Jorge Ernesto Barrón: “el teatro nunca va a ser reemplazado, porque la experiencia que ofrece es totalmente única”

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Como un artista escénico, así se define Jorge Ernesto Barrón, joven dramaturgo y actor boliviano merecedor del Premio Nacional de Teatro Peter Travesí Canedo 2019 y 2021, con quien converso para conocer más a fondo el mundo  del teatro local y de su exitosa carrera.

Me pregunto: ¿qué tan compleja es la tarea de teatrista en Bolivia? Me refiero no solo a las posibilidades que tiene la juventud de acceder a este arte y, más allá del disfrute de su ejercicio, poder vivir de ello. Jorge me indica que ser actor o artista escénico implica ser su propio productor y director, así como también incluye vender las entradas, cobrar, pagar, actuar, repartir volantes, entre otras muchas labores inherentes al oficio.

En Jorge Ernesto se complementan las etapas de actor a dramaturgo, aunque confiesa que lo que más le gusta es escribir. Sus primeros pasos los dio en la universidad, a los 18 años, cuando ingresó a la carrera de Economía y asistió a su primer taller de teatro: “…entré a esos talleres para aprender a actuar… sin darme cuenta ya le dedicaba la mayor parte de mi tiempo al teatro. Empecé a trabajar, a recibir remuneración por eso  y ya me quedé ahí”.

¿Cómo te iniciaste en el teatro y qué te inspiró para convertirte en dramaturgo?

Justo antes de salir del colegio tuve cierta inclinación por el cine, que no me fue posible estudiar aquí en Bolivia. Entonces estábamos viendo opciones en el exterior, ahí surgió como la idea de ir San Antonio de los Baños, Cuba. Pero pedían requisitos como la edad, que creo que se entra solo desde los 22 o 23 años y debes tener dos años de alguna licenciatura avanzada.

Fue así que empecé la universidad apuntando ahí… para aprender a actuar, un poco en esta lógica de querer saber dirigir cine, escribir cine, actuar para cine. Pero me gustó el teatro como tal, como un arte. Y estuve ahí durante toda mi carrera en la Universidad Católica.

¿Cómo ha sido tu trayectoria como actor y dramaturgo?

Un punto importante fue cuando fui a hacer un intercambio universitario en Brasil. Por ejemplo, tomé talleres con Alexandre Ribondi, un director de Brasilia con el que montamos una obra con el grupo Liquidificador. Y, bueno, una vez que volví a Bolivia empecé a trabajar con la compañía Tabla Roja al mismo tiempo que formé mi elenco, mi grupo de teatro que se llama Mosaico Colectivo. Dentro de este es que empecé a producir obras.

El paso a la escritura fue porque si bien me gustaban las obras en las que actuaba o de las que hice parte no solo como actor, sino desde el proceso de creación,  sentía que no había una obra que dijera exactamente lo que yo quería, ¿no? No es que estuviera en desacuerdo con las obras, pero había como un: “ay, me gustaría que esto vaya un poquito más por allá”, “ah, me gusta, pero yo lo haría así”. Ahí fue que vi que la única forma en que realmente una obra podría decir todo lo que yo quisiera era al escribirla.

La primera obra que escribí se llama En Conserva, escrita sin tener una formación formal. Fue un poco como lanzarse a la piscina. Una vez que la tenía escrita dije: “esta obra nadie la va a poner en escena si no soy yo”. Así que ahí me lancé como director.

Aunque no tenemos ese acceso a instituciones de formación, con títulos universitarios y todo, siento que se ha creado un colectivo muy grande de apoyo en el que todos podemos dar un consejo, una palabra y así nos vamos formando entre todos y todas.

Tu trabajo ha sido reconocido con premios a la dramaturgia y varios premios nacionales de teatro. ¿Qué ha significado para ti recibir estos galardones siendo tan joven?

Creo que este rubro tiene constantes bajones. Por poner un ejemplo, tienes un proyecto y dos meses antes te dicen: “ah, perdón, se nos cayó el financiamiento, así que se cancela”. Siempre en momentos de crisis lo primero que se corta es la cultura; eso es algo con lo que estamos luchando todo el tiempo.

