que pasó en Chile después. Una aproximación distinta, donde probablemente Salvador Allende midió mal a la derecha y Miguel Enríquez midió mal su propia fuerza. Ambos no midieron bien la vulgaridad de la derecha, con la vulgaridad de los militares de la época.

¿Cuáles estima que pudieron ser las mayores virtudes y los mayores defectos de las y los miristas de los años de Miguel?

Creo que la mayor virtud era la fraternidad. En política todos los proyectos políticos se explican sobre la fraternidad. Guardando las proporciones, por ejemplo, el socialismo renovado fue una gran fraternidad de ideas. Incluso en la Unión Demócrata Independiente (UDI) hubo fraternidad de intereses, que se rompió con el “caso Spiniak”. El Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) tuvo una fraternidad que se rompió muy pronto por el lobby y la pasión por el dinero de una parte de ellos.

Y en el MIR hubo una gran fraternidad que fue asesinada. Lo que los hacía muy excepcionales era el amor que se tenían entre ellos y ellas. Un gran amor, un gran respeto, una gran lealtad.

El MIR inspiró una fraternidad que se ha visto pocas veces en la historia de Chile. Que se ha repetido otras veces, pero no con la misma fuerza, producto quizás de la crueldad.

¿Rescata alguna propuesta de su padre?

Miguel tenía una reflexión que es muy actual: cómo la democracia puede convivir con la crueldad, cómo la democracia convive con la desigualdad. Cómo la democracia está cómoda con la pobreza y la desigualdad. Porque no se incomoda la democracia.

Miguel tuvo una reflexión muy ácida sobre lo que él llamaba la “democracia burguesa” como reproductora de la desigualdad. 

La pregunta que me haces está muy en boga, está muy viva. Yo soy un demócrata de tomo y lomo, pero también me perturba ver cómo la democracia acepta sin ninguna dificultad la crueldad.

¿Cuál pudiera ser la utilidad actual que nos motive a aproximarnos a los escritos, discursos, entrevistas y en general a la obra de Miguel Enríquez?

Los escritos de Miguel, sobre todo sus poemas, develan de qué madera estaba hecho, de su relación con la muerte. En poemas muy adolescentes ya hablaba de la muerte y las ideas, la tensión entre las ideas y la muerte, las ideas revolucionarias y la idea de sacrificio y la muerte como posibilidad. Eso vale la pena en tanto ser de izquierda, estar en el mundo del progresismo, estar en las ideas de la justicia social, requiere un sacrificio. Quien está por cálculo, quien no está dispuesto a sacrificar nada, simplemente no es de izquierda. El sacrificio es muy importante y ahí Miguel es un ejemplo, porque lo hizo carne, lo hizo vida, enfrentó la muerte con eso.

¿Por qué cree que, a medio siglo de su muerte, la figura Miguel sigue siendo atractiva para centenares de jóvenes que en Chile y otros rincones del continente le dedican tesis, lo estudian y lo reivindican?

Quizás porque hay una idea de urgencia y de sacrificio. Y de urgencia, porque hay que vivir de manera urgente en política: no se puede acomodar uno a la desigualdad y la pobreza. Creo que la urgencia es muy importante, y la izquierda la ha perdido.

Luego, insisto, está la idea del sacrificio. El Che, Miguel… ¿por qué fascinan? Porque murieron por sus ideas, y eso es una excepción. Hay muchos que en vida se sacrifican, hay gente presa por sus ideas, hay gente asilada –recién estuve con Rafael Correa en Bruselas, quien lleva seis años de manera completamente injusta siendo perseguido; o Lula, que estuvo preso–.

Creo son líderes excepcionales los que están dispuestos a sacrificar todo por algo otro que ellos mismos.

«Ser de izquierda, estar en el mundo del progresismo, estar en las ideas de la justicia social, requiere un sacrificio. Quien está por cálculo, quien no está dispuesto a sacrificar nada, simplemente no es de izquierda»

¿Le pesó alguna vez ser el hijo del fundador del MIR chileno? ¿Tiene algún vínculo espiritual o algo en particular con Miguel?

