La resurrección de Jesús, tan poderosa como su muerte

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Se me viene a la mente, inevitablemente, con la historia bíblica que acabo de leer y que habla del domingo de resurrección, la guerra que le declaró Israel a Palestina y que ha devenido en muerte, persecución y tortura de la niñez, las mujeres y hombres palestinos en un conflicto que se prolonga en el tiempo y que poco pareciera importar a la hora de la noticia y las grandes campañas en defensa de la vida. A veces es más importante buscar los huevos de chocolate y llamarle “domingo de Pascua”, invento de los mercaderes del templo.

Es domingo de Semana Santa, y Jesús, el palestino, el hombre rebelde que desafió el poder y la ignominia ha resucitado, hecho insólito que plantea las bases de la fe católica. Ese día las mujeres, encabezadas por María, María Magdalena y Juana, fueron al sepulcro a llevar las hierbas aromáticas a los restos de quien había sido su líder. Pero no había la piedra que tapaba la entrada de la sepultura. Y peor aún, no hallaron el cuerpo de Jesús. Ante el estupor y la confusión se aparecieron dos hombres, eran unos ángeles, según cuenta la historia escrita en la Biblia, y estos les dijeron: “¿Por qué están buscando entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí. Ha resucitado. ¿No recuerdan lo que les dijo en Galilea? Les dijo que el Hijo del hombre debía ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar al tercer día”. Dramática sentencia para los miles que mueren en las guerras con la certeza de que no habrá resurrección para ellos.

Las mujeres volvieron al pueblo y dieron la buena nueva de la resurrección de Cristo. Dice la historia que dos de los seguidores de Jesús iban hacia Emaús comentando sobre lo acontecido, en eso se acercó el propio Jesús y empezó a caminar con ellos, pero nadie lo reconoció. Interesado en lo que comentaban Jesús preguntó de qué hablaban: “Nos referimos a todo lo que sucedió con Jesús de Nazaret, quien por sus hechos y palabras demostró ante Dios y la gente que era un profeta poderoso. Y cómo los jefes de los sacerdotes y nuestros líderes lo entregaron para que lo sentenciaran a muerte y lo crucificaran. Teníamos la esperanza de que él fuera el que iba a liberar a Israel. Sin embargo, además de todo eso, este ya es el tercer día desde que sucedió todo esto, y algunas mujeres de nuestro grupo nos contaron algo asombroso. Esta mañana muy temprano fueron al sepulcro, pero no encontraron el cuerpo. Vinieron y nos dijeron que habían visto ángeles en una visión. Los ángeles les dijeron que Jesús estaba vivo” (Lucas 24:1-25).

He querido retomar la palabra sagrada de la Biblia para hablar de este acontecimiento que sucedió hace más de dos mil años en Jerusalén, Palestina, hoy invadida por Israel, y con dolor descubrir que siguen los hombres y mujeres caminando sin reconocer a Jesús, porque su muerte por el amor y la paz no ha sido reivindicada.

Hace falta que al menos hoy pensemos en los cientos de niños y jóvenes, mujeres y hombres encarcelados en celdas israelíes solo por su origen. Al menos hoy no busquemos solo en el mercado los huevos de Pascua, sino también en la historia reciente al Jesús al Cristo, que no tiene que morir; tengamos solidaridad con Palestina como un acto humano necesario para salvar a la Humanidad. 

Soy muy sensible al sufrimiento palestino, al de los saharauis y al de otros muchos pueblos oprimidos, pero eso no debe estar reñido con pintar de colores huevos de Pascua, como hacen las muchachas rusas desde tiempos inmemoriales, ni ofrecerlos a los pequeños y pequeñas a los/las que amamos. 

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Cris González Directora

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