El “Tanquetazo” boliviano

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Este 26 de junio de 2024 el Gobierno boliviano sufrió un intento de golpe de Estado militar organizado y gestado por miembros disidentes del Ejército, quienes usando tanquetas y otros vehículos de combate ingresaron por la fuerza al Palacio Quemado, ubicándose en lugares estratégicos de la Plaza Murillo, en una clara acción golpista contra el gobierno democrático de Luis Arce Catacora.

Un fallido intento de golpe de Estado con características sorprendentemente similares se vivió en Chile en 1973, apenas tres meses antes de que el general Augusto Pinochet asumiera el poder por la fuerza a costa de la vida del presidente Salvador Allende.

En una fecha casi análoga, el 29 de junio de 1973, el gobierno de la Unidad Popular (UP), encabezado por Allende, sufrió un ataque que fue inmediatamente nombrado como “Tanquetazo”, por el uso de tanques y otros vehículos en su ejecución. ¿En qué radica la importancia de esta similitud? En que, a solo tres meses de ese fallido intento, se dio el golpe de Estado de Augusto Pinochet.

La narrativa instalada en ese entonces fue que el “Tanquetazo” había sido protagonizado por militares que no estaban del todo en sus cabales y que el verdadero peligro eran los trabajadores que fueron armados con la venia del Gobierno. En el caso boliviano, la narrativa que buscan instalar, tanto Evo Morales como la oposición, es que se trató de un “autogolpe” organizado para subir la popularidad del Presidente, afirmación peligrosa que llevaría a ignorar las múltiples amenazas tendidas a la democracia en el país.

Dos fueron los protagonistas de un mismo papel en distintos tiempos: el teniente coronel Roberto Souper, en el caso chileno; y el general Juan José Zúñiga, en el caso boliviano. Ambos se habrían inclinado por un golpe de Estado al ver que serían relevados de sus cargos: aquel por formar parte en una conspiración, y este por polémicas declaraciones, algunas dirigidas contra el expresidente Morales.

Ambos eventos se dieron en un contexto en el cual el alto mando militar había perdido confianza en su gobierno y viceversa; algo que puede observarse claramente, en nuestro caso, en el hecho de que Luis Arce cambiara seis veces al alto mando en lo que va de su gestión.

Otro elemento en común es la participación de los Estados Unidos, en el Chile de 1973 dirigida por el presidente Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, quienes influyeron decisivamente en grupos opositores a Allende, y de quienes está ampliamente documentado –según archivos desclasificados por el propio Estados Unidos– que apoyaron y financiaron el golpe de Estado.

En Bolivia, esta participación tendría un nombre: Debra Hevia, encargada de Negocios que llegó al país generando susceptibilidad por su apoyo a la oposición y su eventual contribución en la gestación de un golpe. Respaldando aún más esta idea está el hecho de que el atentado a la democracia se dio poco después de una reunión sostenida entre Luis Arce y su par ruso, Vladímir Putin, en la que se trataron temas referidos a la cooperación internacional y el litio boliviano –un recurso muy apetecido por el país del Norte–, entre otros.   

Bolivia alertó en varias ocasiones de las intenciones que tiene Washington de hacerse cargo de la explotación e industrialización del litio. En esta línea, en julio de 2022, la comandante del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, expresó públicamente su preocupación por una supuesta injerencia de China y Rusia en Latinoamérica, particularmente en lo que se conoce como el “Triángulo del litio”.

Uno de los aspectos más cuestionados en el frustrado golpe boliviano fue el hecho de que tanto Luis Arce como el ministro de Gobierno, Eduardo Del Castillo, se atrevieran a salir a hablar y encarar al general Zúñiga, algo que, sin embargo, igual hizo el general Carlos Prats, protagonista que logró aplacar el “Tanquetazo” chileno. En esa ocasión Prats salió a hablar con los comandantes de los tanques en un valiente acto que casi le cuesta la vida (aunque años más tarde los golpistas de Pinochet se vengarían).

En 1973, pasado el mediodía, el golpe había sido sofocado y Salvador Allende salió a agradecer a la población y a las tropas leales su férrea defensa; algo que también hizo Luis Arce al finalizar la tarde.

Pero, más allá de las similitudes, cabe mencionar serias diferencias, como el hecho de que en la actualidad la comunicación es instantánea y esto posibilitó que, en cuestión de minutos, la intentona fuera conocida a nivel mundial y que la Plaza Murillo se llenara de personas indignadas ante la posibilidad de la instauración de una dictadura militar. Lo mismo sucede con la decisión de usar balines y no balas, algo que sabían que ocasionaría indignación general y el repudio de la opinión pública. En los años 70 eso fue resuelto “fácilmente”: los militares chilenos asesinaron a los periodistas, cuestión que quedó patentada con la indignante imagen de un militar que dispara a un camarógrafo que grababa los hechos y que terminó inmortalizando su propio asesinato.

Luego de todos estos sucesos, Pinochet abrazó a Prats y lo felicitó por su labor; ese mismo Pinochet que tres meses después tomaría el poder por la fuerza ocasionando la muerte de Salvador Allende.

Después de estas reflexiones nos queda preguntarnos: ¿existirá un Pinochet en el golpe boliviano? Solo el tiempo lo dirá.

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Kevin Anibarro Boliviano, comunicador

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