“Fácil de ver”, es un comentario usual de ciertas películas y series. ¿No debería ser ese un estándar, como mínimo? Todas las obras audiovisuales deberían ser “fáciles de ver”. Hacer una obra “difícil de ver” es romper con los objetivos del material audiovisual, que es que este sea visible y audible.
Sé que dicha frase corresponde más que nada a la trama, haciendo que el decir que es fácil de ver sea más bien una cinta ligera. La trama, la historia, el drama, no es complicado y no es necesario realizar cálculos mentales para poder entender a cabalidad lo expuesto. Es aquí donde entra La Cantina de Medianoche. La serie comienza cada capítulo con una introducción: “Cuando la gente termina su día y se apresura a ir a casa, mi día comienza. Mi comedor está abierto desde la medianoche hasta las siete de la mañana. Lo llaman ‘comedor de medianoche’. [Se muestra el menú que contiene: combo de sopa de miso con cerdo, cerveza, sake, shochu] Eso es todo lo que tengo en mi menú. Pero preparo lo que los clientes pidan, siempre y cuando cuente con los ingredientes necesarios. Esa es mi política. ¿Acaso tengo clientes? Más de los que esperarías”.
Se muestran imágenes de Tokio, la gran metrópolis cubierta de asfalto; innumerables avisos comerciales iluminan de neón y led sus avenidas como una puerta abierta, despierta a un futuro cuya forma final no logramos percibir, pero que en esa ciudad asoma uno de sus vértices. Hay un río de automóviles y personas… gente que no se mira siquiera al rostro. Una masa amorfa que transita por indiferentes y ricas avenidas.
Tras el frontón que exhibe la opulencia, la vitrina que expone la capacidad monetaria y tecnológica de Japón, hay callejones pobremente iluminados y tiendas hechas principalmente en madera. El contraste es notable. De una gran y moderna ciudad nos adentramos a las partes ocultas –quizás ocultas a propósito de las miradas del exterior–, donde la gente común se reúne, atareada y aproblemada.
Aun así, esas zonas, amontonadas entre los callejones, parecen tener más personalidad o, al menos, más alma que las anteriores. Es aquí, en estos lugares, donde se encuentra el “comedor de medianoche”. Lo atiende un misterioso chef del que no se sabe su verdadero nombre, al que solo se le conoce como Master (Kaoru Kobayashi).
La serie en sí, con tonos nostálgicos, dramáticos y con una comedia sutil, mostrándonos el día a día de diversos y pintorescos personajes que acuden al comedor, con sus historias, sus problemas, sus personalidades, transmite una sensación de paz y melancolía que dejará satisfecho al espectador. Claro está, todo acompañado de un platillo que será emblema de cada capítulo, siendo esta una comida que ofrezca al personaje memorias, calidez, confort o que se trate de una metáfora de las vivencias de dicho ser.
Es una serie recomendable, con unos pocos capítulos de 25 minutos. Entretendrá a personas de todas las edades que puedan verla.
Pero no se dejen engañar por el humor ligero que contiene, o por lo pintoresco de los personajes, ya a la paz que transmite la serie le sigue una sensación de nostalgia y melancolía difíciles de quitar.
Es posible ver La Cantina de Medianoche en la plataforma de streaming Netflix.
Ficha técnica
Dirección: Joji Matsuoka, Nobuhiro Yamashita, Shotarou Kobayashi.
Año: 2009.
Basado en: Shinya Shokudō de Yarō Abe.
Producción: Hitoshi Endo, Natsuko Mori, Takeshi Moriya, Shogo Ishizuka, Jun Takahashi.
Protagonista: Kaoru Kobayashi.
VIDEO │ Tráiler de La Cantina de Medianoche
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Sebastián López Correo del Alba