El Evangelio de estos tiempos

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Quién eres tú galileo, tanto misterio contigo que trasciende los tiempos y los martillazos que traspasaron tus carnes siguen retumbando en los montes. Para el Imperio romano fuiste un delincuente de pueblo que organizó la voz silente del pueblo contra los opresores. Contigo, la religión cambió y los hombres que antes ofrendaban sus vidas a los dioses, vieron en ti la estrella y te siguieron y aprendieron a orar el Padre Nuestro aquí en la tierra, con la mirada puesta en el azul del cielo.

En ti, como en pocos, amigo mío, se cumple aquello de que cada persona tiene su hora y cada cosa su tiempo. Estando tú aún oloroso de los olores de tu Santa Madre María, espadas relucientes buscaron tu inocente cuello pero, tal y como estaba escrito, te salvaste de aquella que bien ser tu primera muerte. Quiso la suerte y las circunstancias, protectora de los santos inocentes, que no quedarás desamparado de su manto protector.

Destino grande el tuyo amigo querido. Huyendo fuiste a contemplar las pirámides egipcias, cuyos bloques de piedras faraónicas se clavaron en tu mirada y el largo curso del Nilo te trajo lecciones ancestrales y aprendiste el culto de los muertos y por eso tu vida venció la penumbra. Carpintero tu padre, tú pescador de hombres y mujeres, en la plenitud de tu vida, en la flor de tus 33 años, entraste triunfante como un líder que contaba con los votos del pueblo a Jerusalén y tu látigo de fuego hizo justicia en los lomos de los comerciantes especuladores que jugaban a las cartas y libaban licor y realizaban orgías en la casa de tu Padre verdadero. Empezaron a verte con recelo cuando afirmaste que derrumbarías el Templo y lo volverías a construir en tres días. Nadie entendió tu bravuconada milagrosa. Ninguno se percató que en tres días tu potente voz retumbaría en el sepulcro reventando la enorme piedra y tu espíritu radiante lo iluminaría todo, hasta el corazón de la Magdalena llorosa de gozo al verte resucitado.

En Nazaret, un pequeño pueblo donde nunca pasaba nada, te hiciste notar porque siendo un joven apuesto nunca buscaste novia y más aún, nunca te casaste, siendo que los judíos amaban la vida en familia y después del holocausto la siguen añorando, sobre todo por el afán de reproducirse. Algunos de tus biógrafos especulan sobre esa rigidez de tu Padre de no permitir que te enamoraras y tuvieras una familia, lo que era  común en esa aldea que, practicante de las enseñanzas de Abraham, repetían aquello de que no era bueno que el hombre esté solo.

Amigo mío que semana tan intensa aquella tu última semana de vida física. Llegaste cansado de Bethania y te alojaste en la casa de Marta y de Simón el leproso. Allí María ungió tus pies cansados con un aceite perfumado y los secó con su hermoso cabello. Al día siguiente, descendiendo de la montaña entraste a Jerusalén. Ante la algarabía de la gente, los fariseos te pidieron les hicieras callar y tú respondiste con fuerza: «Si ellos callasen gritarán las piedras».

Tu cena final con tus discípulos no fue nada alegre. Sabías lo que pasaría en la madrugada del siguiente día. La pasión cual llamarada te consumía por dentro y más cuando afirmaste con ojos llorosos que uno de ellos te traicionaría. Desde entonces, ese beso falso que dan algunos volteando la mejilla casi que con asco recuerda al Judas traidor. Te apresaron injustamente y comenzó tu calvario. Latigazos que cortaron tus carnes; espinas que se clavaron en tus sienes, clavos que partieron tus huesos, lanza que perforó tus costillas, vinagre amargo y podrido que erosionó tus labios. Cruz de madera clavada, saeta ensartada en tu noble humanidad y un sudario que nos dejó las huellas de tu sangrante cuerpo.

Cómo explicar entonces mi querido amigo tu sacrificio heróico. Apreciar tu titánico ejemplo modelador de conductas y de culturas. Solo el amor te explica Jesús. Tu reino es el reino del amor absoluto que se explica en sí mismo. En tí está el perdón, la compasión es tu esencia. Los perdidos se reencuentran en tu palabra. Tu obra maestra está aquí. Tus sandalias tienen la talla perfecta para el que quiera seguirte, la fe del pueblo se impregnó de ti.

Tu fama bien ganada sigue animando encuentros y desencuentros. De los cielos, a veces, descienden artefactos que matan a millones en segundos. Cárceles opresoras donde se aplasta la vida de los más miserables. Matones a sueldo que como fariseos salen a cazar hombres para hacer de ellos piltrafas humanas. La violencia es una gama de salvajismo que las oraciones en tu nombre no alcanzan a controlar ni impedir. Los efectos nucleares son una ola colectiva de suicidio, una verdadera Torre de Babel donde nadie comprende tu palabra. Los Derechos Humanos no son más que un mito inalcanzable. El aparato militar criminal se ha expandido por todo el planeta, haciendo de este hermoso territorio un cuartel general donde todos vivimos presos por el poder de unos pocos y la paciencia de unos muchos. Las guerras continúan siendo el negocio de unos pillos que vacían los bolsillos de los tontos y engrandecen las ganancias de los que oprimen el gatillo. Un verdadero carnaval farsesco opaca tu Evangelio e impone otras formas de rezar. La humanidad, Jesús, espera tu regreso, lo quiere ya. Aspira maravillarse con el milagro de tu acción redentora. Quieren de nuevo escuchar tu palabra, la que no se disfraza, la que siendo sincera abrirá las compuertas de las grandes alamedas por donde transitará el pueblo junto a ti, en todo el esplendor del nuevo Evangelio liberador.

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Félix Roque Rivero Abogado

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