¿Si me pesó…? Claro que me pesó. A muy temprana edad la ultraizquierda me quemó un auto.

Me pesó, además, porque en la infancia la derecha me consideraba genéticamente condenado a la lucha armada y, por tanto, mi vida social fue muy difícil con la derecha –el mundo social en el que me tocó educarme era el de la élite–. Después fui profundamente incomprendido, y yo tampoco los comprendía. Fue muy violento.

Igual fue violento con la izquierda, que consideró que yo no honraba en mi biografía a mi padre habiendo sido exiliado en Francia y no en Cuba; o se me acusaba de hacer solamente series de televisión, de comedias y no documentales sobre “la causa”; o porque tuve un éxito de audiencia; o porque mis películas eran bien recibidas; o porque me fue bien profesionalmente. En fin, por equis o ye razones siempre tuve que luchar con el prejuicio, y antes de hablar ya se me evaluaba respecto a si mi parecido era suficiente o insuficiente, si yo tenía el mismo arrojo o si estaba decidido a vivir la misma muerte que mi padre.

Esto último alguna vez lo intercambié con Camilo, el hijo del Che, lo hablamos por teléfono, igual con otros… tuvimos más de una conversación con hijos de revolucionarios. Todos teníamos en común una relación muy ácida con la vida, con la muerte y con el prejuicio. No quiero producir compasión, porque no se trata de eso, es un enorme honor ser hijo de un revolucionario.

Al mismo tiempo, cuando eres más joven tienes que lidiar con aquello: se te sanciona, premia, castiga, quiere u odia por razones completamente ajenas. Y se te exige una relación con la muerte distinta a la de cualquier ciudadano o ciudadana.

Haciendo política ficción (si me lo permite), ¿cómo se imagina a Miguel Enríquez en 2024? ¿Por dónde andaría? ¿Cómo cree que afrontaría la situación social en Chile y este avance y retrocesos de progresismos, izquierdas y derechas extremas en esta parte del mundo?

Es difícil responder, porque Miguel no quiso vivir en 2024. Miguel quiso vivir en otro mundo y por eso fue asesinado. Por el respeto que te tengo a ti y a esta revista voy a responder, porque nunca hago este ejercicio.

Creo que Miguel no entendería un chovinismo improductivo. Él creía en las fronteras porosas, en una América Latina integrada. Miguel no se sentiría cómodo con la izquierda chilena acobardada respecto a los procesos latinoamericanos; acobardada respecto a la necesidad de empujar los límites de lo posible, de contradecir el sentido común que la derecha impone en cuanto a que las relaciones son simplemente comerciales y punto. Miguel creía mucho más en la diplomacia de los pueblos, en la coordinación entre proyectos culturales, no entendía esta idea de las cancillerías solamente al servicio del capital, del dinero y del comercio.

Si tuviera la oportunidad de poner al día a su padre con este medio siglo transcurrido, ¿qué le diría?

Le diría a Miguel que lo echo de menos, que me habría encantado estar más cerca.

Como sujeto político, le diría que también lo echo de menos en su rigor y su audacia.

Le diría a Miguel Enríquez que Chile es la Corea del Norte del capitalismo y que habrá una necesaria conversación por sus ideas, porque la derrota al día de hoy es total y absoluta: nos quedamos con la Constitución de Pinochet por una izquierda que utilizó su foto y su imagen; por un presidente que se declaró admirador de él y que nos regaló, al final de día, la Constitución de un asesino, de quien mató a mi padre, de quienes detestaron las ideas de mi padre, pero sobre todo detestaron a mi familia. Esa Constitución es la que nos gobierna democráticamente y se legitimó en un gobierno de gente que decía admirarlo y honrarlo. 

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Javier Larraín Jefe editorial

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