Al término de la cumbre de la Organización para la seguridad y cooperación en Europa (OSCE) celebrada el 13 de enero en Viena, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Ryabkov, advirtió sobre un posible despliegue de tropas rusas en Venezuela y Cuba ante la negativa de Estados Unidos y sus aliados a las principales solicitudes hechas por Rusia. Así mismo, Ryabkov, añadió que no hay razones para continuar el diálogo porque los estadounidenses han rechazado las demandas básicas de su gobierno, es decir, negar la entrada de Ucrania en la OTAN, bloquear la expansión de la Alianza hacia el este y volver a la arquitectura de seguridad vigente antes de 1997. La respuesta de los Estados Unidos ha sido que no aceptará chantajes de Rusia ni su exigencia de mantener “esferas de influencia”, además Mike Carpenter, embajador de Estados Unidos ante la OSCE, señaló que “tenemos que tomarnos en serio estas declaraciones y prepararnos para la posibilidad de que se produzca una escalada”.
Sesenta años de una crisis
El hecho de que Ryabkov, jefe negociador de Moscú, haya puesto en la mesa la tentativa de un despliegue militar ruso en Cuba y Venezuela puede ser considerado una forma de presión, pero esto no minimiza la crítica y compleja situación actual con respecto a Ucrania. Evidentemente se está llegando a un punto en el cual pareciera que se está retrocediendo a unos sesenta años atrás cuando el mundo se encontró al borde de un conflicto nuclear a raíz de la llamada Crisis de los Misiles de Cuba. Se está perfilando casi el mismo escenario que mantuvo en vilo a todo el mundo entre el 16 y el 28 de octubre de 1962, cuando la desaparecida Unión Soviética envió a la isla caribeña misiles que podían alcanzar a Estados Unidos; en respuesta los norteamericanos impusieron un bloqueo naval a la isla.
¿Cómo finalizó la crisis de los misiles? Como suelen terminar todas las situaciones de tensión, a través de la intervención con guantes de seda de la diplomacia. En ese momento el presidente estadounidense John F. Kennedy y el líder soviético Nikita Khrushchev, acordaron que Moscú retiraría sus misiles a cambio de la promesa de Washington de no invadir Cuba y de retirar los misiles estadounidenses de Turquía.
Diplomacia para evitar la guerra
En la actualidad, emprender un conflicto de tipo bélico en aguas caribeñas por parte de Rusia sería una erogación económica que no se sabe, a ciencia cierta, si el Kremlin verdaderamente estaría dispuesto a afrontar.
Lo que está claro, hasta ahora, es que las negociaciones ruso-estadounidenses en Ginebra, la posterior reunión entre la OTAN y Rusia, y la reciente cumbre OSCE no han logrado salvar la brecha en las demandas de seguridad de Moscú, en medio de una acumulación de fuerzas rusas cerca de Ucrania. En la práctica, las armas de la diplomacia estarían casi agotadas, por lo cual se está recurriendo a un antiguo método, dicho de manera coloquial, “mostrar los dientes” para prepararse para una confrontación. Esto tiene por objetivo precipitar a la otra parte a llegar a un “acuerdo”, bajo una suerte de disuasión, una persuasión del adversario a través de darle a entender que se está dispuesto a todo.
Para el Kremlin, es vital el reconocimiento formal de la esfera de influencia que perdió en 1991 y que sólo ha reconstruido muy parcialmente en los últimos años (Bielorrusia, Kazajistán, partes de Ucrania y Georgia, Armenia y Azerbaiyán). Pero aunque es importante, esto no significa que esté dispuesto a iniciar una guerra de grandes dimensiones. La Casa Blanca también está bajo presión, pero sobre todo cuentan las tensiones internas con un sector de los republicanos que quisieran que se sancione y bloquee completamente el gasoducto ruso Nord Stream 2. La última palabra la tiene la diplomacia, pero se aplica el dicho latino de Flavio Vegezio Renato “Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum”, quien desee la paz se debe preparar para la guerra.
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia