Dependencia de la economía al petróleo y la falsa transición energética

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La crisis energética global es un tema poco abordado por economistas y políticos que promueven la idea de que esta problemática se solucionará gracias a los avances tecnológicos y que el crecimiento económico seguirá su curso habitual indefinidamente. Estas miradas se oponen a la realidad física y geológica, así como a las advertencias que varios científicos levantan sobre la creciente escasez de combustibles fósiles y de minerales claves para las transiciones tecnológicas y su impacto global en el futuro próximo.

En la actualidad enfrentamos una encrucijada donde las decisiones que tomemos determinarán la viabilidad de nuestro futuro energético y, por ende, de la civilización. Es preciso analizar más profundamente la problemática energética mundial y la falacia de la transición energética tal como se la plantea hoy y la necesidad de un cambio sistémico basado en las perspectivas de expertos en las áreas energéticas, ambientales y sociales.

La crisis energética global

La dependencia de los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) ha sido la columna vertebral del crecimiento económico global desde la Revolución Industrial, representando actualmente un 80% de la energía consumida anualmente para hacer funcionar el sistema económico y productivo mundial, que se vió fuertemente impactado durante las crisis petroleras, siendo la más reciente la de 2008, que se adjudicó a la crisis inmobiliaria de los subprime pero que ocultó bajo el tapete el hecho que en 2005 se llegó al inicio del declive (peak oil) de la producción de petróleo convencional.

En la crisis de 2008, que muchos relacionaron exclusivamente a la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos, “las hipotecas basura fueron ‘la leña’ que ardió durante años y el inicio de escasez de petróleo convencional fue ‘la chispa’ que la encendió”[1] al elevar los precios del petróleo a niveles nunca antes vistos, llegando a costar 150 dólares el barril y por consiguiente incrementando los precios de los combustibles. Esto afectó los ingresos de los trabajadores, impactando al cumplimiento del pago de sus deudas inmobiliarias. Con esos precios del petróleo las actividades económicas que dependen de combustibles líquidos ya no eran viables y elevaron el costo de vida en general.

Lo que evitó que esta crisis fuese aún peor fue el inicio de la explotación de otros tipos de petróleo llamados “alternativos” y que antes eran despreciados debido a su menor nivel energético o a la elevada inversión necesaria para su extracción, que los hacía menos rentables; pero gracias al aumento en el precio del petróleo su explotación se vio justificada.

Una década más tarde, en 2018, varios científicos e ingenieros alertaron que se acercaba otro peak oil, o nivel máximo de producción, esta vez del petróleo “alternativo”. Después de un pico de producción esta comienza a bajar paulatinamente; los efectos de tal reducción se vieron nuevamente mermados por fuertes inversiones, fusiones de empresas y subvenciones que siguen promoviendo la extracción de petróleo ligero mediante fracking y re-fracking (en los Estados Unidos), arenas bituminosas (en Canadá y Venezuela) y la producción de agrocombustibles en el resto del mundo.

En el caso de Bolivia, para reducir en alguna medida la importación de petróleo y/o sus derivados, los agrocombustibles son doblemente subvencionados. Primero, porque toda la producción es comprada por el Estado y posteriormente comercializada por este (como bioetanol o mezclados con gasolina) a un precio mucho menor que el precio internacional. Por otra parte, la agroindustria utiliza diesel muy barato gracias a la subvención estatal que permite un precio de bs 3.72 (USD 0.54) por litro, alrededor de un tercio del precio internacional.

Debido a que estas fuentes de energía son finitas y a que están asociadas a graves problemas ambientales se promueve su reemplazo por energías alternativas. Esta problemática se enfoca en la reducción de la emisión del principal gas de efecto invernadero producido por la industria: el dióxido de carbono. Sin tomar en cuenta muchos otros factores que se ven afectados tanto si seguimos explotando los combustibles fósiles como si dejamos de usarlos por completo.

Según el Stockholm Environment Institute (SEI), para abordar adecuadamente la crisis energética es crucial superar la “visión de túnel de carbono”, es decir, la obsesión exclusiva por reducir las emisiones de carbono sin considerar el panorama energético completo. Esto implica ver el impacto que genera la abundante disponibilidad de combustibles fósiles en nuestro mundo globalizado y en áreas normalmente no consideradas en esta problemática, como ser: la escasez de otros recursos naturales, la desigualdad de la repartición económica, la disponibilidad de bienes y servicios a precios accesibles, crisis del agua, pérdida de biodiversidad, otros elementos que contaminan el aire, salud, pobreza, sobreconsumo, educación y la selección de las tecnologías que reemplazarán la actual maquinaria productiva.

La falsa transición energética

El concepto de transición energética se refiere al cambio hacia fuentes de energía más limpias y sostenibles, como la solar y la eólica. Sin embargo, varios científicos, entre ellos Antonio Turiel (investigador científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España) y Jean-Marc Jancovici (experto francés en energía y clima, cofundador de Carbone 4 y fundador de The Shift Project[2]), advierten sobre la falacia de esta transición en su forma actual. Turiel destaca que las energías renovables (que generan un 2% de la energía mundial consumida), aunque necesarias son insuficientes para reemplazar completamente a los combustibles fósiles a causa de su baja densidad energética y problemas de almacenamiento. Jancovici agrega que la infraestructura requerida para una transición a gran escala también depende de los combustibles fósiles, creando un círculo vicioso.

En el caso de los automóviles electrónicos esta dependencia es evidente. Aunque se presenta como una solución sostenible, la producción de vehículos eléctricos requiere una gran cantidad de energía y recursos, muchos de los cuales provienen de fuentes fósiles. La fabricación de baterías, en particular, es intensiva en energía y depende de minerales como el litio, el cobalto y el níquel, cuya extracción y procesamiento están vinculados a impactos ambientales significativos y al uso de combustibles fósiles.

Además, la infraestructura para cargar estos vehículos, como estaciones de carga y redes eléctricas mejoradas, necesita de inversiones sustanciales y, en muchos casos, la electricidad utilizada para cargar los autos eléctricos proviene de plantas que queman combustibles fósiles, como en Alemania que produce el 40% de su electricidad mediante centrales que funcionan con carbón. Esto reduce considerablemente el beneficio ambiental neto de los vehículos eléctricos, especialmente en regiones donde la generación de electricidad todavía depende fuertemente del carbón, el gas natural o el petróleo.

Hasta ahora los automóviles eléctricos obedecen más a intereses políticos ligados a la industria automovilística, ícono de la construcción capitalista, que a dar un paso en la dirección correcta hacia la reducción del consumo de combustibles fósiles; su adopción masiva no puede verse como una solución definitiva a la crisis energética. La verdadera transición energética requiere abordar no solo la sustitución de tecnologías, sino también una transformación profunda en la forma en que utilizamos la energía y estructuramos nuestras economías.

La promesa de una transición energética sin cambios sustanciales en nuestro estilo de vida y en la estructura económica global es irreal, puesto que mantener el nivel de consumo globalizado actual implica contar con la vasta cantidad de energía de la que disponemos. Siendo que los combustibles fósiles se agotan, es inviable continuar con el estilo de vida que percibimos ahora como normal, sin tomar en cuenta que antes de la Revolución Industrial muchos de los bienes y servicios que ahora percibimos como banales, antes de la era del petróleo, eran simplemente inimaginables.

Si bien se promocionan las nuevas tecnologías digitales y las fuentes de energía alternativa como una opción, la producción y mantenimiento de estas tecnologías “renovables” implican un consumo inmenso de recursos y energía fósil, lo que limita su capacidad para ser una solución definitiva. Estamos desperdiciando recursos en una transición energética ineficiente, utilizada solo para seguir ganando dinero y que incrementará el negacionismo climático.

La necesidad de un cambio sistémico

Para enfrentar efectivamente la crisis energética se requiere un cambio sistémico que implique la desaceleración del crecimiento económico; este enfoque reconoce que el crecimiento perpetuo es insostenible en un planeta con recursos finitos. Los combustibles fósiles han sido “la sangre” del sistema económico actual y su inminente agotamiento en las próximas décadas provocará un colapso abrupto del sistema si no se implementan medidas preventivas y orientadas a la sobriedad energética.

Un cambio sistémico tiene que abordar varios aspectos claves, entre los cuales deben considerarse los siguientes:

  • Reducción del consumo energético: adoptar estilos de vida más sostenibles y eficientes, minimizando el uso de energía en todas las facetas de la sociedad.
  • Reestructuración económica: pasar de un modelo de crecimiento basado en el consumo a uno centrado en el bienestar, la sostenibilidad y la sobriedad.
  • Reducir el tamaño de los vehículos familiares y personales.
  • Incentivar la utilización de transporte masivo.
  • Promover la producción y el empleo, a pequeña y mediana escala, de vehículos intermedios e híbridos a pedal, que usen energía humana y eléctrica.
  • Educación y concienciación: promover una mayor comprensión de la crisis energética y la necesidad de cambios profundos que lleven a una sociedad más sobria y por lo tanto más sustentable.

La crisis energética mundial y la falsa promesa de una transición energética sin cambios elementales son temas urgentes que solicitan una reevaluación de nuestras estrategias y objetivos. Como indican las perspectivas de Antonio Turiel, Jean-Marc Jancovici y el SEI, es imprescindible adoptar un enfoque holístico que incluya la reducción del consumo energético y una reestructuración económica y social. Solo mediante un cambio sistémico genuino podremos asegurar un futuro más sostenible y evitar el colapso que se avecina con el agotamiento de los combustibles fósiles, así como de otros recursos naturales.

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Carlos Bonadona Vargas Boliviano, ingeniero de sistemas, con maestrías en Telecomunicaciones y Energías Renovables


[1] Antonio Turiel: Petrocalipsis: crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar, 2020.

[2] https://theshiftproject.org/

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