Y ante esas cosas que nos van bajoneando… los premios son como un cierto aliciente. Es un gran apoyo emocional el que te brinda un reconocimiento así, te da fuerzas para decir: “este año fue muy difícil, pero el premio me da fuerzas para seguir un año más”.

Algunos de los premios tienen una dotación económica, algo que también es muy importante porque nos da como para poder hacer sostenible el trabajo.

Esos dos puntos son los más valiosos, más que el premio, la estatuilla o el reconocimiento como tal, porque no es que alguien ganó un premio y gracias a eso se volvió famoso, famosa y ya tiene su vida resuelta. Es como un pequeño empujoncito para seguir adelante.

¿Cuáles dramaturgos, escritores o personajes históricos han influenciado tu obra?

Mi obra más que todo está influenciada por personas contemporáneas a mí. Como todos, he leído a los clásicos, desde la tragedia griega, pasando por Shakespeare, pero lo que más me inspira son realmente la gente que veo ahora trabajando conmigo. Aquí en Bolivia tengo grandes referentes. Por ejemplo, Claudia Eid, que es una gran dramaturga con quien he tenido el gusto de trabajar y que me dirija una obra. El Teatro de los Andes es otro gran referente para el teatro en Bolivia. David Mondaca, que fue con quien inicié en el taller de teatro universitario; lo mismo Diego Aramburo; por ir nombrando a algunos. Ellos son una generación superior a nosotros, pero las personas con las que trabajo en el día a día son en quienes me inspiro, de quien voy agarrando fuerzas y nos vamos apoyando entre todos.

¿Hay algún tema recurrente en tu obra?

Sí, pienso que he partido justamente desde este lado muy personal como la fuente. Siempre el punto cero de una obra es mi archivo personal, pero intento no cerrarme en eso para que no se vuelva un tema muy autocatártico el hecho de pararme en un escenario y contar mis penas o mis alegrías al público, sino hacia dónde me puede llevar eso. Simplemente intento tomarlo como un punto inicial. Por ejemplo, en el caso de En Conserva partí desde mi experiencia con la muerte de mi abuela materna, que me marcó mucho, pero pude ampliarla hacia los recuerdos. Esto porque aquí siempre trabajamos con la memoria de los grandes acontecimientos nacionales, quedando muy relacionada a la dictadura. Pero me parece que trabajar la memoria desde este lado personal es igualmente importante y muy político. Partiendo desde ese punto, desde mi archivo, llegué a escribir Nulo, una obra que trata el conflicto político en Bolivia. Pero igual es un punto de partida para poder iniciar una discusión más allá de eso.

«Quisiera que tuviéramos mayores condiciones, más institucionalidad y que el apoyo a la cultura no dependa simplemente de la voluntad de una persona»

¿Qué expresa la obra Nulo?

Nulo conecta un poco con la historia de mi padre, quien fue exiliado en el año 80 a México. Entonces eso se va difuminando y  lleva a una discusión sobre la vida política de este país.

¿Crees que el cine, los videojuegos, las series, de cierta forma han ido desplazando al teatro como entretenimiento popular? ¿Cuál es tu visión sobre este fenómeno y cómo afecta al teatro boliviano?

No sé si lo han desplazado. Hace mucho tiempo se dice: “parece que ahora sí el teatro va a morir”. Cuando apareció el cine dijeron: “uy, ahora sí el teatro ya fue”. Creo que por lo menos en Bolivia el público ha disminuido un poco, porque el teatro es algo exigente. El teatro todavía requiere un cierto esfuerzo del público. Pero pienso que el teatro nunca va a ser reemplazado, porque la experiencia que ofrece es totalmente única.

¿Crees que las artes escénicas en Bolivia van a seguir creciendo? ¿Hay futuro para el teatro en el país?

Sí, sí, sí, en Bolivia y en todo el mundo. Justo después de la pandemia hubo un boom muy interesante de público. Luego de ese encierro, cuando ya era más seguro salir a los teatros, ¿no?

Cuando se abrieron las salas era con distancia, con medidas de seguridad, con barbijos, desinfección al entrar, pero se notaba ese deseo de la gente de sentir algo vivo y cercano, no a través de la pantalla. De hecho, estábamos sofocados por tanta pantalla. Todo se hacía por pantalla, ¿no? Trabajo, reuniones familiares, de amigos, todo. Entonces en eso al final no está esa condición humana de estar frente a otro ser humano…  a tres metros, 10 metros, 20 metros. Es por eso que el teatro nunca será reemplazado.

¿En qué proyecto trabajas actualmente? ¿Qué te entusiasma?

Acabamos de estrenar la obra Julián acerca de Julián. Pero el estreno nunca se piensa como el fin de algo, sino que es más bien el inicio de un nuevo proceso. La idea es ir moviendo esta obra. La siguiente semana estoy yendo a Alemania para ser parte de un programa de Cross Culture Program. Voy a estar trabajando en un teatro en Berlín y, bueno, creo que hay algo que aprender, porque tiene fortalezas el teatro europeo, alemán. En este caso tiene una institucionalidad muy fuerte, hay mucho apoyo a la cultura, fondos, recursos. No lo pienso tampoco como el ejemplo o el paraíso, pero sí creo que el nutrirnos de otras realidades es siempre provechoso, aun cuando aquí tenemos historias que contar y una estética muy propia.

¿Cuáles son tus expectativas como artista?

Siempre creo que estamos… no voy decir esperando, sino como luchando por el reconocimiento a nuestro trabajo. Esperando que el público vaya creciendo. Entonces quisiera poder tener apoyos desde la creación, desde la concepción de la idea, la experimentación, el fracaso; poder tener un colchón sobre el cual permitirnos equivocarnos y no tener siempre que llegar a obra-producto-guion.

Quisiera que tuviéramos mayores condiciones, más institucionalidad y que el apoyo a la cultura no dependa simplemente de la voluntad de una persona. Porque hay gente que tiene voluntad y lo puede hacer, pero llega otro que no tiene la misma voluntad y con una firma o con un decreto se borra el trabajo de años, la labor de mucha gente que ha ido luchando antes que nosotros. Ojalá se pueda ir respetando todos estos procesos.

¿Tienes algún miedo como creador?

Sí, sí, claro. Creo que el trabajo creativo es desgastante, no solo por la creación, sino por todas estas condiciones. Como me veo haciendo esto por el resto de mi vida, siento que puede llegar algún momento en el que me falte la fuerza y diga: “quiero tal vez asentarme un poco, buscar un trabajo más estable, más normal”, que entre comillas me dé la certeza de que a fin de mes me llega cierto dinero. Contar con eso y no pensar: “ahora tengo este proyecto por los siguientes dos meses y no sé qué pasara después”.

Este trabajo requiere fortaleza psicológica, porque son muchas subidas y bajadas, entonces eso es lo que me da miedo: no saber hasta cuándo y cómo se va a poder aguantar esto.

¿Qué consejo le darías a los jóvenes que desean incursionar en la dramaturgia en Bolivia?

Que sí se puede vivir de esto.  Es un camino que tiene dificultades al final, pero como todo, ¿no? Por ejemplo, yo soy economista y veo que no es que uno tiene el título de economista y con eso se te ha resuelto la vida. El mercado laboral es difícil. En ese sentido, dificultades va a haber en todo lado. Es por eso que es mejor ir por las dificultades por las que nos dé más gusto luchar.

Además, decirles que si quieren dedicarse más específicamente al teatro que vayan a ver mucho teatro y que estén atentos, porque al final es como uno se va enterando. Es como en las redes sociales: ve un teatro y un elenco que te gusta y dale “me gusta”, lo sigues y te vas a ir enterando así de las actividades que hay.

Que sobre todo no se pierda nunca la curiosidad. Está bien intentar y decir: “no, creo que esto no es para mí, pero por lo menos lo intenté”. Eso fue, por ejemplo, lo que a mí me faltó en el momento de decidirme por un camino para empezar la carrera universitaria. Nunca me hubiera imaginado trabajar en el teatro, porque jamás tuve la experiencia.

Hay que ir probando de todo. Y no está mal probar para saber qué nos gusta y qué no nos gusta. Y cuando algo nos guste, pues hay que insistir por ahí ya que las puertas después se van abriendo. 

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Sebastián López Chileno, cineasta

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